Luis XIV sentaba a su lado a Mª Teresa de Austria, la reina, su legítima (de físico complicado a la vista de los retratos de Velázquez) y, al otro, a Mme. de Maintenon, su amante, su querida, su preferida. El pobre Molière trataba, al recitar sus versos ante la corte del Rey Sol, que ambas se sintieran satisfechas. Las fiestas de Versalles, los festivales de teatro, los salones donde los aristócratas y los incipientes ilustrados fomentaban la lectura, los matrimonios concertados y las muertes en cascada por sífilis son el caldo de cultivo de los libertinos. Y de la mano del libertinaje, la novela erótica. Cuenta Mauro Armiño en su antología Los dominios de Venus que la primera novela erótica propiamente dicha, anónima, es L´Ecole des filles (1655). El compendio se inicia con los dos títulos más célebres de la época: El portero de los cartujos y Teresa Filósofa. Ambas ambientadas en conventos, «cuando la descalificación del moralismo arremete contra sus guardianes, es decir, la Iglesia y las rígidas normas que los púlpitos seguían proclamando desde la Edad Media», escribe Armiño en el prólogo. Hay que ponerse en contexto: los monasterios estaban repletos de hijas sin dote y las vocaciones sacerdotales respondían más bien la búsqueda de techo y comida. El voto de castidad no se sostenía.

La novela erótica del XVIII se mueve entre muros palaciegos o conventuales... Más de mil ejemplares de El portero de los cartujos, de Gervaise de Latouche, fueron encontrados escondidos en el cuarto del confesor real. No eran obras de difusión popular sino editadas, bajo cuerda, para minorías de alta cuna. Esto explica que burlaran la censura. «¿Cómo censurar lo que lee el príncipe de Contí»?, se pregunta Armiño. El género evoluciona. Busca nuevos protagonistas „la «puta encantada de serlo» que es Fanny Hill (desde Inglaterra), el puto (El libertino de calidad)„ y nuevas pautas „lesbianismo, el sadismo con «el divino marqués» y el masoquismo cuya cumbre es La Venus de las pieles de Sacher-Masoch (su apellido inspiró al psiquiatra Krafft-Ebing). O nuevos lenguajes, la burla, la provocación (caso de Gamiani). Por agotamiento, apunta el editor. Porque el erotismo tiene un recorrido «muy corto».

De las novelas seleccionadas (a las ya citadas hay que añadir la escatológica Carta a la Presidenta de Gautier y La mujer y el pelele de Louÿs) sorprende la modernidad, la ausencia de tabúes y la riqueza léxica. Mauro Armiño, también traductor, apunta que el francés, tiene multitud de palabras para describir los órganos o las posturas sexuales, algo que no ocurre en el castellano. Entre España y Francia estaba, presumía la Inquisición, el «cordón sanitario». El peso de la Iglesia dejó la literatura española atrás en erotología. La valenciana escapó algo a este férreo control. Que el valenciano fuese en el XIX usado solo por el pueblo hizo posible una terminología propia rica en símiles de la huerta y los textos de Bernat i Baldoví, explica el experto.

En el siglo XX, sostiene, la literatura erótica muere. ¿Por qué? A su juicio, porque no hace otra cosa que repetirse y se vuelve accesible a todo el mundo. Hoy es «porno industrial». El editor no conoce la famosa trilogía Cincuenta sombras de Grey, pero tiene claro que, en versión light, bebe de las fuentes clásicas del sadomasoquismo, Masoch (que siglo y medio antes de Grey ya firmó los contratos de esclavitud sexual), Sade... o la Biblia. Recuerda Armiño que Mirabeau publicó Erotica Biblion, recopilatorio de escenas tórridas de las Santas Escrituras. Y que Sade se inspiraba en la leyenda dorada, vida de santos y martirios. Santa Águeda y sus pechos cortados, sin ir más lejos.