Ningún ministro ha tenido que ingresarse por abusar del jamón ibérico, así que tranquilos. El problema yo creo que lo acusan las personas que con cuatrocientos euros se alimentan de salchichas Frankfurt y mortadela de lata y que quieran proteínas animales en sus desoladas neveras. Que no cunda el pánico en los que todavía acceden a tan delicados manjares porcinos, chuletones de Ávila y morcones colgantes, sudorosos y prietos: si no es el cáncer, es el infarto y si no, una cornisa... C´est la vie. La OMS debería mirarse si también produce cáncer o enfermedades derivadas el estrés constante de esta vida de incertidumbres que cada día afrontamos; quizá un aviso a tiempo por parte de esta organización en las papeletas de las próximas generales no estaría nada mal: «Esta lista contiene chorizos procesados». Todo lo que nos gusta es ilegal, es inmoral o engorda.

Hay cosas que tienen menos sentido que una comunión civil. Adaptar costumbres de otros lugares siempre enriquece, aunque parece que casualmente adoptamos más que las tradiciones enriquecedoras las excusas para celebrar lo que sea. San Patricio, Oktoberfest, San Valentín o la que se nos viene encima, Halloween. Tampoco es para llevarse las manos a la cabeza por algunos niños disfrazados, o alguna fiesta de amiguitos de colegio; creo que lo más engorroso viene después de la fiesta para los padres: no creo que sea fácil sacar los churretes de maquillaje de sus infantes después de hacer la croqueta por todo el parque de bolas. Un poco más de miedo da la festividad de los adultos, que agotarán las caretas de Montoro en Carrasquilla. Las brujas y enfermeras erótico-festivas tomaran las calles del centro histérico, el truco o trato lo harán de bar en bar, con emborronados maquillajes de zombis que, al paso de la noche, tendrán su cénit de realismo a las claritas del día, cuando Casa Aranda parezca un set de maquillaje de The Walking Dead. La otra opción, sin duda, es menos divertida para los paganos o amigos de los derivados celtas: el acordarse de los santos que no caben en el calendario de la iglesia triunfante, que ya nos avisaba de hacer el notas disfrazándonos de Bob Esponja: «Busquen lo que agrada al Señor. No tomen parte en las obras de las tinieblas, donde no hay nada que cosechar; al contrario, denúncienlas» (Efesios 5, 10-11). Así que como ya no os pueden quemar en una pira en mitad de la Plaza de la Constitución, haced lo que os dé la gana; eso sí, sin abusar del jamón cocido chungo ni los selfies con la cara regular.

A los que deseen quedarse en casa quitados de traslados, desfiles de Star Wars y disfraces de saldo, les recomiendo una película divina para una noche de terror y mordidas de uña: The Gift, un verdadero regalo para los amantes del suspense y los que huimos de la excesiva intensidad en las amistades. Si no quieres ver películas y quieres sacar tu pipa de maíz y degustar un buen tinto con un recital de lujo , desempolva en YouTube al genial George Brassens y su subtitulado concierto en el Bobino de 1969; mi insomnio y yo disfrutamos de lo lindo de los textos, las melodías y esa cara de no haber roto un plato del maestro de Sète. Si solo quieres música de fondo mientras preparas la cena, The Del McCoury Band y su The Streets of Baltimore, engarzarán una banda sonora deliciosa para tu retiro nocturno; solo por disfrutar de su versión del clásico Misty ya vale la pena el álbum. Y, por último, si lo que te apetece es leer mientras tus vecinos corretean las escaleras vestidos de princesas radioactivas, el libro que narra las aventuras y desventuras de un autoestopista muy especial, el creador del trash, John Waters, que decide hacer un viaje a dedo desde Baltimore a San Francisco con un cartel colgado en que pone «no soy un psicópata». Toda una película en papel con las situaciones más esperpénticas que una cabeza como la de Waters puede imaginar. Elijas la opción que elijas, disfruta. Los muchachos y yo estaremos guitarra en ristre en la terraza del Bahía Málaga, decorada para la ocasión a eso de las ocho de la tarde... Si no puedes con ello, únete.