La compañía Atalaya presentó dentro del Festival de Teatro de Málaga Maratsade, de Peter Weiss con dirección y adaptación de Ricardo Iniesta. En el Teatro Cervantes pudimos ver esa representación que dentro del sanatorio mental de Charenton, durante la Revolución Francesa, pone en pie el propio Sade con la intervención de los pacientes. Los locos residentes en el centro casi penitenciario propio de una época en que al demente se le encierra para aislarlo del mundo repiten los textos aprendidos sin dejar que por momentos su opinión sobre la muerte del revolucionario Marat y la propia sublevación afloren. El ensayo de la puesta en escena será revisado por el director del psiquiátrico que representa la burguesía y pretende reconducir el orden para que el ánimo de los enfermos no se altere ni altere las normas de la institución. Lo cierto es que el complejo entramado en el que el metateatro hace uso de su singularidad para poner en evidencia la verdad sobre la ficción está presente en la puesta en escena. Así también, y esto para los estudiosos, está la presencia del teatro épico de Brecht, el de la crueldad de Artaud, y el grotesco de Mejerhold. Mucha gente. Pero el resultado merece la pena. La confluencia da sus resultados. Aunque para el espectador que simplemente viene a entretenerse viendo un espectáculo tanto dato no signifique gran cosa si lo que ve no es coherente, y aquí afortunadamente lo es. El gran despliegue de actores ya de por sí es un mérito, quince representadores es un riesgo laboral estremecedor hoy para una compañía privada. Y deben sentirse orgullosos del trabajo porque lo pueden poner arriba de sus currículos. La experiencia logra un resultado brillante que, como siempre pasa permite destacar a unos más que a otros, pero para eso existen los protagonistas. Aunque podemos decir que el trabajo, que no transige con relajar al personaje, mantiene los tipos constantemente en una elaborada construcción física. El ritmo, merced al empleo de partes musicales y la ingeniosa escenografía de cortinas que abren y cierran los espacios privados y comunes, contribuye a hacer asimilable el discurso denso que subyace detrás. A veces, eso también, sacrificando buena parte de la profundidad del discurso, demasiado aligerado, pero sin que resulte una pérdida en la exposición que se ve compensada por las sensaciones que hecho sí logran las imágenes y el ambiente. El resultado es atractivo y consecuente. Una que no habría que haberse perdido.