Filarmónica de MálagaDirector:

Manuel Hernández-Silva. Programa: Sinfonía nº 100 en sol mayor, hob.I/100, Militar de F. J. Haydn, y Sinfonía nº 10 en mi menor, op. 93 de D. Shostakóvich.

Algo más de dos centurias separan las páginas que protagonizaron el último abono de la Filarmónica, que afronta la recita final de su temporada con sendos programas cargados de interés, muy a pesar de la escasísima respuesta que el concierto pasado tuvo en la agenda cultural. Y es que el circo pudo más que la entrega de un conjunto. El titular de la OFM, el maestro Hernández Silva, firmó una página difícilmente superable, especialmente tras la interpretación de la Décima de Shostakóvich.

Discípulo de Porpora, Haydn, junto a Mozart, representa la cima de la escuela de Viena. Su esquema sinfónico configura la base sobre la que el propio Beethoven crea el legado de las nueve sinfonías. Al alba del dieciocho, Haydn, libre de las ataduras de la casa Eszterházy, viajará a Londres en dos ocasiones.

Justo en la segunda visita escribe la número cien de las ciento seis sinfonías que firmaría. De toda esta colección de las Sinfonías Londinenses, la anotada en sol mayor es quizás la más conocida e interpretada. El acompañamiento de la percusión a la turca del segundo tiempo la caracteriza de cierto aire marcial que unidas al metal y los timbales refuerzan estos aires. Metal y timbales que también están presentes en esta colección.

Hernández Silva configuraría una lectura cargada de acentos bajo un control exhaustivo de la dinámica del conjunto. Desde de aquí la OFM nos propuso un Haydn convincente, con más empaque que el anecdótico colorido, y decimos esto porque tras el descanso La Cien al lado de La Décima apetecía un liviano divertimento. Sin embargo, los pocos que nos citamos en el Cervantes encontraríamos un andante inicial ordenado en su forma, enérgico en el allegro y virtuoso en el finale.

Muerto Stalin, el hábil Dimitri, que había sorteado la asfixia del régimen y la censura soviética, ve en su sinfonía en mi menor la primera oportunidad para desplegar con prudencia todo el discurso que encierra la sinfonía, muy cercana en cuanto a la forma a la tradición clásica, en la que no faltan las citas a Bartók, Prokofiev, Mussorgsky, Tchaikovsky o el mismo Mahler, sobre unos reveladores versos de Pushkin que nos anotan el tono biográfico que el compositor ruso imprime en este trabajo: angustia, silencio, memoria y heroísmo. Casi una década separan la estrenada en el cincuenta y tres de la Novena sinfonía, el famoso Decreto Antiformalista invitó al músico a arrinconar el trabajo sinfónico y concertante hasta nuevos tiempos que llegan con el fin del terror estalinista, si bien años antes el compositor ya estaba esbozando este décimo trabajo.

Manteníamos el recuerdo de la lectura del titular de la OFM con la sinfonía nº 12 la temporada pasada o la impecable interpretación de La Quinta y el conjunto malagueño volvió a mostrar el altísimo nivel que posee dentro del panorama nacional. El sombrío e irrespirable tono del extenso moderato asentado en un breve motivo de dos notas avanza su desarrollo heroico del tiempo conclusivo -entre medias, las señoras contemplaban las fotos de los nietos- sobre la base del equilibrio de fuerzas y pulso preciso marcado por el maestro Hernández. La sinfonía exige concisión y ese aspecto lo encontramos en el allegro del segundo tiempo, destacado por su impactante velocidad, en contraste con la huida de las sombras que comienza a despejar la orquesta a partir del allegreto. Con el definitivo andante-allegro se culminaba una versión difícilmente contestable por la OFM. Titular y profesores firmaron un concierto imposible de olvidar.