Málaga Cantaora, pero cuidao con la hora, era uno de los versos que dedique en la apertura de un nuevo grupo que apoya la música en directo en Málaga, Málaga Déjame que Te Toque, iniciado por el amigo Adolfo Caimán. Esto en cualquier ciudad europea sería como se dice por aquí un gastaero de tinta en el artículo, pero parece que el afán europeísta de nuestros políticos locales tiene más que ver con las subvenciones culturales que cazan al vuelo que con hacer que la cultura cale realmente en el personal, y encima lo ponen bastante difícil a los que fuera de su círculo de amigos lo intenta.

La última muestra de este sinsentido es la aparición policial en la terraza gourmet de El Corte Inglés en pleno concierto del maestro del blues Lito Fernández, cerrando el chiringuito musical, apelando a una denuncia de alguien sin más afán que el revanchismo contra el programador de los conciertos allí por revanchismo. Así se puso fin, sin más preguntas, a un magnífico año de conciertos en el que ha pasado lo más granado de artistas de la capital y grandes estrellas internacionales como Jorge Pardo, Carles Benavent o Javier Colinas.

Una raya más para el tigre de la miseria musical en que nos movemos los que nos ganamos el pan con las siete notas, donde tenemos que estar a expensas del vecino al que no le molesta el ruido sino que no quiere meneo en su barrio, a los gestores culturales que se denuncian mutuamente y todo ello con los músicos de por medio, sin dar la posibilidad de réplica pues te abren expediente y a la próxima denuncia ya te están multando, las licencias bajo llave y la mayoría de las que existen las usan para poder cerrar más tarde de las seis de la mañana y la única guitarra que ha visto su local es la de tío Pepe en feria.

Tablaos. Otro caso que te remueve el estómago es el de los tablaos. Siempre he dicho que el turismo de aquí está muy desaprovechado: sin lugar el turista no tiene ningún estímulo para sentarse y disfrutar... Cuatro tapas, cuatro cañas y a esperar el autobús que lo lleve a ver Sevilla y los tablaos del Sacromonte en Granada. Qué daño hace que un turista a mediodía pueda disfrutar de un espectáculo flamenco en un bar o que después de comer se pueda sentar en una plaza o en una terraza a escuchar a una banda de jazz, blues o cualquier estilo que tenga pellizco y calidad con una propuesta que no moleste a nadie, con una programación seria y con la unión de hosteleros y programadores; músicos y artistas en general, monólogos, danza, magia lo que sea, pero que no tengamos que estar asustados... Propuestas fuertes y no robagallinas, salas bien acondicionadas, sin que nadie pueda apelar al ruido... ¿Por qué cuesta tanto sentarse a hablar?

Lo primero que dicen es que no se dan licencias y que fuera del Centro, lo que quieras. ¿Dónde está el negocio, señoría? En los Asperones o donde trasiegan miles de personas a diario. ¿Por qué este miedo a los artistas? Los artistas también votan al igual que sus queridos vecinos; hay que legislar para todo el mundo y más cuando se trata de cultura real y no la impuesta a golpes de talonario para colgar cuadros en alcayatas y decir lo cultos que somos. La cultura es otra cosa, es la que tiene cada uno de sus habitantes, lo que realmente les cala, lo que normalizan, lo que ven y entienden, lo que respetan.

Creo que el vaso ya está más que rebosado y es hora de levantar el pie del cuello con el que nos tienen; es hora de hacer ruido de verdad, del que les molesta realmente, el ruido de la gente de la calle en la puerta del Ayuntamiento, de la mayoría no silenciosa. Ya está bien de quejarse mientras recoges las cosas del concierto con la cara descolgada porque te han cortado el bolo por esa mágica denuncia. Es hora de moverse y decir que lo de la música a otra parte lo vamos a cambiar por con la incultura a otra parte, con las actitudes miserables a otra parte y a jugar con el pan de los profesionales a otra parte.