Como cada vez que pisa un escenario, Rafael Álvarez El Brujo nos atrapa a todos los asistentes con sus encantamientos y sortilegios, utilizando solo la palabra desde las tablas del Teatro Cervantes. En esta ocasión su elaborado monólogo es sobre la figura de Miguel de Cervantes y su obra cumbre El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Con su particular verborrea domina todos los recursos escénicos cambiando tonos de voz, recreando personajes y situaciones, declamando, gesticulando y hasta improvisando pasos de baile. Con gran despliegue humorístico maneja la ironía, la pasión, la picardía, la emoción, desde fragmentos de la más pura poesía y alta erudición, hasta los cotilleos sobre noticias de la actualidad y la situación política. Todo lo mezcla y combina en un alarde de genio y maestría, aunque más tarde nos aclare que muchos de sus dichos son pura invención o locura.

Porque ahí es donde fundamentalmente centra su juego, en la paradoja entre la ficción y la realidad, en la apariencia física de las cosas donde todo depende del modo en que se miren. Así la vida puede ser un sueño, el delirio de un loco y la pura creación, pero la herramienta fundamental para recorrer este mundo nuestro es la fe, la ley en el uso de la palabra. Y él maneja esa herramienta como muy pocos, dicción hablada, engolada, silbada, cantada, chasquida, arrastrada, ahogada o rotunda en un batiburrillo de escritores, pintores, políticos, filósofos, santos o delincuentes, para desgranar un discurso atrapante que despierta la admiración del público. Interactúa con gran soltura con los espectadores, puede parar una ovación o burlarse cuando le festejan los chistes subidos de tono mientras no aplauden del mismo modo las bromas más intelectuales y elaboradas.

La puesta en escena, escenografía y vestuario son absolutamente minimalistas, cosa de la que él mismo se jacta e ironiza, con alusiones a los recortes y la crisis. La misma comunicación que con el entregado público la tiene con sus técnicos, pidiendo a viva voz la musicalización o las luces, creando diferentes climas y acciones, cosa que acentúa la sensación de un espectáculo con improvisación, pero que en verdad cada gesto y cada palabra están muy bien pensados, con su correspondiente relación en ese espacio escénico tan despojado.

Es un especial y desbordante acercamiento para sumergirnos en el maravilloso mundo del Quijote y sus misterios, que como dice el propio Brujo muchos todavía lo desconocen porque no lo han leído.