"Que tus manos siempre estén ocupadas, que tus pies siempre sean veloces y que tengas una fuerte base para cuando el viento cambie de golpe... Que tu corazón siempre esté alegre, que tu canción sea siempre cantada", nos espetaba el tío Bob en una de sus canciones. También decía eso de que no hay nada más estable como el cambio y no le falta razón: cada día es una película nueva, días que no sabes por dónde van los tiros, el camino se difumina y solo queda la luz de la esperanza que ilumina solo a un palmo de tu vista en una oscuridad que se puede masticar. En cambio, hay días en los que se ilumina el sendero, se vislumbra un horizonte de apetecibles montañas y un cielo azul que saca pecho como si nunca hubiera tenido ese color. Días sin mucho en lo que pensar y otros en los que se satura la agenda de buenas noticias que llegan como un buen trago después de un largo camino con la cantimplora vacía. También decía Bob que sus pasos los guía un barco amotinado de proa a popa, un viaje hacía un destino incierto con la cabeza siempre en lucha por mantener el timón que lleve a buen puerto, aunque no sepas donde está. Estas semanas pasadas fueron unas de ésas donde el sol brilla con una luz cegadora, donde falta tiempo por todas partes y la agenda está a punto de estallar. Hace un par de ellas estuve con mi hermano Twanguero, que se vino a La Cochera Cabaret con la banda al completo. Un show afilado hasta el extremo, hipnótico y donde tuve la oportunidad de participar de la fiesta y tocar el cielo guitarrístico con un Folsom Prison Blues que supo a gloria. Al día siguiente, y tras una noche de celebración de la amistad y la música que no tuvo fin, otro grande que siempre que levanto el teléfono se viene con buenas noticias, Rubén Pozo, brindó otro momento de arte sublime y de sentirte en casa junto a el y su gran banda; esta vez le tocó a La Chica De La Curva, donde me aventuré a agarrar el slide y tirar de B Bender con un momento donde la humildad y el corazón de este tipo tan grande volvió a dejar su huella dejándome el escenario a mi merced para desahogarme a gusto con la guitarra y volver a tocar el techo de La Cochera Cabaret. Otra noche para el recuerdo que alimenta aun más si cabe la hoguera interior confirmando que vamos por el buen camino.

Dentro de cada cosa hermosa siempre hay algún tipo de dolor, decía el Zimmerman, que se mitiga pisando un escenario y ahuyentando los demonios de la oscuridad, dando luz a golpes de Telecaster rodeado de otros tantos locos que andan en la misma batalla. Mientras escribía estas líneas el teléfono sonó; una voz tan reconocible que parece mentira: «Zurdo, el viernes estoy en el Teatro Cervantes, tráete un ampli y dile a la Faraona -mi madre- que prepare unas croquetas de las suyas para el catering. Un abrazo de gol». Don Jaime Urrutia al aparato y a mí se me cae el corazón a los pies. Siempre me preguntan cómo se puede vivir de la música y yo les respondo que vivo de la música pero literalmente: podría morirme tranquilamente al terminar esta frase y les puedo asegurar que lo haría tranquilo y orgulloso de las cosas que estoy viviendo y de haber conseguido todos los sueños que parecían inalcanzables. «Ayer siempre es un recuerdo y mañana nunca será lo que se espera que sea» (Bob Dylan).