¿En qué momento supo usted que quería escribir la biografía de Antonio Montiel?

Comencé a barajar esa posibilidad desde hace ya algún tiempo, tres o cuatro años. El sentimiento de admiración que sentía por su arte fue lo que en primicia me impulsó a escribir su biografía. Yo admiraba su pintura, esa perfección de técnica y estilo indiscutibles, sobre todo en la belleza de los rostros femeninos a los que su pincel supo dar vida. Sí, digo supo dar vida porque los retratos del pintor del alma, apelativo que define su arte, no sólo manifiestan la belleza que podemos observar en las superficie de lo que vemos en su externa apariencia sino que, a través de la mirada, el pintor nos conduce a los entresijos más profundos del alma de sus personajes; por eso, a mi juicio están dotados de vida y ése es el arte verdadero. Y esos autorretratos con el rostro de Cristo: Ecce Homos, Crucificados, con la Cruz a cuestas o Coronados de espinas, con expresión de serena amargura; una perfecta simbiosis de lo divino en lo humano; y esas Vírgenes donde nos muestra el símbolo de su martirio o santidad. Realmente, siempre me impresionó su arte sacro, donde, en tono grave y solemne, rinde fiel homenaje a lo sobrenatural, todo ello a la luz de un inmenso humanismo. Resulta impresionante la sobriedad de la mímica por su grandiosidad, por su arrebato místico y dramática serenidad de sus rostros.

Y eso le llevó al Antono Montiel persona...

Tengo que confesar que cuando lo he ido conociendo cada día más, a través de innumerables conversaciones, mi admiración se ha acrecentado especialmente porque he descubierto a un extraordinario ser humano. De forma que me han atraído el personaje y la persona.

Muchas veces conocer detalles de la vida de un artista termina con su mística, con su misterio y empieza la decepción. Parece que en su caso ha sido justo lo contrario, que conocer al hombre ha hecho que admire aún más al artista...

No cabe duda de que mi admiración por el artista persiste y persistirá porque incluso esa pintura magnífica de pincelada suelta, llegué a someterla a un detenido análisis fisonómico y psicológico, atreviéndome a dibujar con palabras el sentimiento de admiración que iba produciendo en mí la contemplación de sus cuadros, sentimiento que reproduje en varios artículos que vieron la luz en este medio. Pero es cierto que cuando he conocido más de cerca al hombre, más he admirado, aún si cabe al artista, pues he ido descubriendo aspectos desconocidos de su rica y polifacética personalidad que me atraían de forma muy especial: su forma de ver el mundo, esa necesidad de búsqueda permanente de una trascendencia y de conocerse a sí mismo. Sin duda, como bien dice el conocer al hombre ha hecho que admire aún más al artista. Ésa, realmente, ha sido mi experiencia.

Antonio Montiel acostumbra a ser el retratista; aquí, en su libro, es el retratado. ¿Qué le ha comentado sobre el retrato que ha pintado usted con palabras?

Creo, al menos eso me ha manifestado, que ha quedado muy contento con el resultado. Es más, en el último apartado del libro, que encabezo con el título Pensamiento y sentimiento: La búsqueda de la paz, me confesó lo gratamente impresionado que estaba porque mis palabras habían sabido retratar su verdad. Creo que en muchos aspectos se ha producido una verdadera simbiosis entre biógrafa y biografiado. Eso no lo esperaba, ha ido surgiendo de forma casi mágica conforme me iba adentrando en cada capítulo.

¿Cree que, a pesar de todo, Antonio Montiel sigue siendo un gran desconocido en su propia tierra? Él mismo dice en el libro: «Málaga siempre ha sido un poco madrastra para mí. El pueblo sí me ha admirado y sentido especial devoción por mí, pero no me he sentido suficientemente valorado por parte de determinados sectores».

En absoluto. Málaga lo adora. El pueblo, especialmente, siente verdadera veneración por él. A nivel institucional también es un pintor muy querido y reconocido, con una interminable serie de premios y reconocimientos que le ha otorgado su Málaga. Si en alguna ocasión ha manifestado que su tierra ha sido en ocasiones un poco «madrastra», se refería a la oficialidad porque al parecer valoraba más la estética vanguardista muy lejos del sentir de nuestro artista que siempre se decantó por la estética figurativa realista, cuyo maestro indiscutible fue Velázquez al que siempre consideró el culmen de la pintura naturalista universal. Hoy, tanto para las instituciones como para el pueblo el nombre de Antonio Montiel produce sano orgullo a todos los malagueños, y es que fue y sigue siendo un verdadero maestro. Su carácter reflexivo y sereno, ardoroso y polémico, pleno siempre de amor propio, de ilusiones y grandes sueños, le han situado en el campo de los más insignes pintores españoles del siglo XX y del siglo XXI.

En diversos pasajes del libro se insiste en que quizás Montiel haya nadado a contracorriente artísticamente, que quizás su obra pertenezca más al siglo XIX que al XX o, ahora, al XXI. ¿Está usted de acuerdo en esa apreciación, o cree que el arte no tiene, en realidad, tiempo ni época?

El arte verdadero es intemporal. Por eso en esa armonía de contrarios donde se da el equilibrio de lo clásico están presentes incluso las vanguardias. El Arte con mayúsculas es eterno. Si en el libro he manifestado en ocasiones que podía haber sido un pintor del XIX, me he referido fundamentalmente a su concepción del Arte, a los pintores que le marcaron, al equilibrio de sus formas, efectos lumínicos y perfección de técnica y estilo e incluso también a su forma de ver el mundo. Pero, en realidad, el Arte de Antonio Montiel no tiene edad, ni tiempo, ni época; es decir, las aglutina todas.

Asegura que varias rasgos de la personalidad de Montiel le acercan a la «genialidad». ¿Podría abundar en ello?

Siempre lo he creído. Desde niño ya se intuye al genio. Y dígame si no es genialidad que un niño de tres años y medio, obsesionado con el rostro de la actriz malagueña Marisol desde que la contempló en una revista, tratase de dibujarla en una libreta con un lápiz y la gente, al contemplar los trazos de ese rostro angelical ,reconocieran a la cantante. ¿Eso no es genialidad? Además pese a su posterior formación académica en la Escuela de Artes y Oficios Antonio Cañete de Málaga y más tarde en la Escuela de Arte de El Egido, yo lo considero un autodidacta con una genial capacidad intuitiva y un luchador incansable por demostrarse a sí mismo y al mundo lo que llevaba dentro y alcanzar el cénit de los grandes. Digo esto porque durante su etapa del Servicio Militar en Madrid, los militares también descubrieron al genio, sorprendiéndose el Coronel Colmeiro, que estaba considerado como un gran pintor, que no hubiera realizado la carrera de Bellas Artes, añadiendo que cerebros como el suyo no la necesitaban. En esa época realizó el retrato del rey Juan Carlos I de España, con la sencillez que le caracteriza y el empaque propio de un monarca para regocijo y admiración de todos los militares y especialmente del citado Colmeiro. Tenía sólo 19 años.