La primera vez, en 2002, recibió una Biznaga colectiva concedida a todos los actores de Smoking room. En 2006 acudió con Remake y Triunfo y logró el galardón por ambos trabajos. Luego recibió el Premio Málaga de manos de Antonio Banderas, al que le manda «el más grande y fraternal de los abrazos». Su cuarta Biznaga fue en 2013, por Anochece en la India. Juan Diego vuelve a estar en la terna de los que optan a premio en Málaga por su trabajo en No sé decir adiós, filme que ayer entró fuerte en la competición del certamen. La ópera prima de Lino Escalera cuenta la historia de un padre (Diego) y dos hermanas (Nathalie Poza y Lola Dueñas) que se reencuentran ante la enfermedad terminal del primero y que no consiguen aceptar esa realidad.

No sé si sabe que en Málaga algunos le han apodado «El biznaguero», puesto que atesora más premios del Festival que nadie.

¡Pero qué canallas que sois! [risas]. La verdad es que he tenido la suerte de que todas las películas con las que he venido han mojado. Así cualquiera.

Esta película viene a reflejar cómo nos enfrentamos a la muerte. ¿Cree que somos conscientes de que un día será nuestro último día?

Sería bueno pensar que lo importante es irse contento de haber vivido. Pero eso cuesta muchísimo en esta puta sociedad. Pensamos que el poderoso se va contento cuando muere, pero no es así: tampoco se marcha contento. El mejor antídoto para eso es no enterarse de nada, como cuando naces. Hay que procurar que la marcha sea rapidita. Lo que ocurre es que en este tipo de enfermedades nos encontramos con un proceso largo y doloroso. Y en el que la familia nunca está a la altura.

¿Pueden estar los familiares a la altura de la muerte?

En las familias también se da eso del «y tú más», que en la película se representa con la llegada de mi hija Carla [Nathalie Poza]. Creo que aquí lo que sí vemos es cómo actúan esa familias que nunca han hablado y se unen por la muerte del padre. También habla la película de la incomunicación de las familias.

¿Está usted preparado?

Estoy preparadísimo para irme, llegado el caso, con la misma inconsciencia que cuando llegué. Y si no hay dolor. Sin esos procesos de dolor tan grandes.

Hay lugares en los que la muerte es tratada de forma cotidiana. En Andalucía es muy común recibir la visita de «el de los muertos», que viene cada mes a casa a cobrar los funerales de las familias.

En mi pueblo, el que venía a cobrar era Paco «el de los muertos». Y se le pagaba todos los meses el ataúd. Cuando había un entierro, los niños iban detrás del muerto, que llevaban a hombros hasta el cementerio, durante todo el recorrido. Estábamos siempre en contacto con la muerte. Ahora no. Ahora se ha velado. Y si los niños no conocen las vacas cómo van a conocer la muerte. Hoy no se le ocurre a nadie llevar un niño a un velatorio. Les ocultamos la muerte pero les dejamos ver las bestialidades que se comenten a través de la televisión y de las maquinitas. Este modelo de sociedad ha institucionalizado a la muerte como una mercancía invisible y que cuesta su dinerito.

¿No cree que los esfuerzos que se hacen contra el cáncer no son los suficientes?

Parece que cada vez se acercan más. Además, creo en el conocimiento de los científicos honestos, no en el de las farmacéuticas grandes, que son unos canallas. Siempre se puede hacer más, sobre todo en las enfermedades desconocidas de los niños. Donde yo investigaría sería en ese campo. Y también pediría otro tipo de moral en los cuidados paliativos. Que si alguien decide irse, que pueda hacerlo.

La eutanasia y la religión no son buenas compañeras...

La religión, la moral y la neurosis de esta sociedad enfermera. Cualquier ley está por encima de la libertad de tu pensamiento. Si dices que quieres irte hoy, hay una ley que te lo impide. Por no hablar de la iglesia católica que tiene sus millones bien metidos en este negocio. Cómo te vas a ir de rositas. Se les cae todo el tinglado, claro. Es una broma macabra lo de esta gente con lo de la muerte. Y con lo de la vida...

Sus compañeros de profesión lamentan que las películas de clase media están desapareciendo. Que solo hay grandes cintas de gran presupuesto o pequeñas películas artesanas.

Es que la existencia de la clase media social está en riesgo. Está desapareciendo. La clase media está siendo descapitalizada, cada vez le llega menos. Y al igual que recortan en educación y en sanidad, recortan en cultura. Hacer una película es una aventura. Al final las majors americanas son las que deciden qué se estrena y que no. Y lo que ahora llega a las salas son esas grandes producciones de las televisiones con las que es imposible competir. Uno pasa a ver pura mercancía. Y es un todo, no solo el cine. Es una política destinada a acabar con el pensamiento, con el sentir. Ahora es todo mercancía, mercancía y consumo, consumo.

¿No hay futuro?

Claro. El futuro está ahí. El asunto es hacerte con él. El futuro está ahí esperándonos. ¿Cómo llegar? Pues no sabemos. Pero el futuro está ahí y lo tienen cogido por las orejas los de siempre.

Los de siempre han estado a punto de irse...

Y por primera vez los hemos visto nerviosos. El peligro es que había cinco millones y medio de votos fuera del sistema. Pero el sistema está ahí y la política económica ha dicho que de aquí no se sale ni dios.