El cine español sufre de inanición. Es una frase que escucharán pocas veces así de contundente en sus tripas, las del festival, que repite que no, casi siempre, como un mantra, pero es así. No son los noventa ni los primeros años del nuevo siglo y levantar una película cuesta Dios y ayuda como pocas veces antes había ocurrido. Lo dicen los directores, no uno, pero lo dicen con la boca chica para que no parezcan unos pedigüeños. El resultado es que un director hace una buena película, vean las ganadoras de pasados certámenes, y le es ya difícil distribuir la cinta ganadora cuanto más hacer otra de mayor ambición. Algo que sería el paso natural.

Un efecto colateral de esta crisis que parece perpetuarse es la vuelta al cortometraje de algunos directores que si ven pintiparada la ocasión, el dinero fácil de una subvención o de un anunciante, corren a asumir ese trabajo porque obviamente tienen que llenar la nevera como cualquier mortal y a fin de cuentas se repiten que es tan sólo otro formato, otra manera de narrar. Y realmente también es así, aunque al consumidor español ya le cuesta ir a una sala convencional más si es para ver un corto (ayer estábamos cuatro gatos viendo el de Sánchez Arévalo para Gas Natural Fenosa, claro que también era a las 15.00 horas).

Ayer tuve la suerte de ver otros dos de ellos. Ambos muy aconsejables, con su complejidad y sus sensibilidades dispares, y que están siendo mostrados en este Festival de Málaga. Uno, adelantado por link, el de uno de los directores de culto más sobresalientes del país, el malagueño Chiqui Carabante, que con Normal vuelve a presentar una historia de las suyas, con su leit motiv filosófico, con mucho de inadaptación, marca de la casa. Se trata de la simple y a la vez incisiva historia de un personaje que decide salir a la calle sin camiseta y abrazar y besar a la gente. «¿Es eso malo?». De las reacciones de sus amigos y de su interés porque vuelva a la normalidad parte este relato.

Microteatro

Carabante, que emigró a Madrid a buscárselas con el teatro, se encontró con una improvisación interesante pero que no cuadraba para una nueva obra de su Club Caníbal. Se decidió a hacerla en microteatro y luego vio que era carne de cortometraje. Una vez dado este salto, nos regala esta maravillosa incisión en el pensamiento líquido que embarra nuestros días. En estos días de apariencias en redes sociales.

Él mismo reconocía recientemente que estaba un poco cansado de ser un director de culto, cargar con ese sambenito, «a ver si me sale ya algo comercial», decía entre risas, y que este trabajo simplemente le llegaba de la dificultad entre película y película de financiarlas. Lo que reafirma esta era de tiesismo del cine español. «Hay gente para la que es más fácil financiarlas pero no para mí. Hubo quien me dijo que era cambiar, pero en literatura se puede ser novelista y pasar al género de cuentos pero en el cine parece que es un paso atrás. No es una carta de presentación, es un formato narrativo», me defendió.

Escuela y recurso

Entre estas dos aguas, ambas ciertas, se mueve cierto auge del corto como escuela y como recurso alimenticio válido también para los consagrados que antaño no lo frecuentaron mucho al alcanzar la fama, al menos en España. Sorogoyen, por ejemplo, lo ha dicho claramente en alguna entrevista: ja aprovechado que había una subvención al alcance y se ha tirado al barro. Él mismo se ha quejado del poco recorrido que tienen las películas en España. Y por eso la ambivalencia a la que obligan a los nuevos realizadores.

Isabel Coixet, reconocidísima ya no sólo en España, ha sido otra que ha venido a Málaga con corto, en este caso No es tan fría Siberia, que ya se ha proyectado y que venía a suceder a su año del trabajo en este formato para Gas Natural Fenosa que en esta edición le ha tocado a Daniel Sánchez Arévalo, otro consagrado. En tu cabeza que así se titula el suyo, se aferra a lo poético para decirnos que el es complicado luchar contra el destino, si bien la referencia a la empresa pagadora es tan forzada que parece hasta parodia.

Todos y cualquiera lo haríamos, pasar por el aro. Porque a fin de cuentas también es un patrocinador encubierto el gobierno que amplía las ayudas a las subvenciones y de eso también se nutren las grandes producciones. Lo que está claro es que los espectadores no están todavía preparados para ir a una sala a sentarse tan sólo entre veinte y cuarenta minutos.