Pedro Miguel, de 74 años, ha cumplido el sueño de navegar toda una vida, superando una infancia muy dura en La Coracha, en la que perdió a su padre, carabinero, y a varios familiares fusilados por ser comunistas, mientras su madre tuvo que cuidar a los tres hermanos.

"Yo no pude entrar ni en la escuela, ni en el instituto. Si había que vender agua en la plaza de toros, ahí que iba yo", confiesa. El joven Pedro trabajó también en un despacho de abogados de la plaza de Mitjana, el de Manuel de la Cruz, pero con 14 años ya tenía claro cuál sería su destino. "Ya entones tenía la cartilla naval para cuando llegara la mili".

Con 19 años marcha a Cádiz al servicio militar y allí es seleccionado, "porque me sacaron ´distinguido en religión", para ayudar en la finca del cardenal Segura en Sanlúcar de Barrameda.Y un buen día llegó el gran momento: "Pidieron voluntarios para el Juan Sebastián Elcano y me levanté el primero, aunque mis compañeros decían que estaba loco".

A los tres días zarpa en un viaje de nueve meses que le llevó, en 1954, a Liberia, República Dominicana, Panamá, el sur de Estados Unidos y Nueva York. "Me causó una impresión enorme África, fue muy desagradable ver a los padres, en las afueras de Monrovia, ofreciendo a sus hijas".

En Estados Unidos descubre un mundo a años luz de España: "Recuerdo que vimos una mujer policía con faldita y una chavala con patines, también con falda corta. Nosotros eso no lo veíamos en España".

En el buque escuela, por cierto, ya despunta como pintor y decora con dibujos las cintas que se ponen los compañeros cuando se licencian.

Al arribar a Cádiz, el joven Pedro se licencia y su hermano le anima a entrar en Trasmediterránea, compañía en la que trabaja de camarero. Pedro Miguel comienza como camarero una fructífera carrera de 35 años, pasando por todas las líneas de España, en barcos como el ´J.J.Sister´, el ´Vicente Puchol´ o el ´Antonio Lázaro´. El marino malagueño ha llegado incluso a cubrir la línea con Guinea.

"La vida en el mar es dura, pero más dura es para la familia", confiesa. En su trabajo, hubo épocas en las que sólo tenía 20 días de permiso, así que tardaba seis meses o incluso un año en volver a ver a su mujer y a sus hijos.

En las horas de asueto en alta mar, el malagueño sigue pintando, utilizando a veces hasta la tablilla de una caja de quesos para plasmar unos bodegones que hoy luce en su casa.

En 1988 se jubila y puede dedicar más tiempo a la pintura, siempre con una máxima: no vender sus cuadros. "Gracias a Dios no me hace falta para vivir, he expuesto en muchos sitios y mi placer en enseñar los cuadros. Que la gente los vea", confiesa.

El artista malagueño ha formado una colección de más de un centenar de cuadros de los veleros más famosos del mundo, que sigue ampliando. De hecho, si regala algún cuadro, "no me quedo sin él porque pinto uno de ese barco, aunque sea en otra posición". Tampoco se olvida de invitar en las exposiciones que organiza a los capitanes de los barcos en los que ha trabajado.

Entre cuadro y cuadro, Pedro no pierde la ocasión de hacer una visita a ´su Juan Sebastián Elcano´ cada vez que regresa a Cádiz y ya tiene fotos de él y sus nietos en el buque escuela, en una visita a Málaga.

Tantos años de sacrificio han merecido la pena. "He navegado más que Magallanes, y que Colón. La mar es mi vida; lo he pasado bien y mal, pero si volviera a nacer sería marinero otra vez", confiesa feliz.

El tifón en mitad del Caribe y el incidente con el tiburón capturado Saliendo del Golfo de Méjico, el buque escuela Juan Sebastián Elcano se topó con un tifón que les mantuvo cerca de ocho días a la deriva. "Se hizo de noche de golpe, el viento se llevó las velas y hubo heridos", recuerda Pedro Miguel. A juicio de la tripulación, se trató de una imprudencia del comandante. "Los oficiales decían que en Charleston habían leído en los periódicos que se aproximaba un tifón. El comandante, viendo que habíamos salvado el barco, nos dijo que nos merecíamos la medalla al Mérito Naval con distintivo rojo, pero que sólo se la podía poner a tres". Cuando el comandante llegó a Cádiz, él mismo ´se arrestó´ un mes por su imprudencia. Otro incidente a bordo fue la captura de un tiburón, cazado por un cabo. Un marinero taxidermista quiso examinar la cabeza ya cortada del animal, y la boca se le cerró de golpe al escualo. "Le cortó la primera falange", recuerda Pedro Miguel.