En estos días inciertos hemos conocido, o recordado, los artículos que se conservan de la Lex Flavia Malacitana, ese texto legal del Imperio Romano que convertía a esta ciudad en municipio de pleno derecho alrededor del año 74 de nuestra era. Ha sido gracias a una iniciativa del Colegio de Abogados, que ha reeditado una edición facsímil de la tablilla encontrada en la colina de El Ejido por un trabajador en el lejano 1851. Sólo son algunos artículos, pocos, en concreto 19, pero nos dan una idea de lo adelantada a su tiempo que estaba Roma –y por tanto, todo su territorio conquistado– hace dos milenios. Y también adelantada al nuestro, pues muchas de las leyes recogidas en el bronce original seguro que sonrojarían a más de uno y de dos y de tres de nuestros políticos de ahora. Sin mencionar el hecho de que casi todos los cargos públicos no estarían ejerciendo sus funciones: la Lex Flavia Malacitana obligaba a limitar los periodos de poder a un año y además había que avalar todo el dinero que se fuera a emplear en políticas para el pueblo. Así se buscaba la garantía de que nadie se quedara con nada que no fuera suyo.

Aplicación. La sensatez de este ordenamiento es tal que lo que cabe preguntarse es por qué no se aplica hoy día. Puede haber discusiones, obviamente. La Lex Flavia cerraba el paso de esta manera a quien no tuviera dinero, pues el artículo 60 especificaba que no se contarían los votos de quien no hubiera podido avalar la cantidad económica. Pero sí parece indiscutible que así se garantizaba el acceso a la función pública a quien realmente tuviera una inquietud de servicio a los semejantes. Es decir, que nadie con necesidades de dinero o ningún chorizo iba a presentarse a una elección. Quien lo hiciera no estaría motivado por el vil metal, seguro. Y otra cosa más: habría multazo de 10.000 sestercios a quien osara interrumpir o boicotear el normal desarrollo de los procesos electorales, que los había y muy garantistas. Aplíquese hoy día, por ejemplo, a aquellos piquetes que, cuando se convoca una huelga, no respetan el derecho al trabajo de quienes quieren seguir en sus puestos.

Ojo al urbanismo. Pero donde la Lex Flavia Malacitana debería ser dogma de fe es en el urbanismo. Imagínese hace dos mil años lo que era Málaga. Apenas una sombra –en tamaño– de lo que hoy es. Pues ya entonces existía la absoluta prohibición de destechar, destruir o demoler edificio alguno en el casco urbano, si no era para reedificarlo en el término de un año. Doce meses. Quien se dé una vuelta hoy por el Centro Histórico necesitará una calculadora para contar los solares vacíos y llenos de porquería que están repartidos por ahí. Muchos no llevan un año así, no. Llevan lustros, decenios. Con un ordenamiento como aquél, sería del todo imposible que la calle Beatas, por ejemplo, pareciera más una zona de guerra abierta que una vía que desemboca prácticamente en el Museo Picasso. Quien violara la ley tendría que pagar de su bolsillo al municipio una multa equivalente al valor de la finca. Cuántas barbaridades urbanísticas nos habríamos ahorrado con esta medida, y cuántos promotores sin escrúpulos o propietarios ambiciosos tendrían hoy menos pasta en las cuentas bancarias... Pero aquella época pasó, el Imperio Romano cayó y algunas de sus cosas buenas, de sus aportes a la civilización, desaparecieron para siempre... O para estar en un museo.