Mario Otero tiene los gemelos rocosos, casi de central de campos de gravilla. Su trabajo comienza y acaba en el movimiento. Más que un ejecutivo, es un peregrino, como buen gallego. Los trabajadores del Aeropuerto le describen como la antítesis del gestor acorazado por un frente de secretarias, apoltronado en informes y sillones de cuero. No se tarda en descubrir por qué. A primera hora de la mañana, supervisa los accesos al aeródromo. Después recorre las terminales metro a metro, pendiente de la última incidencia.

A los pocos días de asumir la dirección de Málaga, hace ya ocho años, sorprendió por su dominio de las instalaciones. Lo mismo hablaba de compañías que de la ubicación exacta de las tuberías menores. Cada dos baldosas, lo detiene un técnico, un hombre de protocolo, una limpiadora. Conoce por su nombre a los trabajadores. Sus orígenes no engañan. Otero no es el hijo de un alto cargo del ministerio, ni de un cacique minifundista con negocios de ultramar. Nació en Codeseda, una aldea de Pontevedra, de extracción humilde, responsable y con la nobleza de la lluvia que garabatea sobre la tierra. Allí residen sus padres y su abuela, otra andariega imperturbable, casi centenaria, que se recorre cada mañana el pueblo con la mirada puesta en las nubes del Atlántico.

De la infancia de un director de Aeropuerto, se esperan aviones de plastilina, esforzadas maquetas de bambú, cromos del primer Concorde. El caso de Mario es diferente. Estudió ingeniería aeronáutica casi por casualidad, o más bien por fonética. Le fascinaban las ciencias y abrió un libro de especialidades. El nombre le maravilló, aunque reconoce que no sabía muy bien su significado. ¿Una terminal? La de Málaga; la T4 de Barajas, en segundo término.

A pesar de su juventud, Otero no creció con el traje de los domingos. Empezó de becario, estuvo en Barajas, en el turno de noche. Su jefe, de nuevo la casualidad, era el actual director del Plan Málaga. De sus cuatro años al frente del aeropuerto de La Coruña, destaca el aprendizaje. Ahí aprendió el conocimiento global de las terminales, sus miles de movimientos, desde la primera maleta a los despegues.

Mario Otero no es un nómada. Le acompaña el terruño, la nostalgia, aunque sin fanatismos. Su móvil suena con una muñeira. Celebra los goles del Celta y también los del Athletic de Bilbao. Su humor es lacónico, continuo, inteligente y cercano. Tiene vocación de malagueño. Por si se le olvida, sus hijas, Celia Ming y Antia Qing, se lo recuerdan. Las dos son chinas, pero se sienten de aquí, lo llevan hasta en el acento. "Me dicen que si me trasladan a otra parte, que me vaya yo solo y vuelva por las noches", indica.

El director del Aeropuerto es un hombre familiar. No le gusta el protagonismo. Su despacho casi nunca se cierra. La música, para él, se detiene en los ochenta. Cita a Golpes Bajos, sonríe con sus paisanos Siniestro Total. El fútbol, en su caso, no es una metáfora. Se desempeña como lateral izquierdo en el equipo de Aena, división de Málaga, campeona de los últimos torneos.

La ligazón con la Costa del Sol le viene de lejos. La primera vez que estuvo aquí fue en la adolescencia. Su padre acostumbraba a meter a la familia en un 127 y viajar por todo el país. La primera parada fue Puerto Banús, en la época de la aristocracia y las celebridades. Compartían habitación y temblaban con los precios. "Se pidió una cerveza y casi se desploma con la cuenta".

La responsabilidad le viene a Mario en el código genético. De sus padres, empleado de banca y maestra, conoció la importancia del esfuerzo. También la obsesión por evaluar un problema desde sus latitudes más cercanas y remotas. Si le comunican una incidencia, va a comprobarla por sus propios medios. Debe ser por eso que acude a las reuniones de la mañana con una libreta en la que registra hasta el más mínimo contratiempo. "No se olvida. Si ve una bolsa de plástico en las inmediaciones, la apunta para que se cambie inmediatamente", anotan sus trabajadores. A su mujer, vecina de la aldea contigua, la conoce desde la infancia. La primera impresión fue negativa para ambos. Después hablaron, los prejuicios se rompieron. Mario infatigable, Mario va de frente.