Era el año de 1786 cuando vio la luz un libro muy curioso, escrito a su vez por un tipo más curioso todavía. El libro se tituló Diccionario Castellano y su autor fue un filósofo y teólogo, que sin embargo, ejercía como profesor de matemáticas y que respondía al nombre de Esteban de Terreros y Pando.

El libro es realmente curioso por el estudio que hace de las palabras, aunque para los malagueños lo es, porque en él se cita la palabra gringo y la definición, más curiosa todavía, nos indica que es un vocablo que se usaba en Málaga y que era utilizado para definir a todo aquel que hablara una lengua extranjera, especialmente a los de origen irlandés. Con lo cual, y siempre según Terreros, esa definición por la que se conoce mundialmente a los estadounidenses tiene origen malagueño.

Y si es así, lo conveniente sería saber cómo llegó ese vocablo, ya desaparecido en Málaga, hasta América.

Se sabe que hubo algunas expediciones hacia aquel continente que partieron desde aquí, al igual que se conoce la visita de Cristóbal Colón a nuestra ciudad, en 1487, con la sana y tozuda intención de convencer a sus Católicas Majestades en la conveniencia de financiarle su viaje. También sabemos que hubo un importante trasiego comercial y por supuesto, que el Virrey de Nueva España, actualmente Méjico, era un malagueño de Macharaviaya; es decir, que condiciones para que el origen de la palabra sea nuestro las hubo y sería una contribución más de nuestra ciudad a la expansión española. Y hubo muchas, aunque quizás ninguna como la de Ruy López de Villalobos.

«Todavía recuerdo nuestra partida en aquel puerto que llamaban de la Navidad en la ciudad de Jalisco. Fue el virrey de Nueva España don Antonio de Mendoza, quien en nombre de nuestro señor, el rey, puso en mis manos el negocio de buscar una ruta para las especias, esas cuyo monopolio parece solo pertenecer a portugueses, y encontrar un camino de regreso a casa.

Puso mi señor en mi gobierno y para el buen propósito de este negocio siete naves importantes con las que navegar pudiera esta mar océana y dio a mi cargo trescientos setenta marineros españoles de gran valor y experiencia, que junto a los indios que nos acompañaron, nos hicieron en número de más de cuatrocientos, aunque ahora ya, muy pocos quedamos.

Y aquí estoy, en esta que llaman Isla de Ambón, donde sé que se acabarán mis días y donde me encuentro por dos veces preso, de estos portugueses que me traen cautivo y de estas fiebres y temblores que me llevaran, muy pronto, a encontrarme con mi Dios.

Nací en la más bella ciudad que el Mediterráneo besa, en la muy noble y española ciudad de Málaga, en el año de 1500 de donde aún mi cabeza retiene la vida de mis primeros quince años. Allí vieron mis ojos las primeras naves que partieron a las conquistas y negocios con las gentes de África y allí tuvieron noticias mis oídos de las aventuras de las nuevas tierras, que en nombre de mi señor se habían tomado para ser cristianizadas y reportar grandes venturas y grandes tesoros para quienes quisiéramos explorarlas. Ya nunca volveré a ver mi ciudad de Málaga y eso me quiebra el alma.

Muchas cosas me han pasado desde aquel 1 de noviembre del año de 1542 cuando dejamos Jalisco y no todas fueron malas, que quizás alguna vez si algún escribano contase sobre mí, pueda relatar las cosas que hice y las tierras que descubrí en nombre de mi señor el rey y para mayor gloria de mi patria.

Así descubrimos un archipiélago al que llamamos desde entonces Islas del Rey y así quedó para siempre en nuestros mapas.

Fue la madrugada del dos de febrero del pasado año de 1543 cuando pudimos ver las nieblas de lo que llamaban Isla de Mindanao y que me recordó a aquella otras que se nos aparecieron en mitad del Pacífico rodeadas de estas nieblas y que por ello llamamos Islas Anubladas, pero que quise yo que a ésta, tan grande y tan hermosa, se le cambiara el nombre y no pudiendo ser de otra forma, haciendo caso a los dictámenes de mi corazón cambié por el de Málaga y que así para siempre, en esta parte del mundo, todo el mundo recordará a la verdadera, esa que duerme plácida y bella en el sur de mi querida España.

También en ese año de 1543 arribamos la Isla de Palaos y un archipiélago que llamamos de las Carolinas en honor del rey Carlos, pero cuando nuestros ojos divisaron lo que Magallanes llamó San Lázaro, fueron nuestras gargantas, el honor y el amor lo que nos llevó a una sola voz a rebautizar esas tierras como las Filipinas, nombre que quise darle en honor al mayor de todos los señores de la cristiandad, mi señor Felipe, que es príncipe de Asturias.

Tuvimos que huir hasta estas islas al no poder defendernos de la ferocidad de los habitantes de Las Filipinas, esos que se llaman así mismos tagalos y que pueblan en mucho las islas, por lo que tuvimos que arribar a las Molucas, donde estos pérfidos portugueses nos tomaron cautivos y preso estoy, donde se acaban mis horas en esta isla de Amboyna donde me reuniré con mi Creador y sin poder volver a ver las viñas y murallas de mi querida Málaga que siempre está en mi corazón…».

Las Islas Hawai fueron descubiertas por el malagueño Ruy López de Villalobos, que también descubrió las Islas de Palaos y San Benedicto llegando hasta las islas japonesas, siendo el primer europeo en pisar la isla de Iwo Jima, que también descubrió. Este malagueño universal puso nombre a la nación de los tagalos, que desde entonces y para siempre se la conoce con el nombre de Islas Filipinas.