Es un hecho. Conviene aceptarlo. Como la llegada del tren eléctrico. Como la preponderancia de las tertulias del corazón. Los adolescentes ya no saltan a la comba, o al menos no el tiempo suficiente como para olvidarse de internet. Facebook. Tuenti. Las redes sociales saben más de ellos que los que les rodean. Representan su parque, su pequeño tobogán. Le confían aficiones, secretos y también fotos. Decenas de fotos. Muchas con atrevimiento y escasez de ropa, con las mismos gestos que en sus mayores pocos dudarían en identificar con la sensualidad. ¿Se trata de un juego? ¿De ingenuidad? ¿Del típico sobresalto de una generación frente a otra generación?

La tendencia ya tiene nombre. Se llama sexting y según los especialistas corresponde a un fenómeno no estrictamente fabricado por el miedo paternal. Un rápido rastreo por la Red permite observar la extensión de la costumbre. Las imágenes vetadas por los padres son las que acompañan su perfil. Algunos no restringen ni siquiera el acceso, lo que en la práctica significa depositarlas en lo más parecido a una plaza abierta que existe en internet. El riesgo es evidente, pero también refleja un cambio en la manera de relacionarse, de estar en el mundo, aunque sea virtual.

Francisco Cabello Santamaría, médico y sexólogo, empieza por señalar que el salto generacional es, en este caso, sencillamente brutal. Las diferencias no se subordinan al medio, sino al modo de presentir a los demás. La chavalería practica el lenguaje del erotismo. ¿Son conscientes de su valor? El especialista no tiene duda. La respuesta es sí. De ahí, precisamente, emana su interés.

Para el doctor el descoque cibernético de los adolescentes está íntimamente vinculado a la nueva semántica que ha adquirido el sexo en la actualidad. Los jóvenes lo utilizan como una herramienta para alcanzar el éxito. Las morisquetas, el destape es sólo un patrón de afirmación social. Aunque muchas veces no equivale a la victoria. «Con este tipo de estrategias se aseguran que su imagen será comentada, pero la popularidad no tiene por qué ser positiva», detalla.

Niños con edad para coleccionar cromos y peinarse las trenzas ponen morritos y se pavonean frente a la cámara. Alguien podría enunciar el fantasma de la locura colectiva. ¿Vivimos en una sociedad hipersexualizada? La respuesta carece de sentido si no se apunta también a las causas. Cabello Santamaría apuntan a una revolución más profunda, la de las relaciones de pareja, que han pasado de interpretarse como una parte de la vida cotidiana a poco menos que sustituir a Dios. «Actualmente se le confiere una importancia mayúscula y en muchos casos representan una religión. La felicidad o el descontento de muchos jóvenes parece depender casi en exclusiva de esto», razona. La ligereza ilustrativa de la muchachada implica renuncia y no sólo a los complicados sobretodos que usaban sus mamás. Es el pacto del diablo. Del nuevo siglo. De la telebasura. La negación de la intimidad.

Según el experto, el sexting encaja perfectamente con un mundo inclinado hacia el escaparatismo. Los usuarios de Facebook y Tuenti rara vez se muestran enigmáticos. Sobre todo, en esa edad. Las fotos al descubierto no parecen otra cosa que el complemento de una obscenidad mucho más severa, consistente en dar información detallada y al minuto sobre esferas de la vida poco acostumbradas al aire público y al contacto con los demás. Los manuales de salud mental recomiendan abrir el pico, pero no cerrarlo puede resultar igualmente nocivo.

Especialmente, en foros de largo alcance como los de internet. «La felicidad depende, en gran medida, del equilibrio y para lograrlo se necesita reservar partes de uno mismo en la intimidad», declara el doctor.

El Gran Hermano en todos sus frentes. Un nuevo mundo con nuevos peligros, la mayoría alejados de la moralina, pero estructurados en torno de la máxima contemporánea que relaciona la información con el poder. Muchos de los intrépidos usuarios de las redes sociales desconocen que sus imágenes dejan de ser suyas en el momento en el que las cuelgan en su perfil. Jurídicamente comporta otra renuncia que algunos aceptan para no sentirse fuera del juego de la Red.

La preocupación por el uso inapropiado de las imágenes de los adolescentes se extiende de los padres a los grupos especializados de la policía y la guardia civil. En estos casos opera un doble filtro: la privacidad de los jóvenes en su acceso a internet y el temor a sentirse incomprendidos por parte de los padres. Existe miedo a que la familia descubra lo que para ellos es totalmente normal. Eso deja a los adolescentes que tropiezan con problemas en una situación de mayor desprotección, lo que en los últimos años ha llevado a aumentar la información sobre las posibilidades de internet. La primera generación del Tuenti y el Facebook reinventa las costumbres, pero también soporta el peso y las dificultades de ser la primera en enfrentarse a un juguete nuevo, on una carga equivalente a la del mundo real.