Aunque ya no pasa lo que hace ocho años, cuando los merenderos le pedían directamente a Fernando Gutiérrez -responsable de Amfremar- los espetadores recién salidos del curso, el año pasado el porcentaje de nuevos espetadores con empleo fue de un 40% y algunos hubo a los que les salieron trabajos esporádicos.

La mayoría de los 12 aprendices del VIII Curso de Espetador de Sardinas de la ONG paleña Amfremar, que comenzó el pasado martes, acuden con el deseo de encontrar el trabajo que no tienen. Muchos de ellos son parados de larga duración como Alfonso Rodríguez, sin un empleo fijo desde 2008. «Yo no cobro nada de nada, antes trabajaba en la mar o cuando salía algo en la construcción y en verano en un merendero», explica.

Desde octubre de 2008 está sin sueldo fijo Rafa, un joven cuyo último empleo fue en un bar de copas y que ahora quiere probar suerte con los espetos.

El panorama ha cambiado del todo en estos ocho años de cursos. Como recuerda Fernando Gutiérrez, los primeros años quienes se apuntaban eran sobre todo inmigrantes. «Ahora son todos españoles, antes podíamos elegir trabajo y ahora estamos deseando que se quede un puesto vacío», resume.

En cinco días, con las enseñanzas del monitor Alberto López, que ha sido 14 años espetador, los 12 alumnos aprenderán este arte tan típico de la cocina de Málaga, aunque los sueldos no estén ya como antes. «Ahora te pagan unos 25 a 30 euros por trabajar de la mañana a la tarde y de la tarde a la noche», recuerda Alberto. El primer día los aprendices de espetadores reciben el material didáctico y al día siguiente comienzan las clases prácticas, en las playas del Palo, muy cerca de la plaza del Padre Ciganda.

Clases en las que todos los detalles son importantes como la leña: la mejor, la de olivo, por ser la que más dura, «aunque se puede mezclar con otras», apunta Alberto López.

También es importante conocer por dónde sopla el viento para orientar la candela, para que el aire no convierta lo que debe ser un espeto en sardinas ahumadas. «Y que tú tampoco te quemes porque con el viento te achicharras», comenta el monitor.

Antes de comenzar el curso, los alumnos posan para el fotógrafo de La Opinión con un par de cañas cortadas de un cañaveral. Además aprenderán a cortarla con la longitud adecuada (unos 54 centímetros) y a hacerle la cuña a unos 30 centímetros para poder ensartar las sardinas.

Pero en el curso también estudiarán otros tipos de pescado como los jureles o el besugo porque como dice otro espetador, «no es lo mismo el pescado chico que el más parejo, cada pescado tiene que tener su caña».

El curso se cerrará mañana viernes con la entrega de diplomas a cargo de la concejala del distrito, Carmen Casero, aunque el próximo lunes habrá como postre un curso de manipulador de alimentos de mayor riesgo, que impartirá Fernando Gallardo, del laboratorio Gallardo Fortes, y que permitirá a los aprendices contar con el carné correspondiente, «que también les servirá si se quieren colocar como cocineros o camareros», explica Fernando Gutiérrez.

Alguna excepción hay en el curso, como Ernesto, auxiliar de enfermería en Geriatría, y que las noches de los fines de semana trabaja en una hamburguesería. Ernesto, que es padre de un joven de 18 años con autismo, busca otras salidas laborales para que cuadren las cuentas familiares.

Los espetos pueden combatir, con arte, cariño y precisión, el drama del paro.