Al llegar a los juzgados se oyó a Marisol Yagüe decir «estoy en las manos de Dios». Los humanos siempre hemos considerado que la Justicia, esa entelequia, es inevitablemente de linaje divino, y será por eso que ninguna justicia hecha por los hombres acaba siendo justa.

Las condenas del caso Malaya son un buen ejemplo. Después de quedar probado que una cuadrilla de bandidos se confabuló para saquear Marbella desde el Ayuntamiento, instaurando un régimen destinado, exclusivamente, al beneficio privado, ver condenas que no superan, siquiera, el tiempo que algunos acusados han pasado en prisión provisional (otras siquiera superan lo que ha durado el juicio) y la absolución de la mitad de los encausados parece más un lamentable ejercicio de indulgencia que la aplicación estricta de lo que se consideraría justo teniendo en cuenta el inmenso daño causado.

Marisol Yagüe tal vez sospechaba que en realidad estaba en manos de un dios menor que ni perdona ni castiga, un dios menor con la balanza estropeada que acabaría rebajando la mayoría de las condenas a su mínima expresión, a mucha distancia de la petición fiscal y de lo que reclamaba la mayoría de la gente y el sentido común.

Al final de estos macro procesos siempre nos queda la sensación de haber asistido a la voladura de una castillo de arena. Acabar así después de darle vueltas a todo esto desde marzo de 2006 dibuja un rictus de amargura y de escepticismo en casi todos los rostros. Dicen que la buena justicia es la que deja descontentos a las dos partes, pero siempre creí que se refería a la equidistancia, no a esto, no a esto.

*Juan Gaitán es periodista y escritor