Ignoro si mi alegría por la vuelta de los tejeringos en el desayuno y meriendas de muchos malagueños será compartida por otros paisanos. Yo expreso mi satisfacción al comprobar que en varios puntos de la ciudad -calle Méndez Núñez, calle Sebastián Souviron, Puerto de la Torre...- se anuncian y sirven los tejeringos de toda la vida, desplazados por los churros, los churritos madrileños, las porras... y otras denominaciones que los enviaron al exilio.

El tejeringo vuelve a estar presente en Málaga

Años ha, en Málaga, la masa frita que se ofrecía a los ciudadanos para acompañar al café o al chocolate era conocida por tejeringo, denominación utilizada en muchos puntos de Andalucía.

La palabra tejeringo tiene su origen en el instrumento en forma de jeringa en el que se vierte la masa y simulando ruedas se echa a la sartén para freír. Si suprimimos la primera sílaba ­-te- nos queda la palabra jeringo del verbo jeringar, que significa molestar, jorobar... por no decir joder.

El tejeringo malagueño, ensartado en un junquillo para su venta al público, ha renacido para enriquecer nuestra dieta. Puede competir con los churros, con los churritos madrileños, con las porras que nunca han gustado por estos lares... y dejo en el aire la rivalidad con los churros de Aranda, que son otra cosa.

Así que a consumir tejeringos... y dejemos de jeringar.

Vendedoras de corbatas

Así como los tejeringos han vuelto al paisaje malagueño, el que no ha renacido y es prácticamente imposible que retorne, es el vendedor callejero de corbatas. Hubo un tiempo en que en la calle Nueva principalmente y alrededores de la plaza de Félix Sáenz deambulaban varios vendedores de corbatas, género que se ofrecía en el antebrazo izquierdo para su mejor exposición. Entonces las corbatas eran complemento imprescindible del buen vestir. Ningún hombre de la clase social que fuera ­-rentistas, empresarios, empleados de la banca, dependientes de comercio, agentes de seguros...- prescindía de la corbata, signo de educación y elegancia. Tanto representaba la corbata en el vestir, que en 1936, más de un malagueño, de los de cuello y corbata, fue asesinado.

Hoy, la corbata está prescrita incluso por los que en razón de su cargo o representación merecen el tratamiento de señoría..., entiéndase Parlamento.

Los últimos vendedores callejeros de corbatas que encontré fue en Roma, pero en lugar de llevarlas colgadas del antebrazo izquierdo o derecho (los zurdos colocaban la mercancía en el derecho), las vendían en tenderetes, como los puestos de chucherías, eso sí, pudiendo pagar la prenda con tarjetas de crédito.

Melones y sandías

Otra venta callejera que pasó a mejor vida fue la de melones y sandías. Llegada la época, en distintos puntos de la ciudad se instalaban unos chamizos en los que los miembros de una misma familia vivían las veinticuatro horas del día vendiendo melones y sandías, frutos que se colocaban sobre una leve capa de arena para mejor maduración.

Los malagueños acudían a estos puestos callejeros colocados en calles de anchas aceras a comprar estos frutos. Para pesarlos se utilizaban las antiguas romanas, instrumento que hoy son pieza de museo, aunque todavía se ve alguna por ahí.

Hoy, lo melones y sandías se adquieren en mercados y grandes superficies con la posibilidad de comprar la mitad de la pieza, protegida por el papel filme para ahuyentar a las moscas, cenizas de los fumadores y otras miasmas que pululan en el enrarecido ambiente que nos circunde.

Betuneros

Ya se ven menos aunque en algunos cafés siguen ejerciendo su oficio los betuneros, limpiabotas o simplemente limpias. Desde que se inventaron las esponjas impregnadas de betún, los aplicadores y otros productos para mantener limpio y brillante el calzado, la figura del betunero está en sus horas bajas. Lo habitual era que estos hombres de la crema, el cepillo y la bayeta a su actividad unieran una segunda, la de vendedor de lotería. Existieron también talleres de limpieza de calzado. Pero es un trabajo que está en declive.

Con respecto a esta profesión ejercida en gran parte por gitanos hay una curiosa historia que va a poner fin a esta rúbrica.

En los bares y cafeterías de la Alameda de Colón ejercía el oficio un hombre que desempeñaba su trabajo con dignidad y esmero. Pero casi nadie conocía su identidad. ¡Era de nacionalidad americana!

Un súbdito de los Estados Unidos ejerciendo de limpiabotas en Málaga era una afrenta para el país de Obama; bueno, entonces el que mandaba era Eisenhower. Para el caso es lo mismo uno que otro.

Cada determinado periodo del tiempo el buen hombre se acercaba al consulado de Estados Unidos en Málaga para renovar sus papeles, supongo que el pasaporte y algún documento más. Cuando uno de los cónsules supo a qué se dedicaba su compatriota en Málaga trató de convencerle de que retornara a su país, oferta que el interesado rechazó en más de una ocasión. Ir a Estados Unidos a abrirse camino en el mismo oficio que desempeñaba en Málaga no le atraía en absoluto; allí tenía que competir con los hombres de color que dominaban el cotarro. En Málaga se sentía bien, nadie se metía con él... y aquí, supongo, debió morir porque esta historia tiene más de cincuenta años de antigüedad.

Otro norteamericano

Me lo contó un médico malagueño ya desaparecido. Su afición, ajena a su profesión, era el bridge, ese juego de cartas que es casi una ciencia y que hay que estudiar con suma atención, como los consejos y advertencias para el uso de una batidora eléctrica o teléfono móvil. Una vez en semana iba a jugar al bridge en una reunión de amigos españoles y extranjeros en el Parador de Turismo del Campo de Golf.

Entre los asiduos figuraba un súbdito norteamericano, un hombre alto, enjuto, entrado en años, que nunca faltaba a la cita. Un día, que sería el último en participar en las partidas, se sintió enfermo, y en pocos segundos falleció resultando inútiles los auxilios que le prestó el médico que aquel día participara en la reunión. Murió de un infarto fulminante.

Como al parecer vivía solo en un apartamento de Torremolinos o Benalmádena, aparte de requerir los servicios de una ambulancia, uno de los presentes se puso en contacto con el consulado o embajada de los Estados Unidos para dar cuenta de lo sucedido.

A las pocas horas se habían solventado todos los trámites del levantamiento del cadáver. Lo que llamó la atención de los jugadores de bridge que participaban en la velada fue la presencia de varios señores que con rapidez y sin dirigir la palabra a ninguno de los presentes se hicieron cargo de todo.

El enigma se aclaró: el fallecido pertenecía a la CIA, la poderosa Central de Inteligencia Americana. Lo que no llegaron a saber sus compañeros de partida era si se trataba de un agente activo que se desenvolvía en la Costa del Sol o un jubilado que eligió la zona para pasar los últimos días de su existencia.

Adiós a los pavos

Menos mal que ya no se venden pavos vivos en la plaza de Félix Sáenz y Puerta del Mar, una estampa que se repetía cuando se aproximaban las navidades. Cada vendedor, armado de caña para controlar la pavada, ofrecía la mercancía a las amas de casa que en esas fechas, por tradición, preparaban para la cena de Nochebuena un pavo trufado o sin trufar.

La permanencia de las pavadas en los lugares citados ocasionaba una suciedad permanente porque los bichos, como muchos integrantes de los botellones, hacían sus necesidades corporales sin el menor reparo. ¡Así estaban de puercas y malolientes calzadas y aceras de las calles mencionadas!

Era costumbre entonces de obsequiar por Navidad a médicos, abogados, amigos... con un pavo vivo en prueba de agradecimiento o reconocimiento por algún favor recibido. Las señoras de los recibidores del obsequio las pasaban canutas porque sacrificar un pavo... no es moco de pavo, precisamente. La sangre del gañote cercenado llegaba al techo de las cocinas. Ya no se regalan pavos vivos...ni muertos.

El Tropezón compite con el Miramar

Muchos malagueños, ya talluditos, pertenecientes a la Tercera Edad, recordarán sin duda el bar El Tropezón, sito en el paseo de Reding, por donde está el acceso a los Campos Elíseos.

Era un bar, o mejor dicho taberna, de poca categoría; pero por su proximidad con el Hotel Miramar se convirtió en lugar idóneo para tomar bebidas alcohólicas a precio razonable los días de celebraciones en el lujoso hotel que, según las últimas noticias, no empezará a ser remodelado hasta 2014 y su reinauguración en 2016.

En las fiestas y celebraciones que tenían como escenario el Miramar, los asistentes a esos eventos, ante los elevados precios de las consumiciones, se escabullían de las celebraciones, salían al jardín del establecimiento y de ahí, a un paso, El Tropezón, donde por la cuarta parte o menos de lo que cobraban en el hotel, podían tomar un coñac con soda, una ginebra o cualquier otra bebida, menos el güisqui y el ron, que entonces, el primero, no servía porque resultaba carísimo, y con respecto al ron, porque en aquellos años era bebida de pirata y de gente de la mar.

En esos días, El Tropezón se veía animado por la presencia de jóvenes y menos jóvenes ataviados de esmoquin o traje oscuro y algunas señoritas de ideas avanzadas con traje largo de noche. La barra de El Tropezón competía con la del Miramar.

El bar El Tropezón no existe, de esmoquin no se viste casi nadie y el hotel Miramar continúa cerrado.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas