Concha y Elvira (Mariel) están a punto de colgar sus batas blancas después de más de 40 años de ejercicio profesional. Van a apurar hasta el último día permitido por ley (los 67 años) porque están «enganchadas» a su trabajos como pediatra de cuidados intensivos y hematóloga, respectivamente, en el Materno Infantil. Forman parte de la historia de este hospital, como también Mari Carmen, hasta hace nueve meses compañera de Concha en la UCI, unidad que ella echó a andar y que es un referente a nivel nacional. Férreas defensoras de una sanidad pública a la que han visto crecer y consolidarse, miran con preocupación al futuro porque «vemos cómo se está deteriorando un sistema que tanto costó conseguir».

Llevan, como aquel que dice, toda la vida juntas. Coincidieron en la Facultad de Medicina de Granada, se reencontraron unos años después en Carlos Haya y «con unos días de diferencia» llegaron al Materno, allá por el año 1981. «Inauguramos el hospital», cuenta Concha. «Cuando vine la primera vez sólo había huecos; no estaban puestas ni las puertas. Esto era como un laberinto».

Apenas le quedan unos días para finalizar una carrera profesional que considera plena. Se jubila el próximo 3 de enero. Tanto ella como Elvira, a la que le tocará pasar página a mediados del próximo mes de febrero, se reengancharon voluntariamente hace dos años porque se encontraban bien físicamente y capacitadas para seguir trabajando y ayudando a otros compañeros. La experiencia es un grado y aunque saben que «toca dar paso a los médicos más jóvenes», están convencidas de que éstos necesitan que se les eche una mano, a pesar de que «tienen un formación probablemente mejor que la mía», reflexiona esta hematóloga granadina.

Al inicio de este encuentro, que tuvo lugar el pasado jueves en la cafetería de la primera planta del Materno (la destinada al personal), las tres bromearon asegurando que parecía la reunión de «tres viejas glorias» de un hospital que se quedó algo cojo cuando Mari Carmen se marchó, recién cumplidos los 65 años, después de 42 años de profesión. «Ni un día antes ni uno después».

El repaso a un sinfín de recuerdos y de experiencias vividas juntas evidenció la nostalgia de tiempos pasados, pero también el orgullo que estas tres mujeres sienten por haber vivido la mejor época de la sanidad española. «Participamos en su desarrollo y entre todos logramos una sanidad pública con cobertura universal», sostiene Mari Carmen, una salmantina que estudió Medicina porque tenía claro que quería hacer una carrera de Ciencias que implicara un trato directo con la gente.

«Antes trabajábamos con menos medios, pero con mejores condiciones laborales. Y eso que casi no teníamos horarios; vivíamos en el hospital», refiere Concha, quien confiesa, al igual que a sus compañeras, que le preocupa la precaria situación a la que a diario se enfrentan las nuevas generaciones de médicos, con contrataciones al 75% y un margen de maniobra muy escaso. De hecho, junto con Mariel el próximo año se jubila otro hematólogo del Materno y uno en Carlos, si bien sólo al parecer sólo hay previsto contratar a uno y no a jornada completa.

Reconocen que nunca pensaron que cuando les llegara el momento de jubilarse el patio sanitario estaría tan revuelto. «Se ha ganado en tecnología y avances médicos, pero si faltan profesionales no se entiende ese progreso», puntualiza Concha, en alusión a algunos servicios que están bajo mínimos y en los que, sí o sí, es inevitable que la calidad asistencial se vea afectada, «pero por la falta de tiempo».

A esta situación suman una «excesiva» burocracia que, consideran, ha ido en los últimos años en detrimento de la libertad de los profesionales, «porque les resta mucho tiempo que deberían dedicar a los pacientes».

Las tres confiesan que les apena tener que estar «otra vez» defendiendo una sanidad que cuenta con grandes profesionales. «Aquí hay gente muy válida, perfectamente capacitada para sacar esto adelante, pero si les dejan trabajar», comenta Mari Carmen.

Afirma satisfecha que ella tuvo la suerte de contar con el apoyo profesional de compañeros y del propio hospital para poner en marcha la unidad de vigilancia intensiva del Materno (hoy UCI), donde años más tarde comenzaría impartirse la docencia en Enfermería, de lo que se siente especialmente satisfecha, si bien «la rotación continua que ahora están sufriendo las enfermeras les impide la cualificación en el puesto».

Después de más de 40 años de profesión, las tres insisten en que han intentado no perder nunca la sonrisa. Sus pequeños pacientes no merecen menos. Como tampoco sus padres, de los que afirman haber aprendido mucho. «Pero en una proporción de diez a uno, sobre lo que nosotras podamos haberles podido ayudar», afirma Mari Carmen, una salmantina que antes de llegar al Materno trabajó durante tres años en Carlos Haya y a quien no le pesa reconocer que lo que más echa de menos de su etapa profesional es el trato con los niños y sus padres.

Todas se muestran de acuerdo en pedir a los que se quedan, sobre todo a los médicos más jóvenes, que defiendan «con uñas y dientes» este sistema sanitario, pero también que «pongan el alma en su trabajo porque el lado humano en un médico es tanto o más importante que el científico».

Las tres han aprendido muchas cosas en los libros, pero «otras te las da el día a día, la relación con los compañeros y, sobre todo, el trato diario con los niños y sus padres», comenta Mariel, experta a nivel nacional en leucemia infantil.

«La gente cree que el médico se endurece, pero no es cierto. Aprendemos a manejar emocionalmente las situación difíciles; aprendemos de ellas, pero porque es necesario para poder ayudar a otras familias cuando te preguntan ¿y si fuera su hijo?», asevera Concha.

Las tres son médicos vocacionales, pero sorprende el caso de Concha, quien afirma con una sonrisa que ella es pediatra desde que era niña. «Escayolaba a mis muñecas y les ponía el termómetro». Pero es más, con apenas 10 años ya acompañaba a su padre, que era ginecólogo, cuando iba a asistir a partos. «Tendría 11 cuando vi mi primera cesárea. Me dieron un banquillo para que pudiera subirme y acompañar a la mujer. Mi padre creyó que no lo aguantaría pero a mi me faltó echarle una mano». Desde que empezó como pediatra en Carlos Haya, donde estuvo diez años, y luego en el Materno, donde ha permanecido los últimos 32 años, ha simultaneado su trabajo con su papel de pediatra de familia, la suya, con servicio a domicilio. En ese cupo particular ha llegado a haber hasta 40 niños, entre sobrinos y sobrinos nietos, además de sus dos hijos que, rozando la treintena, se resisten a hacerla abuela.

Su otra familia, la del hospital, siempre estará ahí. Para ella, para Mari Carmen y para Mariel. «Unos compañeros van y otros vienen, pero somos una gran familia, con nuestros problemas y diferencias». Y aunque se han dejado más de la mitad de su vida en este hospital, aseguran que llevan mucho más. Miradas de niños, las frases de algunos padres y muchas escenas de familias que les han dejado huella.