«Va a haber que hacerle un regalo a la cofradía». Nada más pronunciar esta frase, los archicofrades de los Dolores sospechaban que don Ramón había cambiado de opinión, lo que podría poner fin a un largo contencioso. El obispo lo dijo en la sacristía de San Juan, justo después de concluir la solemne ceremonia de la bendición del Cristo de la Redención. Pudo ser, de hecho, el primer milagro del nuevo titular. En 2014 se cumplen 25 años de la reapertura de la puerta de San Juan, una aspiración que llegó a enfrentar duramente a la corporación con Palacio, y que finalmente se resolvió en favor de la hermandad. Una victoria personal.

Lo que hoy en algunos círculos podría entenderse como insumisión a la decisión episcopal, entonces fue una lucha inspirada por la fe y la razón, que hizo que los archicofrades de los Dolores no se resignaran. Pedro Merino tuvo mucho que ver en este logro histórico. Entonces ocupaba los cargos de secretario general y, posteriormente, el de primer teniente hermano mayor. «Manteníamos la convicción profunda y para llegar a dónde llegamos es necesario estar muy seguros de la petición y tener una cofradía muy unida», recuerda.

La puerta principal del templo fue tapiada, por motivos de seguridad, tras el asalto que sufrió en la madrugada del 12 de mayo de 1931. Esta solución provisional, como muchas otras cosas, se eternizó en el tiempo. Hasta el punto de que la Paloma llegó a montar sus tronos dentro de San Juan en 1941 confiando en que se iba a tirar la tapia y se quedó dentro porque no se hizo. La historia se repitió en 1942 y 1943 hasta que la hermandad desistió y empezó a montar su tinglao.

Tuvieron que pasar cuatro décadas para que los Dolores, restituido el culto externo en la archicofradía, comenzara las gestiones para reabrir la puerta debido a la necesidad de encargar el nuevo trono con palio de la Virgen, que hasta entonces iba en andas que salían de la puerta de la torre. Consultado el párroco, Francisco Castro, él mismo recomendó que el estudio técnico lo realizara José Carlos Rojas Mora, aparejador y directivo de Fusionadas.

Pedro Merino señala que la corporación entendía que contaba con la autorización verbal del sacerdote. También del obispo Ramón Buxarrais, que incluso se mostró dispuesto a «apadrinar la obra». De ahí que finalmente acometieran el trono que se encargó a Villarreal. Sin embargo, el párroco cambió repentinamente de opinión, sin que nadie lo esperara. El prelado también se encontró en la delicada tesitura de desautorizar a su cura o darle la razón y desatender la legítima reivindicación de la cofradía.

Merino sospechaba los motivos de este cambio de criterio, confirmados años después por los propios protagonistas: el párroco temía los desórdenes que podía ocasionar en el interior de la iglesia el montaje de seis tronos, los dos de los Dolores y los cuatro tronos de Fusionadas, hermandad que, lógicamente, había aprovechado la coyuntura para sumarse al proyecto y salir de dentro, abandonando así el tinglao de Fajardo.

En febrero de 1985, la hermandad recibía la primera negativa oficial de la comisión permanente de la Delegación de Patrimonio del Obispado, que presidía el poeta Alfonso Canales. Merino indica que, de forma paralela, el cabildo de la corporación había decidido que la procesión no saldría si no fuera desde el interior de un templo, «de ahí que el propio obispo, consciente en realidad de que había un problema que era difícil de resolver entonces, mediara ante el superior de los jesuitas para que nos permitiera salir del Sagrado Corazón», precisa.

Del templo de la plaza de San Ignacio, de hecho, la cofradía pudo salir el Viernes Santo de 1985, 1986, 1987 y 1988. «Gracias a esto, nuestras relaciones con los jesuitas son magníficas y el superior de la orden es el director espiritual, lo que ha hecho mucho bien a la hermandad».

En febrero de 1987 la cofradía recibe un nuevo varapalo que sonaba a definitivo. Un oficio del obispo textualmente «daba por zanjado» el asunto. De hecho, don Ramón nunca más quiso recibir a la corporación en audiencia.

Sin embargo, y aunque algunos hermanos llegaron incluso a plantear el cambio de sede canónica, la insistencia tanto de Merino como de Adolfo Navarrete, nuevo hermano mayor desde 1987, logró contagiar del necesario entusiasmo a los demás. Y la cofradía se mantuvo firme en su solicitud. Primero, pidieron a Antonio Domínguez, hermano mayor de Fusionadas, que se mantuviera al margen, lo que aceptó.

«El lenguaje utilizado en nuestras cartas al obispo, que hasta ahora venía siendo de súplica se torció a mucho más beligerante», reconoce Pedro Merino, encargado de escribir todos estos informes. La cofradía, armada con un nuevo estudio firmado por Rosario Camacho con argumentos históricos, artísticos, litúrgicos y pastorales, puso toda la carne en el asador. Quería que el obispo les recibiera, pero ni siquiera respondía a las cartas. Por ello, «nos acogimos a una autoridad superior al sentirnos indefensos», asegura Merino. Y presentaron un recurso administrativo con la idea de que, si hubiera sido necesario, el Vaticano dictara un veredicto. «Costara lo que nos costara», añade.

En medio de este pleito, la archicofradía ya había firmado el contrato para la ejecución del crucificado de la Redención con Juan Manuel Miñarro, que iba a ser bendecido el 1 de noviembre de 1987. «Independientemente de las desavenencias que teníamos con Buxarrais, la cofradía quería que fuera el obispo quien presidiera esa eucaristía, así que se lo pedimos», asegura Merino. «Y tuvo que apreciar nuestra buena voluntad», insiste. El obispo ofició aquella ceremonia que pudo hacerle cambiar de opinión. En la sacristía, delante de Rafael de las Peñas y el propio Pedro Merino, mostró su entusiasmo por la solemnidad y el detallismo de la misa de bendición. «Va a haber que hacerle un regalo a la cofradía», fue lo que dijo.

Seguidamente, ya en el Postigo de San Juan, estuvo unos minutos dialogando con el párroco. «Intuimos qué le pudo decir, pero no lo sabemos a ciencia cierta», argumenta Merino. Lo que es seguro es que a las pocas semanas se produjo un relevo en la parroquia: Francisco Castro fue trasladado a la Asunción y llegaba a San Juan Jesús Sánchez Pérez, «que ya traía la misión de permitir la apertura de la puerta».

La feliz noticia llegó el 5 de noviembre de 1988, al año de la bendición del Cristo, con la autorización por parte de la comisión permanente de Patrimonio y el decreto del obispo, que indicaba que los gastos corrían a cargo de la archicofradía, y que del proyecto se encargaría Álvaro Mendiola, el arquitecto del Obispado. Posteriormente, Fusionadas pagó también la mitad de una obra que resultó más compleja de lo previsto, y que comenzaron el 23 de noviembre de 1988.

El 12 de marzo de 1989, primer día del septenario, se celebró una breve procesión con el Santísimo, que inauguró el recuperado acceso. El Viernes Santo de ese año pudo salir la procesión de los Dolores, si bien el Miércoles Santo ya lo hizo Fusionadas, aunque a punto estuvo de no poder hacerlo debido a la marquesina de Tejidos Pou en la esquina de Calderón de la Barca y cuyo propietario se negaba a retirar. Fusionadas llegó a amenazar con no salir... Pero esto forma parte de otra historia...