­Lara es el único apodo por el que le conocen en el cuerpo. Hasta su esposa tenía que usar su segundo apellido cuando quería localizarlo en el trabajo. El nombre del sargento sonó hace tres martes por la megafonía de los actos del patrón de la Policía Local y el patio de la Jefatura de Barrio del Distrito Centro se vino abajo. Todos esperaban oírlo completo. Los aplausos y los gritos de sus compañeros dejaron claro que José Luis Ruiz Lara, de 65 años, no era un policía más que se acercaba a las autoridades para recoger un reconocimiento protocolario. Su figura dejó ese mediodía a la sombra al resto de agentes condecorados. Su tímida sonrisa no ha olvidado ese momento.

-Aquella ovación bien merece una entrevista.

-Fue muy emocionante. Nos aplaudieron a todos los homenajeados, aunque la verdad es que no esperaba que reaccionaran de esa forma conmigo.

Recién jubilado tras 37 años entregado a su ciudad, considera que la reacción de sus compañeros fue exagerada, en todo caso fruto de la veteranía y del roce que provoca «bregar año tras año con las promociones, sobre todo las más antiguas». La media de edad de las palmas y los decibelios delatan su modestia. Sin embargo, lo que realmente convierte a este policía en un pata negra es una trayectoria tan larga como intensa. Como aquella jornada negra del 13 de septiembre de 1982. El día que el DC-10 de Spantax con 394 personas a bordo se estrelló al sur del aeropuerto con un balance de 50 muertos. Cuando no había autovías y la única opción era la colapsada N-340, Lara reguló el tráfico en el corazón de la catástrofe: «Sí. Ese día me lo comí yo».

De la fábrica a la jefatura

«He sobrevivido a cinco alcaldes», dice a media sonrisa. De Cayetano Utrera a Francisco de la Torre, pasando por el recientemente desaparecido Pedro Aparicio, Lara ingresó en la Policía Local de Málaga en 1977 «más por la oportunidad que suponía el trabajo que por otra cosa». Trabajador insaciable desde los 14 años, abandonó la cadena de montaje de la fábrica de Citesa de la avenida del Doctor Marañón por el uniforme que le esperaba al otro lado del Guadalmedina. Apenas lo vestían 400 compañeros. Pasó de fabricar teléfonos, su principal herramienta hasta hace poco, a cuidar de los malagueños. «La vocación vino después sobre la marcha», matiza antes de disparar sus destinos por toda la ciudad.

Empezó como patrullero en la actual Jefatura del Distrito Centro de la avenida de la Rosaleda cuando era la única sede del cuerpo. Durante esos cinco años hizo «de todo», fundamentalmente dar apoyo a los motoristas y a los agentes de a pie. «El funcionamiento de la Policía Local ha cambiado muchísimo. Ahora está todo programado al máximo, pero en aquella época gran parte del trabajo que salía adelante era de motu propio. Los coches patrullas tenían radio y estaban localizados. El resto de agentes no tenían móviles y recurrían a la confronta, un sistema por el que el agente se presentaba cada hora en el punto acordado para recibir órdenes», abunda el sargento.

Con Pedro Aparicio llegó la Policía de Barrio y su primer cambio de destino a la calle Unión, adonde ya llegó como cabo y ascendió sargento. Fueron otros cinco años antes de recalar un nuevo lustro en el Ayuntamiento de Málaga como jefe de Seguridad de este y otros edificios municipales como la Gerencia de Urbanismo, las oficinas de la plaza de la Merced o Servicios Operativos. «El Ayuntamiento no era nada fácil. Ahora es un edificio prácticamente protocolario, pero entonces los ciudadanos acudían allí para hacer todas sus gestiones o se presentaban para exigir audiencia del alcalde sin cita previa», explica.

Todavía recuerda los quebraderos de cabeza que le provocaban las protestas de los taxistas y los trabajadores de Limasa. O aquel grupo de mujeres proabortistas que reventaron un pleno presidido por Pedro Aparicio. «Cuando el alcalde ordenó el desalojo comprobamos que las mujeres se habían atado a las sillas con cadenas que trajeron en los bolsos. El pleno se tuvo que celebrar en el Salón de los Espejos mientras los bomberos hacían el resto», recuerda ahora entre risas.

Sala del 092

Años después regresaría al Ayuntamiento previo paso por la Unidad de Seguridad -el Grupo Operativo de Apoyo de la época-, el Distrito Churriana-Aeropuerto y la Jefatura del Centro. En 2001, tras un problema de salud, Lara recaló en la Sala del 092 para convertirse en leyenda de la Policía Local de Málaga. Inicialmente en la avenida de la Rosaleda y después en el Centro Municipal de Emergencias, el sargento ha gestionado con solvencia hasta su jubilación la centralita por la que, sólo el año pasado, pasaron 121.579 llamadas.

Como toda la Policía Local, el agente destaca la evolución de un departamento en el que años atrás cogían el teléfono los agentes y ahora lo hacen operadoras «capaces de salvar la vida a un suicida». Antes de marcharse al médico, el sargento Lara da una pista de por qué le quieren tanto sus compañeros: «Los profesionales de la Sala trabajan muy duro. Este año hemos recibido un reconocimiento oficial del cuerpo, pero debo decir que a veces el ciudadano no es consciente del trabajo que el 092 saca diariamente adelante».