­Cree en la filosofía como herramienta de utilidad pública con una misión de describir la realidad en la que se articula la sociedad. Sin hacer mucho ruido, acaba de colocar su tetralogía -Imitación y experiencia, Aquiles en el Gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible- en las librerías.

Ofrece un pensamiento de vocación universal y ética. Reivindica al cosmopolitismo frente a los nacionalismos y cree, firmemente, que la sociedad es ahora más justa que en el pasado. Mientras capea con elegancia, temple y sabiduría reflexiva el cuerpo a cuerpo con el entrevistador, resalta el ideal de la ejemplaridad.

Construyó su obra filosófica en base al concepto de la ejemplaridad. ¿Sigue creyendo en ella, a pesar de todo?

Por supuesto que sigo creyendo. La ejemplaridad que he ido trabajando no se limita sólo al ámbito político. La ejemplaridad de los políticos, que es la que más amplia repercusión social ha tenido, es una mínima parte de mi obra. Hay ejemplaridad en el ámbito filosófico, filológico, estético, antropológico. Si algo ha demostrado la corrupción, es la plena vigencia de la ejemplaridad. Sólo te escandalizas, si tienes un ideal de ejemplaridad en la mente.

Ante el empobrecimiento general y la puerilización política, ahora nos escandalizamos más.

El ideal de la ejemplaridad juzga los comportamientos. Si algo ha demostrado la crisis, en todas sus vertientes, es la plena vigencia de la ejemplaridad en nuestras conciencias, aunque haya comportamientos desviados. Ahora nos hemos hecho más intolerantes y exigentes ante la corrupción. Eso es bueno porque ha hecho aflorar muchos casos, que en épocas de prosperidad se hubieran pasado de largo.

¿Es nuestra sociedad más corrupta que nunca, o simplemente se ha vuelto más transparente?

Más bien lo segundo. Durante mucho tiempo, España no era una democracia. Eso, a su vez, ya escondía cierta corrupción política. Las dictaduras convierten al ciudadano en súbditos. No hay mayor corrupción que convertir en súbditos a la población entera. La llegada de la democracia convirtió a España en una sociedad injusta. Las élites se protegían a sí mismas. En los años 80, había un club de siete u ocho banqueros que se repartían todo el negocio. A lo mejor eso no era un caso de corrupción tal y como lo percibimos hoy, pero sí sirve para ilustrar como determinadas personas podían utilizar la sociedad para su propio beneficio. Hoy hay mucha más igualdad, mucha más competencia y más oportunidades. También hay más transparencia. Así, podemos afirmar que nuestra sociedad es estructuralmente menos injusta y menos corrupta que las anteriores.

Banqueros que no saben de contabilidad, políticos que no quieren dar la cara ante la opinión pública. ¿España tiene un problema con sus élites?

Estamos viviendo en una cierta transición. Venimos de una estructura de sociedad con unas élites económicas, sociales, políticas e intelectuales muy válidas. El poder se concentraba en una mínima parte. Del resto del 99% de la población, sólo se esperaba docilidad. Eso se está desmoronando. Estamos en un proceso en la que se están gestando unas élites que provienen del reconocimiento social. Ese proceso está siendo lento y difícil. No es de extrañar que las viejas élites de cuna no estén cumpliendo su papel, y que las nuevas no hayan asumido todavía su posición. España tuvo unas élites políticas brillantes durante la transición. Ahora, en cambio, lo son menos.

¿Las sociedades desarrollan mejor al mando de unos pocos?

No, no lo creo. Ese pensamiento pertenece a la antigua manera de ver las cosas. Es verdad que en todas las sociedades destacan determinadas personas. Pero ellos no tienen una consciencia de ser élite. En una sociedad igualitaria, todas las personas están llamados a la excelencia y a la ejemplaridad. Unos llegan más lejos que otros. Es lo que define a una sociedad más justa.

¿Es verdad que vivimos en una sociedad embrutecida en la que prima el grito y la banalización, como parece que nos hacen ver los medios?

Tenemos unos veinte y tantos canales de televisión en abierto. Muchos más de pago. Parece que todo se reduce a dos tertulias y tres magazines de tarde. Cuando hablamos que España está putrefacta, hablamos dos millones que están viendo esos programas. Luego hay 45 millones que no lo ven. Esa reiteración cansina de la degeneración de la sociedad me parece una exageración.

¿Entonces hay motivos para seguir creyendo?

La contemplación de la historia de occidente ha sido una evolución de progreso material y progreso moral incuestionable. No sin retrocesos, no sin alguna marcha atrás. Eso no nos asegura nada respecto al futuro, pero sí nos permite afrontar lo que viene con cierta confianza.

¿Cuál es la misión de la filosofía en la construcción de la realidad?

Crear un lenguaje, que la generación del propio filósofo, y las generaciones futuras tomen en préstamo para comunicarse y comprenderse cada uno de los ciudadanos a ellos mismos. En definitiva, crear un lenguaje propicio a la virtud y a la convivencia de los ciudadanos.

¿La religión ha dejado de ser un elemento integrador?

La religión tiene un aspecto de búsqueda de sentido. Lo que llamamos una escatología. La secularización ha provocado que la religión ya no tenga ese efecto cohesionador, algo que me parece muy positivo.

¿El porqué del resurgir de los chauvinismos identitarios?

No estoy seguro que sea un resurgir. Hace nada asistimos a la guerra de los nacionalismos en Yugoslavia. Yo creo en el cosmopolitismo, la idea de que sólo existe un pueblo, que es la humanidad y su principio básico, la dignidad.