­El barrio de Huelin es una de las señas de identidad de Málaga, de tal forma que la ciudad no se entendería sin esta amalgama de casas y edificios con sólida raigambre industrial y marinera cuyas playas vieron fusilar al general Torrijos y sus compañeros en el sueño liberal el 11 de diciembre de 1831 o asisten cada tarde mansas a la ola que provoca el melillero a la hora de su llegada al puerto. Por eso, sobre ese sólido andamiaje de rebeldía y prosperidad, de mirar a la Virgen del Carmen cada mañana y tirar como se pueda mientras el agua salada lame las barcas al raso, Huelin y los comerciantes de su mercado municipal siguen sonriendo al mal tiempo provocado por la crisis y, pese a no darla por terminada, no se pliegan a sus embates. Sonríen, cortan el pescado o la carne y vuelven a la tarea, haciendo gala de su pedigrí, de su linaje comercial, enseñando con orgullo los puestos heredados de padres a hijos y tratando de reinventarse como se pueda, poco a poco, que es lo más que se puede hacer.

Una mañana de martes, fría y lluviosa, a las puertas del mercado hay mucho movimiento: el trasiego de mujeres mayores empujando recios carritos de la compra, de vendedores de cupones y de comerciantes ambulantes que tratan de colocar caracoles o romero pasando por almendras o almanaques del Cautivo es inmenso. Varios hombres escupen el humo de sus cigarrillos justo en una de las esquinas del edificio comercial, inaugurado en 1974, que dan a calle La Hoz, que a mediodía está tomado por un intenso tráfico. Desde todos los puntos de las entrañas de Huelin aparecen miríadas de vecinos prestos a comprar en alguno de los 161 puestos del mercado o en los comercios ubicados fuera, muchos de ellos engullidos ya por el inconsciente colectivo de los malagueños: ahí, cerquita, está por ejemplo Oportunidades Málaga, que lleva media vida colocando gangas a buen precio a los ciudadanos.

Dentro, un puesto de flores repleto de pascueros da una rojiza bienvenida al visitante y el murmullo del regateo cercano y cariñoso entre comerciantes y clientes de toda la vida asciende al techo de la galería, herida por larguísimos pasillos repletos de pescado fresco, del día, verduras y frutas de la huerta y carne muy apetecible. Los representantes de muchas marisquerías y restaurantes de nombre dan vueltas buscando el mejor género, como hace cada verano un representante de futbolistas ávido de engordar su comisión con el traspaso de su vida.

El presidente de los comerciantes de Huelin, un joven pescadero, prefiere no hablar. «Siempre me sacáis a mí, pichita», le dice al redactor y al fotógrafo, que rápidamente son absorbidos por una especie de aparato digestivo comercial gigante. Todo está en su sitio: los chicos que descargan los productos, el cliente que entrega 20 euros, la imagen de la Virgen del Carmen en muchas paredes, las cajas apiladas en algunas esquinas. Parece música clásica, el runrún de la vida diaria, de uno de los barrios con más conciencia de clase y mayor densidad demográfica de la ciudad, sin que nadie sepa muy bien dónde empieza y dónde acaba este gran núcleo de población que nació apilando casas obreras y ampliando continuamente las fronteras que luego se hicieron, como casi todo en Málaga, porosas, amables y conciliadoras.

Alejandro Pastrana es el dueño de la pescadería Hermanos Pastrana que fundara su abuelo y regentara su padre. Es joven, y saca pecho de la tradición familiar heredada. Apila pargos en el mostrador como quien amasa pan, y dice: «Está la cosa floja. La gente mira mucho los precios. Hay quien busca calidad y quien mira cosas más baratas». Él dice tener a cinco o seis restaurantes, como la marisquería Las dos RR, cuyo dueño busca afanosamente género de calidad.

La merluza, las gambas, los boquerones... todo se vende, aunque las ventas han caído con la crisis un 50%. «Estamos aquí desde 1980 pero yo prefiero que mis hijos estudien. He visto a muchos clientes irse al extranjero», precisa.

Las pescaderías son aquí el negocio estrella, como corresponde a un mercado situado a apenas doscientos metros del mar al que Málaga ha dado tantas veces la espalda. Salvador Jaime trocea pescado junto a un gran pez espada que llama la atención de todos los viandantes. Lleva, y una vez más un comerciante se enorgullece de su linaje, desde los 14 años trabajando en el puesto, desde que estaba el mercado antiguo, uno pegado a la playa.

«Nos va regular, aunque algo más de movimiento hay por estas fechas, pero si no lo hay ahora, ¿cuándo lo va a haber?», precisa. Jaime dice que es esencial un aparcamiento para que los clientes puedan aparcar y un nuevo mercado, «todos han sido reformados y este no».

El Ayuntamiento ha realizado varias reformas parciales y de calado, pero estaba prevista la construcción de un nuevo edificio con un parking en los bajos, una infraestructura valorada en 13,54 millones de euros. El Consistorio pidió una subvención a la Junta de Andalucía en 2009 para pagar parte de la primera anualidad, pero fuentes municipales aseguran que esa ayuda económica jamás se concedió.

Al fondo, un pescadero vocea que tiene «boquerones y gambas de Málaga» y una de sus compañeras asegura que lo que vende se coge en las playas de la barriada.

Juan del Pino, un simpático y atareado carnicero, explica: «Un parking aquí es imprescindible. Tú has aparcado en la Avenida Europa pues imagina llevarte un saco de papas para allá. Eso es básico», precisa. Del Pino lleva 25 años en el mercado y cree que hace falta una remodelación.

Ahora, señala, en Navidad crecen las ventas, pero la clientela de Torremolinos o Vélez Málaga que le venía todos los años ya no visita el mercado porque los clientes no pueden aparcar, y señala tres puestos cerrados en su contorno. Luego, como han hecho otros comerciantes, comenta las palabras de Mariano Rajoy sobre que ya ha pasado la crisis. «La vida del autónomo es dura, no tengo ni pagas ni vacaciones, ni tenemos de ná. Yo tengo media jornada, de seis de la mañana a seis de la tarde», dice Del Pino, que al instante nombra a una gran superficie como competencia directa de los mercados municipales y de otros centros comerciales. «Nosotros tenemos aquí mejor producto, más calidad y mejor precio, pero si no puedes aparcar y comprar en cinco minutos... y éste es uno de los mejores mercados de Málaga», agrega, y se queja de los gastos superfluos.

En Huelin hay hasta una carnicería halal, y varios musulmanes adquieren productos cárnicos sacrificados siguiendo los preceptos del Islam. El carnicero es tan diestro que se escucha el rasgar del cuchillo abriéndose paso a través de la carne.

Jorge Martín González tiene 38 años y abunda en la misma idea que sus compañeros. «Hacen falta un aparcamiento y un mercado nuevo». «Los mercados están cada vez peor, yo llevo aquí 15 años y peor que ahora no he estado nunca. Las ventas han bajado un 50%», explica mientras señala los productos de su frutería, un sector con mucha competencia, cree, no sólo en el mercado, sino en el barrio.

La vida de un frutero es dura. Se levanta a las cinco de la mañana y pasadas las tres llega a casa. Compra lo que vende en el mercado de abastos de Alhaurín el Grande, «porque si lo haces en Mercamálaga te tienes que levantar a las tres de la mañana». Un cliente y amigo, Juan Heredia «al cuadrado», sonríe, habla de Rajoy una vez más, y dice: «Este mercado tiene muchas fruterías». Jorge Martín asegura que su madre lo metió en el puesto porque no tenía otro trabajo. «La clientela es del barrio, fundamentalmente jubilados».

Otra vez el eterno debate de los usos horarios. En los setenta, el mercado era el corazón del barrio y las familias adquirían los productos en sus puestos, donde el tendero de toda la vida le fiaba si hacía falta y la relación era de amigos más que de vendedor y cliente, pero ahora los tiempos han cambiado y muchas familias jóvenes no pueden acudir por la tarde a comprar a un mercado porque muchos están cerrados. No pueden competir con las grandes superficies y abrir por las tardes les supondría a muchos de ellos bien hacer jornadas maratonianas o contratar personal, algo inviable, al menos ahora con la que está cayendo.

Pepi Pérez tiene 54 años y es la dueña de Modas Ma & Jo, las iniciales de sus dos hijos. Además de insistir en el asunto del aparcamiento, se queja de que muchos de sus compañeros no quieren abrir por la tarde y ella, que lleva dos años y medio con el negocio marchando, ha perdido festivos y fines de semana. Por eso, sus hijos han abierto otra tienda fuera del mercado. Sin embargo, Pérez le echa una sonrisa al mal tiempo. «Vamos luchando, porque éste es un mercado estupendísimo, deberíais verlo un fin de semana. A mí vienen a comprarme de El Palo, compran primero el pescao y luego me compran ropa... tengo clientes de la Unión, de la Paz...», recalca.

Luego asegura que la reforma del mercado estaría bien siempre que no la hagan como la de Atarazanas, «con puestos muy estrechos». «Aquí somos tres personas trabajando y la clientela es muy buena, pero el mercado no quiere abrir por las tardes y yo en dos años he perdido días de fiesta, por ejemplo. Mucha gente quiere abrir por la tarde pero la mayoría ha dicho que no», se queja.

Al abrir una nueva tienda cerca del mercado pero fuera de su protección, aclara que muchos le han dicho que «se va a estrellar», pero sostiene que hay mucho paro y, por eso, «entre yo y mis dos hijos vamos levantando esto. Mi interés es que mis hijos trabajen».

En cuanto a su negocio, asegura vender de todo: ropa de caballero, de señora, de bebé. «Tengo un enganche muy bueno; el pañolito a un euro, las bufandas a dos y las braguitas a uno. Se llevan eso y luego se compran el chaquetón, la falda o los pantalones», precisa.

Algunos comerciantes prefieren no comentar su actividad y una de ellas precisa que va a traspasar el negocio porque la cosa está mala. Casi a las dos de la tarde, el runrún del regateo vuelve a hacerse más audible y el frío se filtra por las paredes de un edificio muy característico en cuyos muros exteriores predomina el verde esperanza, la misma sensación de la que siempre hizo gala el barrio, cuando en sus playas se oía el eco de las fábricas de los Huelin y los Heredia y los primeros obreros que confiaban en el progreso se alojaban en casas sociales muy humildes preñadas de un sueño de prosperidad y bienestar.

Los protagonistasPepi Pérez

Modas Ma & Jo

Pepi Pérez tiene un puesto de moda en el interior del mercado de Huelin y sus hijos han abierto otro en calle la Hoz como un medio de trabajar. En su opinión, y tras dos años y medio con un puesto en el recinto, salir fuera del mismo con una segunda tienda una interesante perspectiva. «Vamos luchando, tengo clientes de toda la ciudad», precisa.

Alejandro Pastrana

El puesto lo inauguró su abuelo

Alejandro Pastrana tiene una pescadería que ha heredado de su padre y éste, a su vez, de su abuelo. «Hay días mejores y peores, pero la cosa está floja, la gente mira mucho los precios. Se busca calidad y cosas más baratas», señala, al tiempo que indica que tiene clientes de todo tipo, incluidos restauradores. «Se vende de todo, merluza, gambas, etcétera...», dice.

Juan del Pino

Exige la construcción de un mercado

El carnicero Juan del Pino es un profesional que tiene muy claros los problemas del mercado. «Un parking es imprescindible. Es básico. Y un mercado nuevo», precisa este carnicero que lleva 25 años con un puesto en Huelin. «Antes tenía clientes de Torremolinos y Vélez Málaga pero ahora no. Si le cuesta una multa de 100 euros aparcar, pues no vienen», añade.

Jorge Martín González

«La cosa nunca ha estado peor»

Jorge Martín aguanta el tipo en el mercado municipal de Huelin desde hace 15 años, y tiene 38, aunque en su opinión la cosa «nunca ha estado peor». Asegura que hay mucha oferta de fruterías en el recinto y fuera de él y se queja de la competencia de las grandes superficies y de la crisis. Su trabajo es duro: «Voy todos los días al mercado de abastos de Alhaurín el Grande».