Tenía una calva bulliciosa, casi atormentada, de las que dan ganas de apedrear a las farolas y echarle un trapo a la luna para que no coja frío con semejante competencia. Su cabeza perfecta, allanada como el patio de un burdel, fue toda una revolución en el género, hasta el punto de animar a los españoles a tirar hacia adelante y hacia arriba y arramblar con el biombo lateral de pelo que tan bien define el cráneo de ventanilla única del funcionariado.

A Yul Brynner se le recuerda sin duda como uno de los mejores actores de Hollywood, pero también como un calvo imponente, de los que hubieran llevado a Sansón a cortarse el pelo a bocados y sacarle brillo con un trapo a los columnas del templo. En sus visitas a la Costa del Sol, el actor centelleaba entre el gentío como una supernova. Sentado en la mecedora de Lola Flores, en El Remo, en su casa de Marbella.

El artista, de incontinencia geográfica, había conocido la Costa del Sol de la mano de la camarilla de estrellas que a finales de los cincuenta empezó a avistar a espaldas del franquismo el nuevo paraíso de Europa. Con Peter Viertel, Deborah Kerr, Audrey Hepburn o Ava Gadner, Yul fue uno de los grandes famosos que despejó el paso del turismo hacia las enciclopedias. Primero, en Torremolinos, donde se le llegó a ver en los tablaos, disfrutando del baile de Carrete de Málaga, y posteriormente, en Marbella. Siempre con una actitud reposada, de manantial, reconciliado en sus idas y venidas por el mundo con una cultura que interpretaba desde el frío con grandes arrebatos de sangre caliente. Nacido en Rusia, con infancia en China, el actor llevaba a gala la herencia gitana de su madre, que había crecido en la región de Besarabia, entre los vientos de Rumanía y la ferocidad de Ucrania.

En sus tiempos parisinos, Brynner, polifacético y con duende, había actuado con una compañía gitana. Y en la Costa del Sol, aunque sin renunciar a su identidad híbrida, sobre la que flotaban flecos mongoles, europeos y norteamericanos, terminó de rubricar su interés por la música española. La familia Flores lo agasajó en más de una ocasión en su casa. E incluso trabó amistad con Concha Márquez Piquer y el matador Curro Romero, quienes no dudaron en invitarle, en plan campechanía, al bautizo de su hija y al aniversario de boda.

La trama de Yul Brynner en la provincia está atestada de referencias de los cinco continentes. En su gusto por la Costa del Sol no sólo coincidía con sus compañeros de Hollywood, lo que habla muy bien de la magnitud del despegue de Torremolinos y Marbella durante los sesenta. El poeta Jean Cocteau, que fue su instructor en París, también había merodeado por la tierra. Yul, comprometido activamente en sus últimos años con los refugiados y la infancia, debió de sentirse entusiasmado con la tranquilidad y el trato que se le dispensaba en Málaga. Poco después de sus primeras visitas se decidió por comprarse una mansión. Lo hizo en Marbella, y, según el periodista Manuel Sotelino, convirtiéndose en el propietario en una casa en la que lucía un cuadro costumbrista con bailaores flamencos pintado por el malagueño José Denis Belgrano.

Gracias a las crónicas, se conoce el destino de la pintura, pero también parte de los pasos que siguió el actor en sus andanzas por la provincia. Al contrario que sus compañeros de Hollywood, Brynner fue fiel a la Costa del Sol, pero sin dejarse ver durante largas temporadas. La casa se la administraba un mayordomo casado con una jerezana de familia aficionada al cante y al baile. Cuando el artista se marchó de la costa, le regaló la obra en agradecimiento por los servicios prestados. El cuadro de Denis Belgrano se admira hoy en una peña de Jerez, Los Cernícalos, ya sin la mirada espaciosa del calvo por antonomasia.

En 1986, un año después de que el tabaco acabase con la vida del actor, su hija, la modelo Victoria Brynner, hizo honor a las preferencias de su padre y veraneó por Marbella, llegando incluso a compartir mesa con los reyes de Yugoslavia y con Juncal Rivero. El recuerdo del mar de la luna de nuevo plantado sobre el Mediterráneo. Con eco de charanga flamenca, de la salida de Egipto, del frío y del arte.

De rey de la acrobacia a rey de la industria

El artista ruso, con sangre gitana y mongol, inició su carrera como saltimbanqui en París. Después de sufrir una lesión, decidió probar suerte como cantante y actor. Sus comienzos en Estados Unidos no fueron fáciles, llegando incluso a trabajar de camionero. Su capacidad interpretativa, junto al exotismo de su apariencia, le granjearon los primeros papeles, que se vieron refrendados por todo tipo de premios -incluido el Oscar- y una relación de títulos imborrables como Los siete magníficos o Los diez mandamientos. En la imagen, un fotograma de El rey y yo, filme en el que compartió reparto con Deborah Kerr.