Nada es gratis. Ni tan siquiera la muerte porque se cobra la vida en el último suspiro. «Nunca me podría imaginar vivir en otro sitio. Ni morir tampoco», afirma Isabel Martín. Lleva más de 80 años anclada al mismo sitio. Ahora vislumbra el Puerto de la Torre en toda su extensión y no deja de asombrarse. Por mucho que contemple, a diario, el distrito en el que ha desarrollado toda su vida. Lo hace desde la terraza de su casa en la urbanización de Tomillares. Ofrece unas vistas privilegiadas sobre un distrito que se extiende desde el Atabal hasta la Venta San Cayetano. Nada tiene que ver el Puerto de Torre de hoy, con el puñado de fincas rurales que se encontró cuando llegó aquí en los años 30. Apenas tenía seis años.

La capital está a un tiro de piedra, pero para ella es como dar la vuelta al mundo. Y eso, que ya no son ni diez minutos hasta la avenida de Carlos Haya. Tampoco se tarda mucho más hasta llegar al Parque Tecnológico. Hace no tantos años, las conexiones eran un poco como de tercer mundo. Sólo había una calle y casi siempre estaba atascada. Casi siempre, poniendo a prueba la paciencia como cables de hierro que sostienen los grandes puentes. Hoy se puede elegir entre la Avenida de Carlos Haya, el Cónsul y la hiperronda para llegar a la capital. Es sin duda una de las grandes mejoras que ha experimentado este distrito. Aunque los vecinos siguen exigiendo nuevas líneas que conecten, sobre todo, con la zona de la Universidad y el Hospital Clínico. «El 21 pasa ahora cada diez minutos», se refiere Isabel a los buses de la EMT que conectan el Puerto de la Torre con la Alameda Principal, en pleno centro de Málaga.

Lo curioso de todo es que en esta radiografía de barrio nadie ha salido de la capital, pero todos hablan de llegar hacia ella. Como si el Puerto de la Torre fuera una especie de miembro amputado que sigue atado al tronco porque, sobre el papel, es un distrito más de Málaga. Por eso tiene en Luis Verde, del Partido Popular, su concejal de zona. En estas latitudes, pocas veces se escuchará a alguien decir con el pecho oxigenado de orgullo «yo soy de Málaga». «Aquí somos del Puerto de la Torre», exclama la voz del barrio, casi al unísono. Esto refleja la idiosincrasia especial de esta barriada. Una especie de pueblo dentro de la gran urbe.

Isabel Martín avanzó que el Puerto de la Torre es un buen sitio para morir. Podría apuntalar su opinión en esas mañanas pacíficas que están alimentadas por el olor a lila en el ambiente y ese silencio que reina en sus calles, y que tanto contrasta con la esquizofrenia capitalina. Los rótulos del pequeño comercio local, sin dirección de Facebook ni Twitter, aguardan todavía algo de folclore.

Delante de las ventanas, que esconden miradas camufladas de personas ancianas, se escucha a los pájaros gorjear de manera imperturbable. Como si nada pudiera arrancarles la rama de olivo imaginaria que sostienen entre sus afilados pico de cazar orugas. Tampoco en las urbanizaciones de nueva construcción, esas que se elevan como una mirada autoritaria desde lo alto de las colinas, se deja de respirar el ambiente de perpetuidad eterna. Unas viviendas unifamiliares, siempre con sus tejas rojizas perfectamente alineadas. En general, impregnan todo el distrito porque los bloques de piso se quedaron justo en la bajada que delimita al distrito con Teatinos. «Qué bonita es la vida efímera». Esa es la idea que transmite Antonio Simón. Vecino de 58 años que lleva dos años viviendo en el Puerto de la Torre. Destaca la tranquilidad por encima de todo. Considera que las «zonas verdes son suficientes», aunque esto no sea la opinión generalizada. «Mi coche duerme todos los días en la calle y nunca ha pasado nada», se refiere a la calmante sensación de seguridad que ofrece un distrito «nada conflictivo». «Si tuviera que comprar de nuevo, lo haría en el Puerto de la Torre», sentencia antes de calificar a la gestión municipal con un 8.

Si hay algo que resaltan la mayoría de los vecinos de su distrito, es la tranquilidad que se respira en el Puerto de la Torre. Son conscientes de que viven en una zona, en la que no hay grandes problemas de seguridad y que cuenta con una comisaría propia de la Policía Local. A pesar de vivir rodeados de campo, critican la falta de zonas verdes y, sobre todo, el mantenimiento deficiente de las zonas que ya existen. Como siempre en Málaga, el tema de la limpieza levanta ampollas. También entre los vecinos del Puerto de la Torre. La opinión mayoritaria dibuja una situación de polos opuestos. Entre la avenida Lope de Vega, artería principal del distrito -que contaría siempre con un nivel de limpieza muy aceptable-, y un extrarradio en el que los servicios de Limasa acuden con menos frecuencia de la deseada. Otra queja muy común es por los excrementos de perros. Aunque los vecinos entienden que se trata de un problema de conciencia, no entienden por qué tienen que soportar la falta de civismo de otros. Otro gran reclamo es la mejora del acerado. Con la reconstrucción del camino de Antequera, muchas aceras se han quedado en diminutas pasarelas por las que no cabría un carrito de niños o una silla de ruedas. Especialmente sangrante, en el caso de la Venta de San Cayetano, donde la falta de aceras ha amputado a esta zona del resto del Puerto de la Torre. Con tres colegios de educación primaria y dos institutos de secundaria, la oferta educativa cubre las necesidades del distrito.

Gestión con luces y sombras

Contrastar lo prometido con la realidad revela, que muchos proyectos comprometidos por el Partido Popular en su programa electoral de 2011, se han quedado sin ejecutar. Hablar de promesas incumplidas es citar al parque de los verdiales, que serviría para asentar la festividad popular, tan ligada está al Puerto de la Torre. Es, también, citar al prometido polideportivo que se ha quedado sólamente en una piscina y está pendiente de su segunda fase de ejecución. El parque de Andrés Jiménez presenta un evidente estado de abandono, a pesar de que el concejal de distrito, Luis Verde, insista en que «se ha mejorado muchísimo en el tema de las zonas verdes en los últimos años». Algunos vecinos del Atabal reclaman al equipo de gobierno que cumpla con su compromiso y que acondicione el parque de la Torre del Atabal, que da nombre al barrio. A pesar de estas sombras, la impresión general de los vecinos en el Puerto de la Torre, es la de residir en una zona privilegiada de Málaga. Aunque insinúan que las mejoras en el barrio siempre se intensifican en época electoral, admiten que tienen todos los servicios a mano. Haciendo una media de los vecinos interpelados, la gestión municipal aprueba con un 6 sobre diez.

Si hay una voz autorizada para hablar del Puerto de la Torre, es la de Álvaro Siles. Es el presidente de la asociación de vecinos del barrio y ha contemplado su evolución desde hace más de 50 años. Siles fue testigo directo de cómo los oriundos de las zonas del Guadalhorce iban levantado sucesivamente sus casas. Desde Almogía venían, de Villanueva venían para acercarse a la ciudad. Sin embargo, también trajeron consigo el espíritu rural que hoy conforma la identidad del distrito. Todavía recuerda aquel barrio del Puerto de la Torre que estaba compuesto por «los pocos cortijos que ahora dan nombre a las diferentes urbanizaciones del distrito». Hoy tiene aproximadamente 35.000 habitantes. «A pesar de que indudablemente se haya mejorado en temas de conexión, sólo tenemos la línea 21 operativa», recoge una de las quejas generalizadas de los vecinos. La mancha negra sigue siendo la ausencia de una línea de la EMT que conecte al distrito con la Universidad y El Clínico. «Hubo un periodo de prueba y dijeron que no era rentable», se lamenta Álvaro Siles de una supuesta falta de «promoción adecuada» que permitiera rentabilizar la línea. Sobre el prometido polideportivo ironiza, mientras que señala al charco que se ha formado en el solar donde se debía levantar un centro ciudadano y un pabellón cubierto. «Aquí podíamos críar patos», bromea después de explicar que la colaboración con el Ayuntamiento podría ser «mejorable» y lamenta tener que suspender la gestión porque «apenas se ha cumplido con lo prometido en el programa electoral de 2011».

David Olmedo tiene 39 años y trabaja en la Venta de las Navas. Admite que el Puerto de la Torre es un distrito seguro, aunque insiste en que «tendría que mejorar la limpieza». Para él, un error histórica ha sido no construir más rotondas cuando se amplió la avenida Lope de Vega. «Si quieres cambiar de sentido tienes que trasponer casi hasta la Venta de San Cayetano», afirma en referencia a la glorieta Pintor Rollo Peterson, la única en toda la avenida principal. «La construcción de la hiperronda nos ha facilitado mucho las cosas. Antes salir del Puerto de la Torre equivalía a poner a prueba tus nervios», comenta este vecino que puntúa la gestión con un 7.

Callejeando por el distrito, llama la atención la ausencia de pasos de peatones. Josefa Pérez, vecina de Puertosol recuerda como han ido desapareciendo con la urbanización de las calles. «Todos los días tengo que cruzar el camino de Antequera y sólo hay dos semáforos en toda la calle», comenta Josefa, que también lamenta «la ausencia o la estrechez de las aceras existentes». Sobre la limpieza, insinúa que existe una relación directa entre la presencia de los operarios de Limasa y las épocas electorales». Aprobaría la gestión del barrio con un 5 raspado.

Antonio Miguel Sánchez reside en la zona del Orozco. A sus 39 años, regenta la Papelería Minerva que se encuentra en una boca calle de la avenida Lope de Vega. Este vecino se muestra especialmente crítico y afirma que las zonas verdes se encuentran en un «estado lamentable». «Aquí, al lado de mi librería hay una pista para jugar a la petanca y ha quedado como un foso de arena para que defequen en él», afirma. «Mucha gente dice ahora que la conexión ha mejorado, pero el 21 te deja en mitad del Puerto y, a partir de ahí, búscate la vida», exige un servicio de microbuses para distribuir a los usuarios. También lucha contra la fama que tiene su distrito como ciudad dormitorio. «Con la excusa esa, aquí la oferta de cultura es casi nula», apuntilla.

Loli Castaño vive justo en frente del campo de fútbol. «Es el lugar más ruidoso de todo el Puerto de la Torre, pero es algo muy soportable», admite. Queda claro que el ruido no es un problema en este distrito. «Echo de menos más parques porque para ver algo de verde hay que irse al campo», se queja. Esta vecina también insiste en la «ausencia de pasos de peatones».

Esther Otero tiene 60 años y cree que no verá ya con sus propios ojos el prometido parque de los verdiales. «Para mí la mancha negra en la gestión municipal es la continua falsa promesa con el parque de los verdiales», afirma.

Uniendo el principio con el final, el Puerto de la Torre es un buen sitio para morir. Pero también para vivir, dicen sus vecinos.

Identidad ruralUn pequeño pueblo dentro de la gran urbe

«No soy de Málaga, soy del Puerto de la Torre». Una frase que resume la idiosincrasia singular de un distrito que se mueve en unas pulsaciones diferentes al resto de la ciudad. Ya, la ausencia de grandes bloques de pisos y el apego natural de sus ciudadanos a un entorno rural, permite hablar de un pueblo aparte dentro de una Málaga que apunta cada vez más a gran urbe europeizada. Los vecinos del Puerto de la Torre presumen de entorno privilegiado, pero se muestran inflexibles ante las promesas electorales incumplidas. Sobre todo, coinciden en el abandono de las zonas verdes del distrito.