En 1985, a más de una familia despistada, de las que únicamente encendían el televisor para ver las noticias y las entradas a destiempo de Alexanco, su presencia, espolvoreada ya en todo el mundo, habría sugerido un mundo invariable con olor a pizarra y a papel de calco, acaso un laboratorio mal ventilado y una ristra de niños a su cargo planeando travesuras en remendados uniformes. Casi nadie hubiera pensado en una deportista de élite. Ni siquiera escuchando su nombre, más propio de una estrella del rock que de una tenista profesional. Entre otras cosas, porque en esas décadas casi nadie sabía lo que era eso y el deporte femenino, incluso en Estados Unidos, tenía la consideración paternalista de una de esas tareas claustrales y blandengues de la división femenina del franquismo, una actividad sana a la que dedicarse sin demasiado ruido en los años previos al matrimonio.

A finales de los setenta, se necesitaba, sin duda, que alguien diera un raquetazo, una pedalada, un golpe seco de guante de boxeo en el centro de un universo prejuicioso y oxidado. Y nadie mejor para eso que Billie Jean King, con sus aires inflexibles y remotamente dulces y esa apariencia igualmente rompedora sobre los cánones del deporte del momento. En la pista, con sus gafas de instructora de piano, la atleta norteamericana era una auténtica bestia con piel de estudiante de derecho eclesiástico: quizá la más radical, en braceo y fortaleza, que ha dado la historia.

Después de retirarse, y con más de 12 Gran Slam conquistados, Billie Jean King llegó a decir que tenía curiosidad por saber adónde habría llegado si hubiera podido dedicarse en exclusiva al deporte. Lejos de adaptarse a las condiciones que se le ofrecían, la tenista fue siempre una incombustible luchadora, hasta el punto de compaginar la raqueta con la defensa, primero, de las mujeres, y, posteriormente, de los derechos de los homosexuales. Sus hitos son muchos: nadie, ninguna jugadora, había logrado antes equiparar en un torneo el salario de hombres y mujeres. Tampoco salir del armario. Ni siquiera poner en marcha el circuito profesional femenino, que se estrenó de su mano, con una conexión, además, con la Costa del Sol, que en gran parte explica la visita de la estrella a Marbella en el otoño de 1985.

Durante esos meses, la provincia, con mucha más tenacidad que Madrid, se había convertido en la capital de la raqueta fuera de Estados Unidos. El desembarco de grandes figuras, junto al repentino interés hacia el deporte de fortunas asentadas, hacía que puntos como Marbella crecieran en pistas y presencias que hasta entonces únicamente eran vistas en Andalucía en el cajón acristalado de la tele. Escuelas formativas, residencias de jugadores de primera línea. Y ya, en los tiempos de Billie Jean King, la sede europea de la WTA -equivalente femenino de la ATP-, levantada, no sin esfuerzo, por la propia tenista.

En plena expansión y reconocimiento del deporte femenino, el circuito quiso afincarse en el hotel Don Carlos. Eso significaba que, durante sus giras por Europa, las jugadoras tenían en la Costa del Sol sus instalaciones oficiales para entrenarse antes de salir a disputar los títulos. Hasta las pistas de Marbella peregrinaron estrellas como Martina Navratilova. Por supuesto, también Billie Jean King, que en esos días ya era mucho más que una campeona indiscutible del tenis. De hecho, habían pasado doce años del partido contra Bobby Riggs que la prensa y el cine bautizarían como la guerra de los sexos; aquella machada legendaria, de época, con la tenista triturando a raquetazo limpio al campeón masculino frente a miles de espectadores de todo el planeta.

En el hotel Don Carlos de Marbella, la estrella y activista impartió un curso intensivo de perfeccionamiento. Fueron cuatro horas diarias, bajo la suavidad del octubre mediterráneo, siguiendo con lápiz y papel la sutileza salvaje de sus golpes. Un seminario de lujo que, de paso, sirvió a la estrella para descansar en un lugar del que siempre habló en tono alegre y nostálgico. Preguntada por la prensa española, la estrella aseguraba sentirse fascinada por la luz y las playas de la Costa del Sol,desplegadas a tiro de piedra de la que fuera sede de la WTA. Otra leyenda entre arenas, sombrillas y campeonatos.