Uno de los misterios más extendidos, en torno al funcionamiento de las administraciones en este país, es conocer la verdadera razón por la cual el más mínimo trámite burocrático equivale a adentrase en un bosque oscuro de nibelungos, en el que uno se ve obligado a avasallar a funcionarios reconvertidos en enanos oscuros, y al borde del colapso, mientras que el cielo se va cerrando poco a poco en una pesadilla de formularios y de pagos por adelantado. Cuando al cemento le haya dado por cuajar de forma sólida en los próximos días, la nueva y flamante noria de Málaga nos habrá dado a todos la primera lección, incluso antes de que empiece a girar como un ventilador gigante con tintes aristocráticos. No hay nada en este país que despeje la telaraña burocrática, como cualquier cosa que se mueva motivada por los cálculos de la rentabilidad.

Mientras que el malagueño de a pie aún está a la espera de obtener un permiso de obra para levantar un trastero en su patio, sin que se le acuse de querer construir una segunda vivienda, ha dado tiempo a muchas cosas y de forma vertiginosa: poner de acuerdo al Ayuntamiento, a la Junta de Andalucía y a la Autoridad Portuaria de Málaga, convertir en cenizas al antiguo edificio del Apostolado del Mar y anclar los mosquetones de la noria al socaire de una ciudad, que ya estaba lo suficientemente preocupada con beberse a sí misma. Por si alguien pensaba que estaba viendo norias donde no hay, las sustancias que ingirió en Feria tampoco fueron tan sospechosas como creía recordar.

Ya, dejando de lado lo estrictamente burocrático, la nueva noria podría representar para Málaga la reivindicación definitiva de un modelo de ciudad que se ha entregado al turismo de plástico, y que se nutre de la artificialidad para que el crucerista se sienta en Málaga como si estuviera en Londres, Fukuoka o Las Vegas. La wikipedia revela que son, precisamente esas ciudades, las que cuentan con las norias más pomposas que van trazando íconos simbólicos al rededor de sus imponentes rascacielos. Los 70 metros de la noria de Málaga suenan a poco si se comparan con los 165 metros de esa llanta gigante que corona a Las Vegas y convierte a la iluminada ciudad del desierto en un escenario de Playmobil. Aquí, a falta de una skyline digna de mención, la noria podría servir para reclamar altura de miras en todos los sentidos. Los plenos, por ejemplo, se podrían trasladar a las cabinas para hacer política municipal de altura y tomar ejemplo de estas páginas, donde siempre se apuesta por el periodismo de altura. También, está por ahí, la posibilidad de colar una botella de ginebra. Sería un botellón de altura. El botellón de altura no ensucia, que no es poco. Aunque parezca imposible, desde 70 metros, hasta Málaga se ve limpia. Eso ya es mucho.

En general, las norias están viviendo su renacimiento particular. Con ese sosiego espiritual sacado del ideario de Mary Poppins que tanto caracteriza a su giro perezoso. Sosiego y Málaga nunca se han conjugado bien una misma frase. Tampoco, nunca, Mary Poppins ha estado en esta ciudad.