­Si las cosas de palacio van despacio, las hidrológicas se toman especialmente su tiempo. Felipe II apenas llevaba tres años en el trono y Cervantes era un mozuelo: hablamos del año 1559 y ya por entonces el Cabildo de Málaga se planteó desviar el río Guadalmedina detrás de los conventos de la Trinidad y El Perchel, «por cima de los Percheles», por la cantidad de barro que soltaba y que obstruía el primitivo muelle de Málaga, en construcción. La ciudad hacía tres años que había estrenado la fuente de Génova en la plaza mayor y ya se preocupaba por el río, que en su tramo urbano no estaría encauzado con paredones hasta finales del XVIII, gracias a José y Miguel de Gálvez -los paredones aumentarán de altura en 1917, una década después de la famosa riá-.

450 años han pasado desde ese plan del Cabildo y la ciudad continúa planteándose desviar el río, una necesidad que ya era acuciante en el siglo XVI, después de que la tala salvaje de sus laderas a partir de la conquista de los Reyes Católicos (1487) para plantar viñas, pero también para construir cajas, toneles y hacer carbón con la madera, convirtiera el Guadalmedina en un río impredecible, capaz de inundar la ciudad en pocas horas pero también sus huertas cercanas y causar terribles estragos: En 1628 se ahogaron mil personas y en 1661, 500, además de quedar destruidas unas 1.600 casas. A raíz de esta última tragedia, el rey Felipe V encarga un estudio al ingeniero militar Francisco Ximénez de Mendoza que presenta varias soluciones que otros estudiosos incorporarán en los siglos siguientes: 1) Desviar parte del caudal al vecino arroyo de Campanillas cerca de Casabermerja. 2) hacerlo desaguar en las playas de la actual Huelin y mandarlo por detrás del convento de La Trinidad a la altura de la actual La Palma-Palmilla o bien por el arroyo de Toquero y luego de La Caleta. 3) Encauzarlo con grandes paredones. 4) Como complemento plantea desviar el arroyo de los Ángeles al arroyo del Cuarto -para evitar que se inundasen La Trinidad y El Perchel- y ahondar el foso de la calle Carretería de la ciudad amurallada, por donde desaguaba el arroyo del Calvario y otros de la zona.

En el XVIII, el interés por las obras públicas hace que se multipliquen las propuestas. Así, en 1722 el ingeniero holandés Jorge Próspero de Verboom propone la solución del arroyo de Campanillas.

En un proyecto, de 1765 -un año después de un nuevo susto, que dejó cinco muertos y muchos daños materiales- el maestro mayor de la Catedral Antonio Ramos propone desviarlo y que desemboque en la playa de San Andrés.

«Las calles de mayor tráfico se hayan del todo abandonadas; por estar hechas un manantial (...) y en las casas todo lo inferior (plantas bajas) se hace inhabitable», detallaba un informe de 1778 firmado por los arquitectos Francisco de Rojas y Miguel del Castillo, que analizan varias soluciones, entre ellas desviar el río un poco más abajo de Casabermeja y unirlo con el arroyo de Cauche o Coche, pero también conducirlo al este, al arroyo Toquero, como planteó Ximénez de Mendoza.

«Liberar del terror». El año de la Revolución Francesa, 1789, el ingeniero Alfonso Ximénez propondrá el desvío de parte del caudal por el arroyo de Campanillas y así «libertar a Málaga del perpetuo terror de su bloqueo en todos los casos de lluvias».

En el XIX también son legión los proyectos y algunas realidades: el teniente Joaquín María Pery, el padre de la Farola, trasvasa caudal del arroyo de los Ángeles al arroyo del Cuarto a la altura de la Granja de Suárez (a la zona todavía se le llama La Corta). Otro militar, el capitán general Rafael Vasco propone en 1821 desviar parte del caudal al arroyo de Cauche y justo 40 años más tarde el ingeniero Pedro Antonio de Mesa -a cargo de las obras del ferrocarril Málaga-Córdoba- también aporta una solución porque el Guadalmedina «es un mal vecino para Málaga y su puerto».

Después de descartar entre otras posibilidades desviar el caudal a los arroyos de La Caleta y Toquero, De Mesa aboga por una vieja idea: mandar el cauce por detrás del convento de la Trinidad, aunque la única pega que ponía era estética: «La mala impresión que causa (...) el conducir un torrente de importancia (...) por distinto sitio del que la naturaleza le ha trazado».

También encaró el problema el famoso ingeniero José María de Sancha, quien modificó el proyecto de Mesa y antes que por desviar el río abogó por canalizarlo (por aquella época, 1877, sólo estaba canalizado hasta la zona del actual puente de Armiñán).

Otro conocido personaje de la Málaga del XIX, el arquitecto municipal Joaquín de Rucoba, analiza en 1881, el año de nacimiento de Picasso, el problema insoluble del río y concluye que hay que reforestar sus márgenes y construir presas «que contuvieran y descargaran el agua gradualmente». En todo caso, en esa década la ciudad estuvo a punto de hacer realidad el desvío y urbanizar los terrenos resultantes, un espacio en el que irían viviendas, bulevares y edificios oficiales, según el proyecto de Julio Navalón, que murió con sólo 43 años en 1891, con lo que todo se truncó.

En el siglo XX continuaron las propuestas y también evidencias palpables como la construcción del pantano del Agujero en 1917 o la esperanzadora reforestación de los márgenes del río entre 1930 y 1945, una tarea que queda a medias. De 1970 es el informe que desaconseja el desvío del cauce pero recomienda construir otra presa, que quedará concluida en 1983 (El Limonero), aunque ya entonces varias voces alertan del peligro de contar con esta construcción a la entrada de Málaga.

Desde entonces el Guadalmedina sólo ha estado a punto de salirse de madre una vez, en 1989.

En el nuevo siglo el debate continúa. Como hace cuatro siglos y medio los expertos vuelven a plantear soluciones. Urbanismo encarga un informe del que saldrá un proyecto nunca realizado en las elecciones generales de 2000 y en 2012, la Fundación Ciedes promueve un concurso de ideas para la integración urbana del río que gana el estudio del arquitecto José Seguí.

450 años de agua de borrajas. ¿Será este el siglo definitivo para el nuevo Guadalmedina? Quien lo asegure debería echar la vista atrás y medir sus esperanzas.

1722 El ingeniero Verboom

En un proyecto de 1722 el ingeniero holandés Jorge Próspero de Verboom se plantea desviar el cauce por encima del casco urbano y enviar parte de las aguas del Guadalmedina al vecino arroyo de Campanillas.

1765 La propuesta de Antonio Ramos

La propuesta presentado por Antonio Ramos, maestro de obras de la Catedral, todavía en construcción, desvía el río a la playa de San Andrés, en una zona bastante alejada del casco urbano de la época.

1816 El origen de La Corta

El teniente Joaquín María Pery, el autor de la Farola, realizó un corte (conocido como La Corta) y logró trasvasar agua del arroyo de los Ángeles al arroyo del Cuarto por la Granja de Suárez. También él propuso soluciones para el Guadalmedina.

1989 El último gran susto

Aspecto que presentaba el cauce del Guadalmedina a su paso por la entonces sede principal de Correos, junto al puente de Tetuán y la Alameda de Colón, durante las inundaciones del 14 de noviembre de 1989.