La semana comienza con menos días laborales de lo habitual. Suena bien y gusta más si no tienes que trabajar, claro. Si a eso le sumas ya alguna escapada o algo qué hacer diferente, el puente es tuyo. Los que no han salido mucho de su rutina estos días al menos podrán decir que vieron el gran debate de la noche del lunes.

No sé si las dos horas diciendo todo y nada a la vez disiparon las dudas de aquellos que aún no saben a quién votar pero a mí al menos me sirvió para comerme sin remordimientos una tarrina de queso. Me lo tomé como el día que vas al cine y te tomas medio litro de Coca Cola acompañado de palomitas con la conciencia tranquila.

Ahora, pasado el gran día, han proliferado cientos de analistas como setas. Multitud de viandantes se han autoproclamado expertos desde el lunes a medianoche y explican sus argumentos para detallar quién fue el ganador o, en su defecto, el peor parado.

La gente que vino al Centro ayer a pasar el día debían estar muy hartos de escuchar hablar del tema y han pasado de la resaca política a la borrachera facilona con copas de no sabemos qué a tres euros y medio. Solo había que darse una vuelta por la calle Granada para comprobarlo. Era un día festivo y alguno que otro se había repeinado para la ocasión.

Entre sillas y banquetas que colonizan las calles los niños echaban el rato como podían. Correteando detrás del primo, haciendo de rabiar el hermano... Es lo que tiene el Centro. Que los padres pueden comer y beber cuanto quieran pero los más pequeños no tienen ni un triste columpio en el que balancearse. Menos mal que la imaginación a edades tempranas aún está fresca.

Me encanta el Centro. Me gusta salir a tomar algo y ver todas las cosas que mi economía no me permite comprarme pero cada vez está más reducido a eso. Llegas, comes, bebes, compras y te vas. Y ayer ni eso, que estaban casi todas las tiendas cerradas.

Faltan zonas en las que sentarse y no tener la obligación de consumir. Un parque para los más pequeños y espacios algo menos atropellados que los actuales. El fiasco de la plaza de Camas podría servir para algo de eso pero ya me pierdo entre tanto arreglo y destrozo continuo.

Eso, por no hablar de los aparcamientos. Aquí, o vienes en bici o en transporte público o tu entrada al Centro está condenada a donar un riñón para poder pagar el aparcamiento privado. Es una guerra perdida, lo sé, pero yo seguiré con mi cantinela. No me olvido de todas las plazas que nos han quitado ¿a cambio de qué? De un follón de señales a raíz del metro que solo busca liarme más y que desista de traerme el coche. No lo conseguirán.

Las cientos de personas que se plantaron en el Centro ayer no sé si lo hicieron en nave espacial, tren o burro taxi pero hicieron que se quedara una tarde muy poco apetecible para estar en la calle. Todo el mundo pasándolo bien, arreglados para la ocasión y gastando dinero. Qué pereza. Menos mal que yo trabajaba, qué suerte la mía.