Además de los astros hay otra cosa que es eterna: el debate sobre la utilidad o no de las diputaciones. Depende de con quien se hable, nunca se sabe bien si se trata de instituciones creadas para enchufar al político de turno o si, realmente, sostienen el funcionamiento de miles de municipios que no superan los 20.000 habitantes. Lo que empezó a conocerse el pasado miércoles, cuando el candidato socialista a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, anunciaron de manera rimbombante el acuerdo de legislatura al que habían llegado ambos partidos para acercar a Sánchez a La Moncloa, era que el debate sobre las diputaciones iba a vertebrar también el debate político en la provincia.

El apoyo a Sánchez no podía ser gratis y en esa nueva reconstrucción de Estado que visiona Ciudadanos, era imposible que tuvieran cabida las diputaciones. Todo tiene un significado especial en esta vida y para la formación naranja estas instituciones provinciales simbolizan, como pocas cosas en el mundo, la duplicidad y el despilfarro de los recursos públicos. Verdaderos templos del derroche. Así, no fue de extrañar que entre una de las multiples exigencias al partido socialista se encontrara también la de suprimir a las diputaciones. Que un partido como Ciudadanos, con su innegable componente urbano, llame a su disolución sólo puede acarrearle aplausos entre sus militantes. El gran mérito, sin embargo, será para Sánchez explicar cómo pretende renunciar a las diputaciones, cuando el PSOE gobierna en 18 de las 32 que se reparten a lo largo del país. El número de víctimas colaterales y reubicaciones forzosas se antoja interminable. Por si ya no tuviera suficientes frentes abiertos en su viaje hacia Ítaca.

Guiño del destino o no, el acuerdo de legislatura se presentó el mismo día en el que se celebró el pleno ordinario en la Diputación de Málaga correspondiente al mes de febrero y la respuesta no se hizo esperar. Incluso antes de que diera inicio la velada y con una demostración definitiva por parte de su presidente, Elías Bendodo: en política, un mismo hecho se puede desarrollar en dos realidades paralelas cuando se trata de arrastrar los mensajes al terreno que a uno le conviene. Al mismo tiempo que el PP en Madrid apenas se dignaba ni a valorar el acuerdo, despojándolo de cualquier carga de profudidad, a Bendodo le sirvió para lanzar su invectiva contra el PSOE y poner en alerta a los alcaldes más humildes de la provincia.

Defensa a ultranza. «Los implicados, o bien no viven en un pueblo pequeño o bien no saben lo que hacen realmente las diputaciones», argumentó Bendodo en pro de la institución que le ha visto crecer políticamente y que abandonará al finalizar este mandato. Preferiblemente, y como se supo gracias a las últimas confesiones de Juan Martín Serón, para aspirar a la alcaldía de Málaga. Es curioso, sin embargo, cómo se ven las diputaciones en la calle. A buena parte de la población le parecen entes abstractos creados por un grupo de políticos que se han montado su chiringuito, donde han implantado una especie de refugio para cargos de confianza y amigos del dolce far niente. «Las diputaciones tienen el gran reto de explicar cuál es su función», aseguró Bendodo. Bienvenido sea. En todo caso, su presidente volvió a hacer gala de su oportunismo político para buscar el agravio personal del portavoz socialista en la institución, Francisco Conejo, al que invitó a retratarse. Instalado en una machacona brega por perfilarse como el defensor de las pedanías que están por ahí, perdidas de la mano de Dios, en esta ocasión, Conejo prefirió echar balones fuera. Algo defendible cuando uno no quiere desatinar con el mensaje del partido. Nadie como Conejo para moverse en la zona de confort de la ambigüedad. «Es un pacto que va a firmar una parte del PSOE, porque otra parte, parece ser en Andalucía, no está de acuerdo», dijo Bendodo. «Que hable la militancia», contestó Conejo, capaz de cambiar rosas por espinas y espinas por rosas en cualquier momento. También está el ejemplo loable del presidente socialista en la Diputación de Jaén, Francisco Reyes, quien, ajeno a cualquier teatralidad, sentenció que votará «no» al acuerdo de Sánchez con Ciudadanos.

Moción en la Diputación. No se sabe bien si presa de la excitación de la coyuntura del momento entre el PSOE y Ciudadanos, Conejo amenazó por primera vez con una posible moción de censura en la Diputación. Un sueño íntimo que ahora está intentado avivar de forma artificial y aprovechando que el portavoz de Ciudadanos, Gonzalo Sichar, anda mosqueado con el PP. Si en el acuerdo de investidura Sichar afirmó que era fundamental que los cargos de directores generales fueran ocupados por funcionarios de la casa, Bendodo le ha metido un sonado gol por toda la escuadra. Aprovechando la bisoñez del portavoz de la formación naranja, los cuatro puestos de alta dirección están ocupados por cargos de confianza afines al PP. Sichar insiste en que al menos uno tiene que plegar velas antes de Semana Santa y se juega su credibilidad en esta gestión. Habrá mucha presión. Otra cosa es la utópica posibilidad de ganarse a Sichar para una posible moción de censura que desbancaría al PP. A la vista de los sarpullidos que le produce a Sichar la «izquierda sectaria» -no desaprovecha ocasión para manifestarlo-, antes se hiela el infierno, que verlo en un mismo barco con Rosa Galindo de Málaga Ahora.

Amagar sin disparar. No sabemos, precisamente, cuántas dosis de cabreo se ha tenido que tragar ya Sichar, pero el portavoz de Ciudadanos corre el peligro de sucumbir a la inacción como oposición. Si su homólogo en el Ayuntamiento, Juan Cassá, le está complicando la existencia a Francisco de la Torre, los gestos subyugantes de Bendodo hacen indicar que ven en él a uno de los «suyos». De momento, parece no poder desquitarse del odiado estigma de ser la muleta del PP.