En sus más de diez años entre rejas, el exasesor de Urbanismo de Marbella, Juan Antonio Roca, ha debido enfrentarse a interrogatorios difíciles, como los que dirigía el juez Miguel Ángel Torres en la instrucción del caso Malaya, o los que le hizo el fiscal Juan Carlos López Caballero en el juicio. A veces, contestaba con mucha vehemencia pero sin perder nunca su flema ni su educación. Los años han atemperado ese ímpetu natural de quien siempre estuvo acostumbrado a mandar y ayer, en la última jornada del juicio por el caso El Pinillo, un pelotazo urbanístico que perjudicó a Marbella en 6,7 millones de euros, no sólo dio las gracias al tribunal por su flexibilidad a la hora de permitirle ausentarse algunos días del plenario, sino que al irse, acompañado de su eterno maletín negro, se despidió de la aguerrida fiscal María del Mar López-Herrero, y de Alberto Peláez, representante de la acusación que ejerce el Ayuntamiento de Marbella, así como de otra abogada que representa a los perjudicados en el caso. Y es que Roca es todo un caballero.

«Sólo quiero aprovechar este turno de palabra para, en nombre mío y de mis compañeros, agradecerle a la Sala esa flexibilidad que ha tenido para que asistiéramos a las sesiones que quisiéramos y ausentarnos a la hora del receso, lo que nos ha permitido llegar a una hora prudente a prisión algunos días, justo antes de comer», dijo desde el mismo lugar que contestó a las preguntas de las acusaciones. Una vez finalizado el turno de palabra, se levantó tranquilamente y habló y saludó a los miembros del tribunal, así como también se dirigió, por ejemplo, a la fiscal Anticorrupción que le pide 15 años de cárcel por cohecho, estafa, fraude, alteración de subasta, negociación prohibida a funcionarios y prevaricación administrativa, y también se despidió de Alberto Peláez, el abogado que también le pide muchos años de cárcel y que representa a la víctima de todos estos tejemanejes urbanísticos, el Ayuntamiento de Marbella.

Ayer volvió a lucir inmaculadamente vestido: chaqueta y corbata y su eterno maletín negro junto a él, una imagen de fortaleza que, sin embargo, alguna vez se ha resquebrajado, sobre todo cuando pasó por la prisión de Morón de Sevilla II, donde fue víctima del duro régimen que se aplicaba a todos los presos.

Su naturaleza meticulosa le ha permitido seguir estudiando incansablemente sus diferentes juicios (le quedan 122 causas y la Fiscalía Anticorrupción no quiere negociar nada con él) y en Albolote (Granada) llegó a darle clases de alfabetización a los presos. Pero las sucesivas denegaciones de permisos, los largos años entre rejas -con un paréntesis de siete días en 2008- y el hecho de ver cómo su patrimonio se desmoronaba como un castillo de naipes llegaron a afectarle. Ahora, una vez que la Audiencia Provincial ha accedido a acumular las sucesivas condenas para poder empezar a disfrutar de permisos lo antes posible, se le ve más relajado, como cuando en noviembre de 2011 acabó por reconocer que sobornó a los concejales. Ya por lo menos sabe que no estará más de veinte años entre rejas y eso es un alivio, aunque aún le queda.

Ayer, sin embargo, debió pasar un trago amargo cuando Óscar Benavente, quien su fue testaferro en algunas de las empresas y, sin duda, uno de sus conseguidores, explicó en la última palabra del juicio del caso El Pinillo, que quedó visto para sentencia, que ya se había arrepentido de su relación con Roca en el caso Malaya.

El juicio comenzó en marzo con 21 acusados, pero ya quedan 16 en el banquillo y a la espera de sentencia, entre ellos Julián Muñoz, a quien se le piden once años de prisión. De momento, Roca está ya cerca de su primer permiso carcelario y eso, sin duda, mejora el carácter.