La editorial Cátedra, además de publicar esos libritos clásicos de portada y lomo negros que se han convertido de por sí en clásicos, como los de la veterana colección Austral, tiene una estupenda colección dedicada a la Historia que acaba de sacar a luz un desmitificador estudio sobre Don Carlos, el hijo de Felipe II, publicado por dos catedráticos de Historia de la Universidad de Las Palmas, Fernado Bruquetas y Manuel Lobo.

Como muchos saben, la muerte de Carlos De Austria, el heredero al trono, a los 23 años, fue el pistoletazo de salida de la leyenda negra, pues murió en prisión y se corrió el rumor de que había sido asesinado por su padre.

Los historiadores desmontan el bulo, extendido luego en la literatura y la música por Schiller y Verdi, respectivamente.

Pero lo que a esta sección importa es una gestión que, de haberse concretado, habría hecho remontar las bondades del clima de Málaga al lejano siglo XVI y no a 1897, cuando nació la Sociedad Propagandística del Clima y Embellecimiento de Málaga.

El libro destaca la frágil salud del infante Don Carlos, un niño que desde pequeño sufrió fiebres tercianas y cuartanas (cada tres y cuatro días) durante meses, lo que le dejaba muy debilitado. Parece además que el haberse criado sin sus padres (la madre había muerto durante el parto y el futuro Felipe II estaba muy ocupado con las razones de estado) así como los intentos por corregirle la zurdera le causaron una tartamudez e inseguridad de por vida.

Pero sin duda, Don Carlos fue conocido, a partir de la adolescencia sobre todo, por sus bruscos cambios de humor, que podían desembocar en furibundos ataques de ira y luego estaba la extraña manera que tenía de hablar en tercera persona. Un reciente estudio médico señala que el futuro rey de España y heredero del imperio podría tener síndrome de Asperger.

Sin embargo, lo que más se manifestaron fueron los ataques de fiebre continuos, lo que debilitó mucho su organismo. Por este motivo, su padre trató de buscarle distintos rincones de España alejados de ambientes insalubres y en esas gestiones pensó en que le vendría bien un cambio de aires y en el sur, junto a la orilla del mar, aparte de que era una zona alejada de los chismorreos de la corte y de los embajadores, que no se perdían un detalle de las excentricidades del niño.

Así que, en septiembre de 1561, cuando Don Carlos tenía 16 años, Felipe II envió cartas a varias poblaciones y entre ellas había tres preferentes, Málaga, Murcia y Gibraltar, para sondear cómo se encontraría allí su hijo.

Sólo se conserva la respuesta de Gibraltar en la que el corregidor le respondía que en el Peñón el príncipe se curaría de las fiebres constantes. Pero o bien el rey o bien los médicos cambiaron de opinión y Don Carlos terminó cambiando de aires y marchando a Alcalá de Henares. ¿Se habrían aliviado sus males en Málaga? No lo sabemos, pero la historia del Turismo habría tenido un antecedente principesco en pleno Siglo de Oro. Otra vez será.