En diciembre de 1900, fecha en la que ocurrieron los hechos, la tripulación de la fragata alemana Gneisenau -construida en Danzing entre 1877 y 1879- estaba constituida por 19 jefes y oficiales, 51 guardiamarinas, 186 personas entre suboficiales, marineros y personal auxiliar, y 210 grumetes de corta edad que recibían adiestramiento para servir como marineros. En total, 466 tripulantes. Su comandante era Krestchmann, el segundo comandante Berninghaus, el tercero era el teniente de navío Werner, y el jefe de máquina, Richard Prufer.

El motivo de que la Gneisenau se encontrase en aguas malagueñas era estrictamente diplomático: la potencia alemana trataba de obtener concesiones en el norte de África, por lo que la presencia de su flota en estos territorios era frecuente. En aquellos momentos, el buque escuela acababa de dejar una embajada extraordinaria en Marruecos. Después arribó al Puerto de Málaga, el 13 de noviembre de 1900, donde aguardaba a que el embajador alemán cumpliese su cometido para salir rumbo a Mogador y recoger la embajada, objeto que jamás realizaría.

La Gneisenau fondeaba a unos 700 metros al sureste del espigón de Levante del Puerto de Málaga, en una zona que, según los informes militares alemanes, era especialmente adecuada en invierno por la calidad del fondo marino. Cada día, la Gneisenau se adentraba en el mar de Alborán pues efectuaba prácticas de tiro. El día 25 de noviembre entró en el Puerto para llevar a cabo determinadas tareas de reparaciones. El 15 de diciembre -día anterior de los hechos- la buena climatología reinante durante los días previos cambió hacia las cuatro de la tarde, cuando una fuerte lluvia arreció con energía sobre la ciudad.

Durante la mañana del 16 el tiempo fue empeorando progresivamente. A las 9.30 fue enviado a tierra un bote de servicio para recoger algunos miembros de la colonia alemana en Málaga, que deseaban asistir al oficio religioso del domingo a bordo de la Gneisenau.

A las 10.00 de la mañana la brisa norte amaina por completo, sin embargo, quince minutos después comienza a soplar del sureste, hasta alcanzar en pocos minutos una velocidad de 56 nudos (unos 100 kilómetros por hora). La fragata recibe fuertes sacudidas del mar y la cadena del ancla sufre tirones de gran intensidad. Es entonces cuando se da orden a la sala de máquinas de aumentar la presión de la caldera de servicio y de encender la otra para salir del fondeadero en el menor tiempo posible. El jefe de máquinas Richard Prufer, comunica que tendrían que pasar al menos 45 minutos con el objetivo de alcanzar la presión necesaria para poner en marcha la nave.

El naufragio. El cónsul imperial alemán, Pries, desde su domicilio pudo ver horrorizado cómo la Gneisenau derivaba hacía el espigón de Levante. A las 10.45 el jefe de máquinas comunica al comandante que las calderas han alcanzado presión suficiente para arrancar la maquinaria en régimen de «avante muy despacio». Mientras, el bote de servicio que había sido enviado a tierra al ver el cariz que estaban tomado los acontecimientos decidió regresar al buque. Una vez allí, se ordenó dirigirse a tierra pues era casi imposible izarlo a bordo.

A las 10.50 la Gneisenau se acerca peligrosamente al espigón. Es entonces cuando el comandante Krestchmann ordena izar el ancla y dar máquinas avante. El buque, al principio, responde, pero en seguida la presión se viene abajo, la máquina se detiene y la Gneisenau queda a la deriva. El comandante entonces decide fondear el ancla de estribor; sin embargo, el fondo pedregoso impide que el ancla agarre con firmeza.

A las 11.05 la Gneisenau golpea por vez primera contra el espigón, produciéndose una importante vía de agua en la sala de máquinas. El segundo comandante Berninghaus decide abandonar la fragata. Unos treinta tripulantes saltan a tierra desde el buque. El personal de la sala de máquinas sube a cubierta salvando así sus vidas, pues minutos más tarde estallaría una de las calderas. Algunos botes fueron arriados, pero el oleaje los arrojó contra la escollera haciéndolos naufragar.

Para entonces, la Comandancia, el Gobierno Civil y el Consulado Alemán ya están al tanto del suceso. No obstante, los medios de salvamento son muy escasos.

Ángel Tou, patrón de un pesquero que acababa de arribar al Puerto fue de los primeros en llegar al lugar de la tragedia. Desde la Gneisenau le arrojaron un cabo que él mismo tuvo que asir con sus propias manos al no encontrar donde amarrarlo. Quince tripulantes pudieron llegar a tierra de este modo. Un grupo de personas, entre los que estaban Bernabé Guerrero, práctico del Puerto; José Sellés, capitán del vapor Marqués de Luque; Ramón Burgos, patrón de un pesquero y el pescador Vicente Mínguez, tendieron un cabo firme entre el buque y el espigón, a través del cual muchos tripulantes salvaron la vida.

A las 11.25 la Gneisenau se hundió. El comandante, el segundo Berninghaus y el jefe de máquinas fueron arrastrados por una ola que atravesó la cubierta. El alférez de navío Bolland que estaba fuertemente asido a la jarcia, consiguió sujetar al comandante antes de que cayera al agua, aunque al final la ola se lo arrebató. Este, aún estuvo media hora asido a varios maderos que flotaban enredados entre los jirones de las velas. Luego desapareció, siendo su cadáver el primero que las olas devolvieron a la costa.

Berninghaus quedó en las cercanías del buque también aferrado a un madero. Allí estuvo más de dos horas, durante las cuales, el segundo comandante se mantuvo consciente. Un bote de pesca se acercó para intentar recogerlo, pero zozobró. El teniente de navío Werner fue el superviviente de mayor graduación de la Gneisenau, y desde la escollera trató de dirigir las operaciones de rescate. Incluso ofreció una recompensa de 20.000 pesetas a quien lograra rescatar con vida al comandante Berninghaus.

A las 14.50 el alférez de navío Bolland, que había estado aferrado a uno de los palos de la Gneisenau, abandonó su asidero y llegó a tierra deslizándose con un cabo. Fue el último en abandonar la nave.

A las 16.00 el temporal amainó. Entonces fue salvado el suboficial fogonero Krause que desde el momento del naufragio había estado flotando en una balsa improvisada.

En el trágico suceso perdieron la vida el comandante Krestchmann; el segundo Berninghaus; el jefe de máquinas, Prufer; el maquinista Seheer; el guardiamarina Berndt, cuatro suboficiales del personal de máquinas, once marineros y fogoneros, 19 grumetes y 2 civiles (el barbero y el camarero). En total 41 tripulantes de la Gneisenau. Otros 100 tripulantes sufrieron heridas de diversa gravedad. También se dice que fallecieron una docena de malagueños, al acudir en auxilio de los tripulantes, aunque este dato no ha podido contrastarse con certeza.

Supervivientes. Días después, comprobamos que: 32 de los heridos fueron atendidos en el cercano Hospital Noble, 16 en el Hospital Civil y otros 16 en la casa del médico del Consulado Alemán. Los supervivientes que resultaron ilesos fueron alojados en su mayoría en el Consulado. El personal subalterno del buque, en el Cuartel de Levante, los alumnos se acomodaron en el propio Ayuntamiento, en camas ofrecidas por la Cruz Roja, el alcalde y miembros de la colonia alemana. El cónsul alemán, Adolfo Pries, acogió en su domicilio a la oficialidad del buque.

El 19 de diciembre fue enterrado el comandante Krestchmann en el cementerio inglés en un acto presidido por todas las autoridades de la provincia. El teniente de navío Werner depositó sobre su tumba una corona de flores en nombre de la tripulación. También fueron enterrados los restos de las otras víctimas de la Gneisenau en este mismo lugar.

El día de nochebuena de 1900, los supervivientes embarcaron en el vapor Andalucía que regresaba de China rumbo a Alemania. El día de Navidad partieron a las 11’00 de la mañana Tras una accidentada travesía, debido al mal tiempo arribaron al Puerto de Wilhelmshaven en la madrugada del 2 de enero de 1901. Después de un breve permiso de diez días, la mayoría de ellos se incorporaron al buque escuela Stein, de la flota alemana.

La prensa mundial se hizo eco del suceso, exaltando la actitud valerosa y desinteresada del pueblo malagueño. El 3 de enero de 1901 la Reina Regente otorgó a la Ciudad el título de Muy Hospitalaria mediante el siguiente Real Decreto:

En nombre de Mi Augusto Hijo, el Rey D. Alfonso XIII y como Reina Regente del Reino: «Vengo en conceder a la ciudad de Málaga el título de Muy Hospitalaria a que tan honrosamente se ha hecho acreedora rivalizando todas sus clases, Corporaciones y Ayuntamientos en el salvamento de los náufragos de la Fragata de Guerra Alemana Gneisenau, acreditando una vez más las altas dotes de abnegación y valor y caridad que distinguen a tan noble pueblo».

Un año después, el Gobierno alemán hizo un importante donativo al Hospital Noble por los servicios prestados en dicho establecimiento, con motivo de la catástrofe de la fragata alemana Gneisenau.