Victoria Béjar siempre supo que en algún lugar de mundo, quizás a la vuelta de la esquina, o puede que a miles de kilómetros de su casa en el malagueño barrio de Dos Hermanas, estaba su hija Rocío.

Era la séptima de su prole, la que venía a completar con el número 7 un hogar lleno de vida, donde seis hermanos mayores esperaban criar junto a sus padres a una niña nacida en la madurez de una matrimonio humilde, trabajador, que se había curtido en mil batallas para que a sus niños no les faltara de nada. La mujer murió hace 25 años sin haber oído hablar de la trama de bebés robados que supuestamente se lucró de la expropiación forzosa de cientos, quizás miles, de recién nacidos. No le dio tiempo a ver documentales, series televisivas ni a leer testimonios desgarradores en periódicos. Entonces, no se hablaba de qué le había ocurrido a uno o a otro, eran tiempos en que los trapos más o menos sucios se lavaban en casa, en la intimidad. Pero ella siempre fue dueña de su propio testimonio y nunca lo ocultó. Es más, contaba su historia con total naturalidad, a sabiendas de que no era su verdad, sino la verdad.

Era 12 de junio de 1971. Victoria, que sumaba 42 años, se puso de parto a la hora de comer. Nada nuevo para ella, pues ya contaba con la experiencia de haber parido a seis hijos. Sin embargo todo lo que rodeó este nuevo parto fue nuevo para ella. Apenas le prestaron atención, según relataba, y llegó al paritorio con el bebé prácticamente fuera. «Mi madre contaba que había una matrona que le trató muy mal y que, cuando estaba en el paritorio, con la niña casi fuera, no le hacían caso», relata Soledad, una de las hermanas Agulló. Victoria, que era la viva voz de la experiencia, no cesaba de repetir, una y otra vez, que la niña iba a salir. El bebé nació mientras en los pasillos del los paritorios del antiguo Carlos Haya se oían gritos y un ir y venir de gente constante. «Mi madre siempre dijo que la niña era muy bonita, morenita, gordita, que se parecía a mi hermana Toñi», cuenta Soledad, que relata cómo Victoria se vio sola en el paritorio sin más compañía que la de su recién nacida, porque en un momento dado todo el personal de partos salió de la estancia. Algo pasaba fuera.

«Mi madre oyó que a la mujer del paritorio de al lado le había nacido muerto el niño y escuchó a dos matronas hablar y lamentarse sobre cómo se lo iban a decir a un hombre al que se referían por don», relata la mujer. La conversación de las dos trabajadoras, cuenta, fue más allá y llegaron a decir, según aseguraba su madre, lo «injusta» que podía ser la vida, habiendo procurado a Victoria siete hijos mientras esta mujer había perdido a su primogénito en el vientre materno y no iba a poder tener más por problemas de salud.

La madre de Soledad siempre pensó que aquella familia era influyente y que, incluso, el hombre a quien se referían y que acababa de perder a su hijo, podía ser médico de este hospital.

Aquel terrible suceso, del que Victoria se compadeció como no podía ser de otra manera, quedaría grabado a fuego a su memoria, pues tiene claro que le dieron «el cambiazo». Pese a que la niña nació aparentemente sana y sin complicaciones, a las dos horas del parto le visitaron para decirle que había enfermado y que padecía un problema de corazón. A las 8 horas de nacer le comunicaron la fatal noticia: la pequeña Rocío había muerto. «Mi madre pidió verla, pero no se la enseñaron. A mi padre y a mi abuela sí, pero le mostraron un bultito envuelto que no le dejaron deshacer», relata la mujer, que se viene abajo al recordar la vuelta de sus padres a casa, sin su hermana.

«Me acuerdo de ver su ropita preparada se me quedó grabado, el roperito lleno», cuenta Soledad, mientras su hermana Toñi relata cómo su madre pidió a todos que cesaran de llorar. «Yo tenía 10 años, me acuerdo que lo primero que dijo fue que se la habían quitado, que no estaba muerta», señala la mujer, que recuerda cómo su madre siempre contaba, años después, que tenía tres niñas, tres niños «y una que me quitaron». Para Victoria aquello nunca fue tabú y lo contaba como un hecho más de su vida. Sin embargo, su marido, Daniel, siempre ponía en duda aquella historia y cuestionaba que les hubieran hecho tal atrocidad.

Victoria nunca fue al cementerio San Rafael a visitar la tumba de su hija. Pese a sus profundas creencias religiosas, a sus continuas promesas a la Virgen del Carmen, de la que era muy devota, nunca fue a rezar ante la lápida de la pequeña Rocío. Había sido testigo de cómo le arrebataban a su hija y, aunque nunca lo olvidó, aprendió a vivir con ello pese al dolor que le causaba saber que le faltaba su hija pequeña.

Pese a todo, las hermanas Agulló, María Victoria, Toñi y Soledad, aprendieron a responder como su padre, era lo fácil y, seguramente, lo más sensato. No ponían en duda su testimonio, sino que aquello pudiese haber pasado. Cuando años más tarde empezaron a aflorar los casos de bebés robados, comprendieron que aquello que su madre contaba era cierto y que Rocío se había criado, seguramente, con una familia pudiente. Con aquellos padres que aquel día de 1971 perdieron a su hijo biológico.

Por eso años después, una vez su madre había fallecido, se decidieron a investigar. Animadas por los primeros casos de la televisión, y bajo la tutela de la asociación Aberoa, decidieron que iban a luchar por aquello que su madre siempre creyó. Entonces, además, el argumento había calado en su padre, que les pidió honrar la memoria de su difunta esposa.

Como la mayoría de casos, el suyo se ha archivado. Falta información, documentación y hay inconcreciones relativas al parto de Rocío. «Si vive, ya tendrá 46 años. Sabemos que tiene su vida y no queremos entrometernos, pero queremos encontrarla por mi madre. Se lo debemos», señalan las hermanas, que esperan abrazarla algún día.

Los documentos

Certificado médico

Diferencias.

Pese a que la causa de a muerte, le dijeron entonces, fue un problema cardiaco, la documentación recoge daño cerebral.

Hospital. Victoria Béjar sostuvo a su hija a la que vio sana y «normal». Sin embargo, los médicos, a las dos horas, le dijeron que tenía un problema cardiaco. Al investigar y obtener informes de la época, en él figura que el bebé nació a los ocho meses de gestación y que murió por anoxia cerebral, es decir, falta de oxígeno en le cerebro al nacer, terminología que entonces no emplearon los médicos ni comunicaron a los padres.

Declaración de defunción

Declaración de defunciónSepultura.

El documento recoge que el bebé murió un día después de la supuesta muerte, En vez del 12, el 13 de junio de 1971.

Registro. El feto fue supuestamente enterrado en una zanja general. Pero la familia tiene claro que los datos no cuadran. Además de no recoger bien la supuesta fecha de defunción (el día del nacimiento, el día 12), algo inquieta más a la familia. Pagaron el entierro en san Rafael con el seguro del Ocaso, pero aparece el nombre de un trabajador de otra funeraria que figura como vecino, pese a no conocerle de nada.