Si se juntaran todas las hojas de los artículos, ensayos y trabajos dedicados a los personajes que visitaron la finca de La Concepción, a sus propietarios y al famoso Museo Loringiano, podría levantarse un frondoso jardín de papel.

Sin embargo, poco se sabía de la finca misma, de la gestación de este prodigio botánico que en nuestro días ya es el mejor jardín subtropical al aire libre de Europa continental (Canarias, aparte).

Este importante hueco acaba de llenarse con la tesis doctoral de Blanca Lasso de la Vega, jefa del Departamento de Investigación y Divulgación Botánica de La Concepción, que la Diputación de Málaga acaba de publicar con el título de Plantas y jardines en la Málaga del siglo XIX. El caso singular de la Hacienda de La Concepción. Se trata de un trabajo de cuatro años que la semana pasada fue presentado bajo el prodigioso cenador de glicinas de la finca por el parlamentario andaluz y exconcejal de Cultura Antonio Garrido Moraga.

«Se trata de un libro divulgativo, no técnico, y la gente que lo está comprando dice que es muy agradable la lectura», cuenta la autora.

De formación científica, Blanca Lasso de la Vega, doctora en Ciencias, ha tenido que embarcarse en el proceloso mundo de los legajos, periódicos antiguos, revistas y guías de viajeros, entre otras fuentes, para conformar este trabajo. Y aunque confiesa que al principio le «abrumaba» el caudal de información recabada, con la ayuda de amigos cercanos, de sus directores de tesis, Manuel Casares y Blanca Díaz Garretas, y sobre todo, de la profesora e investigadora de la UMA Amparo Quiles, ha conducido a buen puerto el trabajo y algo más: «No tengo formación en archivos y ahora es un mundo que me fascina, ha sido un descubrimiento para mí».

Y si en principio el trabajo iba a centrarse solo en La Concepción, al final no ha sido así: su investigación tiene el aliciente de ir a los orígenes de la moda de los jardines en Málaga y explicar su desarrollo. «Empecé a remontarme y llegué a finales del XVIII, al ministro de Indias José de Gálvez, que debía traer el mayor número de semillas y plantas de las colonias americanas».

En esos inicios, se pensaba en la utilidad de estas exóticas plantas pero ya algunas como el aguacate, el caqui o el chirimoyo fueron introduciéndose como plantas ornamentales en los jardines. «La vía era Cádiz y de ahí, al Jardín Botánico de Madrid o a a Aranjuez», destaca. Sin embargo, el ministro Gálvez, que tenía finca en Almayate, fue desviando algunas plantas a su propiedad, porque pensaba que se aclimatarían mejor. La casualidad quiso que el jardinero de la finca de Gálvez fuera también el del llamado jardín de los Tres Presidios Menores (posesiones españolas del norte de África) que se encontraba en la calle Victoria de la capital. «Y ahí empieza todo, se dieron cuenta de que en Málaga la aclimatación era mejor».

La moda de los jardines fue a más, por eso la ciudad pasó de contar con seis en 1791 -los que aparecen en el famoso plano de Carrión de la Mula, y muchos de ellos, paseos ajardinados- a contar con más de 150, bastantes de ellos privados, a finales del XIX.

El mito de los barcos

El trabajo de investigación, de paso, ha dejado sin validez uno de los mitos sobre el nacimiento de la finca: el que las plantas las transportaran los barcos que Manuel Agustín Heredia tenía por medio mundo.

Por el contrario, la mayoría de las plantas las proveyeron viveros de España como los que existían en Madrid, Zaragoza, Valencia o Granada, así como otros de Holanda, Francia, Bélgica y el Reino Unido.

«He llegado a leer que Amalia Heredia cuidaba las plantas en los barcos que venían...esa misma leyenda de las plantas en barcos se ha repetido en jardines de Niza, de la Costa Brava...», recuerda Blanca Lasso de la Vega, que cree que el origen de la leyenda malagueña puede partir de la declaración de Jardín Histórico Artístico de La Concepción, en 1943, en la que se hablaba de innumerables plantas traídas de África, «y aquí el porcentaje de plantas de África no es el más elevado, la mayoría son de América y Oceanía», destaca.

En todo caso, la singularidad de La Concepción como tesoro botánico es indudable, y como recuerda Blanca Lasso de la Vega, la finca llegó a contar con 24 especies, la mayoría palmeras, «que exclusivamente estaban en La Concepción» y no se conocían en otro punto de España. Además, y ya lo adelantó la propia doctora en Ciencias el año pasado a La Opinión, sus investigaciones han permitido datar la llegada del prodigioso cenador de las glicinas en el año 1859, cuando todavía no se había levantado la casa palacio y en su lugar había un viejo cortijo.

Otra particularidad de la hacienda, que Jorge Loring fue formando en esta amplia ladera, primero con la compra en dos años de tres fincas y de una cuarta, la Huerta del Hoyo, con una importante mina de agua, 20 años más tarde, es que su trazado ha permanecido inalterable con el paso de los años.

A este respecto, la doctora recuerda que el jardín cuenta con tres estilos: paisajista inglés al comienzo (un jardín que quiere imitar a la Naturaleza, sólo que subtropical), pinceladas de corte isabelino a finales del XIX y comienzos del XX («más flores y parterres pequeños y coquetos») y tras la marcha de los Loring y la llegada de los Echevarría-Echevarrieta, la etapa regionalista, con el mirador o la presencia de cantos rodados en algunas zonas.

«Es el único jardín de corte isabelino que permanece inalterable en nuestros días. Si ves una imagen de la época y observas la imagen actual, está exactamente igual, sólo ha cambiado el tamaño de las plantas y eso tiene un valor incalculable», resalta.

Con este libro, quiere contribuir a revalorizar la joya de La Concepción y darla a conocer al mayor número de personas.