Resumir la vida de un huracán de actividad y simpatía como Andrés Sanz (Málaga, 1944) resulta tarea ardua porque sigue creando e innovando cada día. Como muestra, en la actualidad la exposición Las pasas de Málaga y las artes decorativas, formada por piezas de su colección, puede verse en el Museo del Patrimonio Municipal hasta el 28 de enero.

Los niños de los 80, por otra parte, recordarán el Pueblo Andaluz de El Corte Inglés, de su creación, o la famosa Cortilandia, que adaptaba con sus buenas mañas. Ya de pequeño, cuenta, «en el colegio procuraba, cuando me ponían deberes, que alguien me los hiciese. A mí lo que me gustaban eran las manualidades, por eso me apunté a aeromodelismo y si llegaba a casa y había albañiles haciendo zanjas, me metía en ella con un pico».

Eso explica que, con 15 años, decidiera apuntarse a trabajar en una carpintería de Carranque. «Aunque duré un mes. Yo lo que quería era sacar dinero para tener una bici, porque casi todos mis amigos las tenían».

Su primer trabajo estable fue sin embargo en la veterana tienda de ultramarinos La Mallorquina , junto a la plaza de Félix Sáenz. De esos años recuerda que «los sábados era cuando más se trabajaba, hasta las diez de la noche, porque era cuando la gente bien iba al teatro y venían a comprar cosas». El quinceañero Andrés se encargaba de repartir los alimentos en las casas «con un triciclo».

Su siguiente empleo, en la papelería Ricardo Sánchez, fue producto de su rapidez de reflejos: «Un día me encuentro por calle Nueva a un amigo con su madre, venía de pedir trabajo en la papelería. Yo les dije: me voy, que tengo prisa. Me fui a la papelería, me hicieron una prueba y me cogieron. Luego me explicaron los de la papelería que como llegué solo y me vieron más suelto, me cogieron. En esa época había que ser espabilado...igual que en esta», sonríe.

La mili la hizo en Aviación en Málaga, y como buen gurripato, se sigue reuniendo una vez al año con sus compañeros de mili en la Venta del Túnel.

Vivió la «época golfa» de Torremolinos, en la que enamoró a turistas nórdicas, tocó la batería en Los Merkury´s e hizo fortuna decorando chalés y salas de fiestas, e incluso llegó a ser el decorador de la famosa discoteca Tiffany´s.

De los inicios recuerda que el dueño de un restaurante le comentó una novedad que había visto en París, la figura de un cocinero que servía para anunciar el menú. «Le dije que si me compraba pintura y un tablero se lo haría. No me quiso cobrar y me dijo que podía venir a comer gratis todos los días», recuerda.

En ese tiempo también montó con un socio, que tenía una ferretería en la calle San Miguel, un negocio de correas de cuero para los hippies: «Le poníamos una cabeza de león, con una hebilla dorada muy grande, comprábamos tapicería y las adaptábamos. Fue un éxito», cuenta.

Por cierto que no terminó casándose con ninguna extranjera sino con Manoli, una joven española que trabajaba en la papelería Ricardo Sánchez. «Preferí pelearme en español antes que en sueco», bromea.

Eso fue en 1971. Poco antes, a finales de los 60, entró como decorador en los almacenes Gómez Raggio, que acababan de estrenar nuevo establecimiento en la calle Larios.

Andrés Sanz recuerda, con una gran sonrisa, que en los famosos almacenes malagueños le preguntaron si él era escaparatista: «Les dije que era un escaparatista de muerte, aunque no los había hecho nunca, pero empecé e hice unos tan bonitos, que empezó a entrar gente y a preguntar por mí. Total, que volví a Torremolinos con más encargos, mientras seguía en Gómez Raggio».

En esos años 70, calcula que por su trabajo en la Costa llegó a ganar hasta 20 veces más de lo que ganaba como escaparatista en los grandes almacenes.

Durante su etapa en Gómez Raggio, uno de los trabajos de Andrés, con enormes tubos traqueados enroscados y con unas flores plateadas gigantes, apareció en una revista suiza. Consiguió además un carné de escaparatista internacional que todavía conserva.

Pero además, el artista malagueño colaboraba en otros frentes como los decorados de Don Juan Tenorio, que realizó en 1978 para una función a beneficio de la Archicofradía de la Esperanza en el Teatro Cervantes, y en la que además participó.

De Gómez Raggio al Corte Inglés

Tras el cierre de Gómez Raggio se le presentó una nueva oportunidad de trabajo por su gran creatividad: El Corte Inglés. Cuando Andrés ingresó, hacia 1984, el centro comercial estaba a punto de cumplir el quinto aniversario en Málaga e ideó para este evento un gran Pueblo Andaluz, del que primero hizo una maqueta, y luego le dio forma en una gran nave industrial.

Y por supuesto, tenía que reparar y adaptar los enormes decorados que venían de Madrid, ya fueran bosques, budas gigantes o la famosa Cortilandia. «En ese tiempo la acera entera estaba llena de gente», recuerda.

Otro de sus trabajos más ambiciosos fue un enorme Nacimiento, dividido en muchas escenas, que él mismo diseñó y montó con ayuda de un gran equipo. Y no se olvida del escaparate formado por modelos de carne y hueso que él mismo se encargó de montar.

Pero sus miras profesionales ya estaban en otro sitio. Por eso, a finales de los 80 dejó El Corte Inglés para hacerse cargo en solitario de una tienda de cuadros que, pocos años antes, había abierto con un socio.

De ese tiempo fue el importante encargo de montar más de 40 dibujos de Picasso que el Museo Pushkin de Moscú había prestado a la Fundación Picasso de Málaga para una exposición.

Como explica, fue un verdadero trabajo de precisión por muchos motivos: «Había que montarlos en paspartú pero sin pegarles fiso ni hacer nada que dañara las obras. Además, los conservadores, entre ellas la hija de Yuri Gagarin, apuntaban cada roto, cada cagadita de mosca que ya tenía el dibujo y cualquier deterioro que tuviera, había que pagar una indemnización». Finalmente, la exposición fue un éxito y Eugenio Chicano le mandó una carta en la que le felicitó por su labor.

Además, durante años todas las sucursales de Unicaja en Andalucía contaron con los cuadros enmarcados por el artista malagueño.

En la actualidad, el negocio que creó hace casi 30 años en la calle Compositor Lehmberg Ruiz, 10, en el edificio Galaxia, la tienda de enmarcación y cuadros Graffitti, cuenta con dos plantas y media, y allí trabajan dos de sus tres hijos (el tercero es ingeniero y vive en Taiwán, donde se ha casado con una taiwanesa). Además, la tienda tiene su propia nave en el Polígono Alameda «donde fabricamos todo».

Hoy, sigue de cerca la marcha de la tienda mientras continúa destilando pasión por la vida y buen humor, al tiempo que disfruta de su familia y sus colecciones de temas malagueños. Pero de esas colecciones ya hablaremos otro domingo.