La primera temporada de Manel Casanova (quizá la penúltima o quizá el comienzo de una larga etapa) se cerró ayer, 30 de junio. Ahí está su obra: nueve campeonatos provinciales (Liga Nacional juvenil, San Félix juvenil, infantil autonómico, alevín preferente, primera alevín A, primera benjamín, benjamín A, benjamín B, prebenjamín) de 14 posibles, más el andaluz del alevín preferente con su gran participación en el Torneo de Arroyo de la Miel, y el subcampeonato copero del División de Honor juvenil. Dicen los que saben de cantera que los resultados son secundarios. Que es maravilloso quedar primero, pero lo que queda es la formación, futbolística y personal. Y repartir minutos entre todos los futbolistas para que posean las mismas oportunidades y crezcan al unísono.

Hasta su llegada, la cantera del Málaga era como una fritura de verano, con muchos pescados en un plato, en el que demasiada gente pinchaba, cortaba y mandaba. Casanova aterrizó para ordenar, coordinar y decidir. Y su postura ha chocado con muchísima gente. Técnicos, trabajadores, padres e incluso responsables de otras parcelas de la entidad. El que manda tiene derecho a equivocarse. Hasta es sano. Lo que debe procurar el director de La Academia es meter en la cazuela malaguista la máxima cantidad de chanquetes posibles. Está muy bien traer chavales de Cádiz, de Salamanca o de Portugal. Pero lo primero, niños de la casa, de la siempre prolífica cantera malagueña. Confiar en nuestros futbolistas e importar tan sólo lo necesario, lo mejorcito, pero con base blanquiazul.

Porque si te vas a Portugal y te traes a un «pezqueñín», luego el crío, crecido por su entorno, es capaz de liarte un «pollo», con cámaras de televisión de por medio, dejar en ridículo al entrenador y contravenir los cacareados valores de la cantera, como sucedió en Arroyo de la Miel. Conductas odiosas que hay que erradicar con urgencia. Aunque por lo que me cuentan, el niño sigue vistiendo la camiseta del Málaga, con palmadita en la espalda incluida de alguno. Malo. Dar ejemplo, aunque sea con estos opositores a estrellas de nueve años, es clave en la educación del futbolista. De lo contrario, me parecería temerario, como padre, encomendar la formación de un hijo en ese lago repleto de tiburones que devoran a los débiles y desprotegidos chanquetes. Es mejor apuntarle a clases de punto de cruz.