He visto pocilgas mejores que el campo del Eibar. Dar dos toques seguidos, ayer, era para aplaudir. La Federación Española de Fútbol debería estipular una mínima calidad del estado del terreno de juego para que pueda jugarse un partido de octavos de final de la Copa del Rey. La incesante lluvia hizo del piso un patatal, sobre todo, en la banda derecha, por lo que el Málaga CF se vio obligado a volcar el juego hacia la franja izquierda, donde Diego Buonanotte buscaba la conexión con algunos de los otros dos bajitos y geniales, Javier Saviola, que jugó en punta, y Sebas Fernández, que actuó de enlace entre la medular y «El Conejo».

Respecto al choque de vuelta frente al Cacereño, Manuel Pellegrini cambió a los laterales al situar a Sergio Sánchez y Monreal en vez de Jesús Gámez (no convocado) y Álex Portillo (descarte de última hora), a Camacho en lugar de Iturra (en el banquillo) y a Saviola por Santa Cruz (tampoco citado). Los otros siete eran los mismos: Kameni, Onyewu, Weligton, Recio, Sebas, Buonanotte y Duda.

El Málaga CF no se encontraba cómodo en la «caja de zapatos» de Eibar, un campo de tan reducidas dimensiones que en principio podía parecer ideal para jugadores que presionan arriba, que no se achican, como Sebas y Buonanotte (al que se le vio pelear como un jabato frente a un central que le sacaba tres cabezas), si bien se echó en falta a Iturra.

Pellegrini fue a por todas. Prefirió contar con Ignacio Camacho y Recio, al que le hacen falta minutos, como pareja de mediocentros frente a un conjunto armero correoso, infatigable en la brega, muy vertical y que intentó aprovecharse de las nefastas condiciones del campo embarrado.

La única situación de peligro malaguista en toda la primera mitad se limitó a un saque de esquina botado por Duda, que despejó con apuros el portero Altamira, que le quitó el balón prácticamente de la cabeza a Onyewu, que ayer volvió a ver una tarjeta amarilla demasiado pronto. No fue el único amonestado.

Sebas y Duda también se fueron al descanso a la caseta con amonestaciones, y en ambos casos de forma absurda, por protestar y desplazar el balón, respectivamente.

El choque fue un sopor en sus primeros 45 minutos, sólo animado por la charanga formada por una treintena de aficionados eibarreses en la grada que intentaban obviar el mal tiempo.

El pantalón blanco que lució el Málaga en su equipación, al igual que hizo en San Siro, pronto adquirió el color marrón del barro. Pero, de ocasiones, ni una. Para colmo, en los dos ataques con más opciones de gol, Sergio Sánchez recibió una falta que no fue señalada y Sebas, un resbalón tras un excelente envío del «Enano» Buonanotte.

El único peligro real llegó en los centros desde la banda izquierda de Del Olmo, el jugador local más incisivo en ataque. Uno de estos envíos fue rematado en tiro cruzado por Capa. Fue la ocasión más clara de todo el choque. Sólo la lluvia impedía a los aficionados dormirse en las gradas.

El Eibar, que ha ganado los nueve encuentros que ha jugado en su estadio, buscaba al menos el mismo resultado que consiguió frente al Athletic en su propio campo, el empate a cero, para volver a dar el zarpazo fuera.

Una de las claves de los armeros en su feudo es sacarle partido a las acciones a balón parado. Sin embargo, las únicas faltas se producían en la zona ancha. Y si el primer córner fue en el minuto 28 (del Málaga), el segundo fue en el 60 (del Eibar), ambos sin consecuencias. Con eso está dicho todo. Con eso y con que el bloque blanquiazul no remató con peligro hasta el minuto 85, cuando Sergio Sánchez, de vaselina, remató con sutileza al larguero tras un rechazo del guardameta Altamira.

Pero eso fue antes del jarro de agua fría. No es que fuera mucho el cántaro a la fuente. No hacía falta ante tanta agua. Un libre indirecto, cómo no iba a ser de falta, lo aprovechó Añibarro (cuyo nombre le viene que ni pintado por cómo estaba el campo) para sentenciar tras un despiste en la marca de Duda.

El cuadro malaguista, ante la impotencia de no poder hacer juego combinativo, intentó buscar alguna falta cerca del área. De hecho, Buonanotte estaba más tiempo en el suelo que en vertical. Si hubo un equipo que buscó el gol con ahínco, más motivado y con mayor estabilidad, fue el Eibar. Su técnico, Gaizka Garitano, sólo repitió a un jugador (Raúl Navas) respecto al último partido liguero y a cuatro en relación al último choque frente al Athletic.

El 1-0 se antojaba un resultado negativo para un Málaga CF que debía haber expuesto algo más en ataque. Pellegrini, antes del gol armero, había apostado por Juanmi, que suplió a Saviola. Tras el tanto, el chileno puso a Iturra y, poco después, a Fabrice, para buscar el tanto del empate.

En la prolongación, se vio a un conjunto malagueño más vertical que en todo el choque, buscando la portería ya a la desesperada frente a un rival crecido, único superviviente de Segunda B y que no se conformaba con haber eliminado de la Copa al Athletic de Bilbao, vigente subcampeón.

Había que buscar un rechazo a un remate, una segunda acción, una ocasión de rebote, alguna oportunidad que sólo se había dado en una esporádica acción, por medio de un defensa, Sergio Sánchez.

Y entonces, cuando nadie daba un euro por este Málaga, cuando José Antonio Teixeira Vitienes estaba a punto de pitar el final del encuentro, en la última jugada del partido, en el minuto 93, a raíz de una falta absurda por mano de un jugador eibarrés, la botó Diego Buonanotte y uno de los jugadores más criticados en las últimas semanas, Oguchi Onyewu, se elevó por encima de tres futbolistas más y marcó de cabeza el ansiado gol de la igualada.

Onyewu aprovechó la mala salida de Altamira, llevó la alegría al banquillo malaguista y dejó helada a la animada parroquia guipuzcoana. Un empate a uno que sabe a gloria. Había petróleo dentro del barro. El Málaga CF sólo escarbó al final. Más vale tarde...