Toda la información que nos llega está políticamente contaminada. Esto ya no depende de una sola fuente contaminante -ese poder terrible y concentrado de los dictadores, por ejemplo- sino de lo que representa el pensamiento único como gran marco supraideológico. Si partimos de esa premisa adquiriremos una sana aunque molesta desconfianza hacia todo y hacia todos. Inspirados en esa útil manía les comentábamos a mediados del pasado abril que aquellos primeros gestos de Zapatero (elegido apenas un mes antes) eran en realidad ´fuegos artificiales´. Decíamos entonces -hace cien días- que el primer objetivo táctico del presidente, con sus ministras-bebés y sus golpes de efecto publicitarios era "dar una fuerte impresión de independencia". Y añadíamos: "?quiere ahuyentar la sensación de que en poco tiempo más quedará comprometido en muchos de sus objetivos por la necesidad de sumar los votos nacionalistas, sin los cuales no podrá formar un gobierno estable". Afirmábamos también que otro resultado obligado de las elecciones era la búsqueda de acuerdos entre los dos partidos mayores, "como mínimo un nuevo pacto antiterrorista". Y acotábamos que Rajoy había acortado un pelín la distancia que les separaba del PSOE, con lo cual había alcanzado "un umbral de apoyo suficiente como para no tener que retirarse de la escena". Los ´liberales´ de su partido querrían -como así lo hicieron- utilizarlo como parapeto para que los más conservadores no siguieran controlándolo todo, lo que sometería al Partido Popular a "un proceso de centrifugado del cual deberá emerger recuperando un papel de centroderecha" -lo que sucedió- "o asumiéndose como una continuación del aznarismo".

¿Qué ha ocurrido en estos cien días? Nada de gran calado, excepto un proceso bastante previsible -la reválida de Rajoy- y la intrusión de un odioso nuevo personaje, al que ya se veía entre bambalinas pero que después (es terriblemente narcisista) entró a ocupar por sí solo todo el escenario? y ya no se puede hablar de otra cosa: la crisis.

Comentábamos la semana pasada que en el mismísimo primer trimestre de este año los bancos habían mejorado sus resultados un 10% y las empresas no financieras un 9´2%. Estos datos no niegan la crisis. Pero hay que asumir algo que la economía de mercado nunca termina de explicar, porque no le hace gracia que nos enteremos: la crisis pasa y lo esencial es tratar de reducir al mínimo los daños y de proteger a los más frágiles, igual que se hace cuando llega la alarma de temporales, ciclones o inundaciones. Un axioma: el miedo a la crisis es peor que la crisis. Aferrándose con su habitual dogmatismo a esa premisa, Zapatero se ha empecinado en negar la crisis, hasta que la contemplación del ´barco´, en parte desarbolado y dando bandazos, ha hecho imposible mantener la impostura.

¿Y qué han hecho sus enemigos (no pensar necesariamente en Rajoy: más bien pueden ser en este momento los mismos enemigos que tiene Rajoy)? Hablar de la crisis mañana, tarde y noche. Magnificarla. Asegurar que España saldrá peor parada que sus vecinos. Si os fijáis bien, encontraréis alguna coincidencia entre quienes interpretan la crisis como el fin del mundo y quienes creen que estamos al borde de la desaparición del castellano. Estos últimos han enturbiado las aguas -con la inestimable ayuda de Ibarretxe- de tal modo que han puesto a los socialistas catalanes más ´independentistas´ que nunca.

Zapatero se ha quedado solo ante el peligro. El vendaval de la crisis deja como una sopa a sus ministros-bebés, los nacionalistas están más cabreados que nunca y Rajoy, crecido. Es posible que sea el PP el que mañana le saque las castañas del fuego al presidente, quien es, ahora mismo, el menos ´independiente´ de todos.