Hay algo que une a Zeno, el protagonista de la inolvidable novela de Italo Svevo, y al narrador de la titánica ´À la recherche du temps perdu´ de Proust: el continuo aplazamiento ´para mañana´ de una decisión que consideran importantísima pero para la que nunca encuentran un momento oportuno. En Zeno es la decisión de dejar de fumar y –en una escenificación teatral y conminatoria que tan bien conocemos todos los fumadores– los infinitos últimos cigarrillos, que por supuesto nunca lo son. Ninguno lo fue para Zeno ni, transliterándolo al autor, para Italo Svevo. En el narrador de ´À la recherche...´ es el desplazamiento continuo para mañana de la decisión de ponerse a escribir, tarea a la que los que lo conocen, y él mismo, lo ven predestinado.

Es esa coincidencia la que nos permite reconocer a los dos personajes como nuestros contemporáneos, en una actitud tan propia de nuestra manera de concebirnos como humanos y que podemos llamar provisionalmente ´indolencia´. Pero son muchas más cosas, ya alejándonos de esos dos libros fundamentales de nuestro tiempo, las que podemos extraer de la dilación tan reconocible que hay tras las fórmulas verbales del tipo "éste es mi último cigarrillo" o "mañana sin falta me pongo a escribir" (un amigo, hace muchos años, y bromeando con lo mismo, se tildaba de escritor–promesa..., ¡porque todos los días prometía que iba a escribir!). Pongámonos, pues, un rato a ello, ya que andamos en estos días metidos en celebraciones y ritos –aunque ya tan vacíos y mercantilizados, como corresponde a nuestra época– sobre los tránsitos del tiempo.

Nos es sólo, decíamos, la indolencia eso que nos hace postergar continuamente las que, según creemos ´a priori´, son grandes decisiones que debemos tomar porque cambiarán nuestras vidas, (aunque lo es en gran medida, sobre todo en los mediterráneos, tan fatalistas: ´Besos, pero no darlos...´ decía Manuel Machado en su hermosísimo autorretrato ´Adelfos´) sino que pienso que es sobre todo la desconfianza en las ideas, tatuadas en nuestra cultura, de que nuestra voluntad es la verdadera conductora de nuestras vidas y que éstas mismas son caminos que recorremos en un proceso de mejoramiento interminable que, como tal, nos exige a todos –en mayor o menor medida, según nuestra naturaleza– dosis de heroísmo.

En una especie de diario que Vicente Verdú escribió cuando dejó de fumar, decía que, en efecto, para poder hacerlo, se vio a sí mismo inmerso en una labor heroica: la de reinventarse a sí mismo sin un cigarrillo en la mano. El mismo Proust acabó sus últimos días reordenando sus papeles y dejando instrucciones para la edición de esa verdadera hazaña que supone el rescate verbal del tiempo que es su obra. Pero sucede que la apelación al héroe que todos creemos que debemos ser en algún momento de nuestra vida –como nos contaban los curas antes que era la ´llamada de la vocación´– es demasiado inquietante o exigente. Por eso, en esa negociación continua en que imaginamos vivir, es mejor dejar al héroe para mañana e ir tirando con el papelón discreto de figurantes.

Pero me parece, ya para acabar, que es sobre todo la sospecha de la inanidad del futuro vacío que se nos ofrece como señuelo para poder ir tirando la que nos permite el aplazamiento. Aunque a veces aquí hemos reclamado el futuro como espacio habitable frente al nihilismo radical del capitalismo que nos organiza la vida, en la tradición utopista del XIX –y tal como lo planteaba con tanta enjundia Ernst Bloch en su ´Principio esperanza´ o el mismo Eugenio Trías–, más bien creemos ver, en la indolencia tan contemporánea del "ya lo haré mañana", una como resignación y desengaño simultáneos ante la tramposa invitación de nuestro tiempo a vivir proyectados continuamente hacia un futuro huero en el que habremos terminado de pagar la hipoteca y en el que, jubilados jubilosos, seremos por fin felices.