La ´tierra prometida´ por excelencia es, en Israel, la Jerusalem Celeste. El primero de quien consta que creyera que el pueblo de los israelitas podría conquistar la tierra prometida sólo con la ayuda de Yavéh, fue el sucesor de Moisés, Josué. El nombre de Josué, o Joshuá, significa en hebreo ´Dios salva´, y equivale también al nombre ´Jesús´. La Jerusalem Celeste, de la que habla, (si mal no recuerdo), Emmanuel Swedenborg, es un concepto refinado y místico: procede del mismo Apocalipsis. Y de Dante Alighieri, ese florentino universal.

En el Libro de Josué, que está en su contenido y tiempo íntimamente unido a los escritos atribuidos a Moisés, se establece como Tierra Prometida la de Canaán, cuyas amplias fronteras que deberían llegar hasta el Éufrates se fijan ya el capítulo primero del libro recién citado. Josué tomó Jericó obrando prodigios por orden de Yaveh. Además de un gran conquistador no esté de más señalar que fue un muy gran destructor, como demuestra en su comportamiento para con las ciudades tomadas a la fuerza, a las que arrasaba matando a sus habitantes todos. De Jericó sólo se salvó una prostituta que había sido espía de los hebreos antes de la toma de la ciudad: Rajab, la ramera, y todos los suyos, como muestra de benevolencia del caudillo hebreo. Grandes conquistas y crueldad o dureza para con los conquistados suelen ir íntimamente unidas, como si eso fuera una ley histórica imposible de evitar. Tal vez lo sea, en razón de que quien obra desde la fuerza, sea cual sea su justificación íntima, se ha de ver obligado a escatimar el perdón para así conjurar la amenaza que siempre intuirá de venganza futura.

La actual ecología es en cierto modo un trasunto de aquella tierra prometida. La palabra griega oikós, que significa ´casa´ y de donde vienen los nombres, hoy tan en boga, de ecológico, ecología, acaba convertida en signo de una defensa de la naturaleza, por obra y gracia de la mentalidad más atenta para con las sanas costumbres conservadoras de especies y de hábitats. De la propia visión naturalista y ´oiko-bio-lógica´, (los tres términos implicados, oikós, bíos, y lógica, son griegos), salta a la palestra política y nace la concepción de los actuales partidos políticos, o similares, que se conocen con el apodo de ´los verdes´. Hoy se puede, pues, ser joven o viejo, y además ser ´verde´, sin caer por ello en la añeja concepción, por fortuna llamada al olvido, del típico ´viejo verde´. (Aceptemos este inciso o añadido no necesario: se resta así cierta seriedad ¿asnal? a lo que vamos escribiendo. Bromeo a veces sin darme cuenta. Gracias, lector).

Pero la ´Tierra Prometida´ de la que hoy quiero hablar sólo a modo de precedente de escritos que vendrán más adelante, andando los días, es el recentísimo libro poético y, (en palabras de la misma autora del magnífico poema, Chantal Maillard), un ´molinillo de plegarias´. Es una obra salmódica y como de conjuro, mágica, y que llega a las lindes de lo hipnótico en el más positivo sentido del término. Escrita con el alma en vilo, no encuentro en el panorama poético actual nada que se le parezca. Chantal vuelve a mostrarnos, con esa voz suya más honda y comprometida, el alcance y las nítidas posibilidades que se engavillan cuando lenguaje, sentir y pensamiento son un todo. En venideros escritos volveremos sobre cosas aquí ya dichas o sólo apuntadas: palabras, sentidos, raíces, libros, pensamientos. Hasta entonces sólo nos resta decir que actitudes como la de la profesora Ch. Maillard, comprometidas y valientes, son hoy precisas más que nunca quizá: atravesamos tiempos de extrema dureza en muchos órdenes de cosas y tomar consciencia de lo que está pasando es casi una urgencia insoslayable.