Se acercan tiempos duros. En realidad, ya estamos en ellos. El volcán griego, por un lado, cuyas cenizas sobrevuelan peligrosamente la península ibérica. El descrédito institucional, por otro –un acto de funambulismo político de hondas consecuencias para el difícil equilibrio del país. No sé cuál de los dos es más grave; pero, sin duda, se encuentran íntimamente relacionados y responden ambos al estado general de dejación de las responsabilidades públicas. Sí, la economía no se desliga de la sociedad, no son compartimentos estancos como tampoco lo son la educación o la política. Hay vicios comunes que se repiten, que se dan la mano y que conforman el tono general de un país. El desprecio a la cultura, por ejemplo. Peor aún, el desprecio a la verdad, al rigor intelectual, al debate que huye de la demagogia. El desafío al Constitucional, pongamos por caso, nos habla de la vulgaridad y de la mentira como armas políticas que se recrean en la autoficción demagógica. Se exige paradójicamente respeto democrático, cuando la democracia encuentra su origen en el poder moderado, tamizado por la ley. Sin ley no hay democracia posible, como tampoco la hay sin la independencia de las instituciones. Pero la crisis constitucional nos habla también de la impunidad política, del furor desatado por el control de un poder que no cede ante nada y que hace suya la mentira como arma. Un país que no respeta sus leyes y sus instituciones no es creíble. Y España no es creíble, porque actúa y se comporta en clave ficcional, como una especie de meta-relato que nos aleja de los problemas de la historia y de sus consecuencias.

Los actos y las decisiones no son gratuitos. Las buenas y malas políticas son reflejo de lo que acabo de decir. La irresponsabilidad fiscal se paga (ahora en Grecia, mañana quizás en España). El dinero fácil de la especulación no es riqueza. Tampoco era cierto del todo el superávit que dependía de la coyuntura favorable de los tiempos. La mejora de la calidad de vida no ha revertido en la potenciación del tejido productivo, mientras hemos vivido protegidos bajo el paraguas del euro y del ahorro alemán. Buffett dijo que cuando la marea baja se sabe quién nada desnudo. Como el rey del cuento de Andersen, paseamos sin ropa mientras los criados agitan los cócteles de una fiesta que ya ha terminado. Grecia es el horizonte sólo si queremos. Y parece que por ahora preferimos seguir así a reconocer la realidad.

La rebaja del rating de S&P es un nuevo aviso. El riesgo se llama iliquidez más que insolvencia y provocaría efectos sísmicos en toda la zona euro. Se puede rescatar a Grecia, pero el estallido de España sería un Krakatoa. Mientras tanto, asistimos a la segunda ola del crash de 2007. En la primera, los Estados salieron al rescate de la gran banca. En la segunda, son los propios Estados los que están en riesgo de sucumbir. En This time is different, un ensayo ya clásico sobre la actual crisis, Rogoff apunta que la suspensión de pagos de algunas naciones es inevitable. Uno cree, sin embargo, que todo es eludible si se toman las decisiones acertadas y se deja a un lado la ficción y la mentira. Y el primer paso sería reconocer la gravedad de la situación. Sin alarmismos y sin dilación.