Tony Blair dice que lo volvería a hacer, que volvería a bombardear Irak, y que se cargaría una vez más, sin mayores problemas, a los cientos de miles de ciudadanos que han caído desde entonces (en su mayoría, pertenecientes a la población civil). Tony Blair, si pudiera rebobinar, arrancaría de nuevo los brazos y las piernas a los mutilados (ahora, quizá, los dejaría también sin dientes, para experimentar nuevos placeres). Y lanzaría misiles sobre los museos y se mearía en las obras de arte, y dejaría, en fin, un país hecho unos zorros, un país sin Estado, sin Gobierno, sin calles, sin estructuras económicas o políticas, pero pasto de un terrorismo del que, hasta su intervención, se venía librando. Tony Blair, ahí lo tienen sonriendo, lo volvería a hacer.

Usted y yo somos unos flojos. Vemos un charquito de sangre y nos mareamos. Imaginemos por un momento la cantidad de piscinas olímpicas que se podrían llenar con la derramada en Irak. A usted o a mí nos responsabilizan de toda esa sangre y los remordimientos no nos dejan dormir el resto de nuestra vida (si no nos la quitamos en el acto). Pero a Tony Blair esos chorros de sangre le excitan tanto como los surtidores de petróleo. Le sirven para escribir libros, para dar conferencias, para hacer caja. Ha participado en una de las matanzas más crueles de la historia y se encuentra mejor que nunca. Y a la justicia no le parece mal que se encuentre mejor que nunca. De otro modo, habría sido detenido y juzgado como criminal de guerra.

Cuesta imaginar a un asesino que se jacte de sus crímenes. La mayoría se arrepiente de ellos. Fidel Castro ha reconocido (con la boca pequeña para decirlo todo) que la persecución a la que sometió en su día a los homosexuales fue injusta. Fue peor que injusta: fue perversa. El hombre tenía ese vicio que nadie le impidió realizar. Pero bueno, se ha arrepentido más o menos (más bien menos que más). La Iglesia ha pedido perdón también a Galileo (con varios siglos de retraso, es cierto).

Los dueños de la mina en cuyas entrañas intentan sobrevivir los trabajadores chilenos se han disculpado. Pero Tony Blair, ahí lo tienen, volvería a hacerlo, quizá a disfrutarlo. Como ahora es católico, puede confesarse y hasta la próxima.