El fantasma de la deflación, como epítome de la depresión económica, aún planea como amenaza. Determinados segmentos del mercado editorial han permanecido, empero, inmunes a ese peligro. La irrupción de la crisis ha espoleado, en una fiebre equiparable a la de la novela negra escandinava, la aparición de una ingente cantidad de títulos centrados en la explicación, en la que también subsisten no pocos misterios, de los enormes desajustes financieros producidos en todo el mundo.

Aunque la falta de la denominada educación financiera no ha sido el desencadenante de la crisis, existe una amplia corriente de opinión que la señala como un factor de su agravamiento. A la vista del multitudinario éxito alcanzado por algunos de tales títulos, cabe formular la hipótesis de que la referida laguna educativa se ha visto reducida, lo que podría contribuir a atenuar el impacto de recesiones venideras.

Una de las obras que encajan en ese perfil es ¡Huy! Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar, del escritor John Lanchester. A lo largo de sus 270 densas páginas, puede encontrarse un repaso de conceptos tan diversos como los de hipoteca subprime, patrimonio neto, derivados, bonos, swaps, obligaciones de deuda «colaterizada», credit default swaps, desapalancamiento, hipotecas de inversión, VaR, tranching, activos «tóxicos», opciones, futuros, burbujas inmobiliarias, SPV, over the counter, pool de deudas, titulización, SEC, volatilidad, valor presente de una acción, función de la cópula gaussiana, grado de inversión, bono basura, arbitraje, Fed, «portafolio» eficiente, TARP, sistema bancario en la sombra, RAROC…

En un coloquio reciente sobre la cultura financiera, alguien me recriminó haber hecho alusión a las agencias de rating, a las hipotecas subprime (de alto riesgo) y a la calificación crediticia «AAA». No sé ciertamente cómo reaccionaría dicha persona al encontrarse ante un elenco como el reseñado, pero seguramente más de una podría sustituir la interjección que da nombre al libro por la de «¡Uf!» u otra de efectos equivalentes.

No es para menos, pero lo cierto es que puede adquirirse un barniz de las mencionadas nociones (eso sí, con algo más de esfuerzo que el de leer un tebeo), a fin de captar los aspectos clave del proceso generador de la crisis financiera internacional, de la mano de un eficaz y efectista narrador. En un viaje sin tregua, que arranca incluso con una referencia a Luca Paciolo, inventor del método contable de la partida doble, y al funcionamiento del balance de una empresa, Lanchester arrastra al lector por las turbulentas aguas del mundo financiero, en las que naufragan quienes se adentran sin ser conscientes de los peligros que acechan.

Amparado en un engañoso disfraz de profano en la materia, el autor, hijo de un técnico bancario de corte clásico, evidencia una amplia base de conocimientos financieros, haciendo gala de una notable capacidad analítica y, muy especialmente, de sentido común. Atributo éste ausente durante bastante tiempo de ámbitos de decisión sumidos en la aparente seguridad proporcionada por modelos matemáticos empeñados en enmendar el curso menos brillante y exacto de una realidad, a la hora de la verdad, carente de docilidad.

Una motivación básica subyace a la obra comentada: «… es necesario estrechar ese abismo (entre el mundo de las finanzas y el del público en general), si no se quiere que los miembros de la industria financiera lleguen a convertirse en una especie de sacerdotes que administran sus propios misterios y a los que el resto de la humanidad teme y odia», aspiración que llega quizás con algo de retraso.

A ofrecer una explicación de cómo se gestó la crisis financiera dedica un gran número de páginas, sin dejar de sorprenderse de cómo pudo generarse una cadena de circunstancias que, ahogando cualquier atisbo de razonabilidad, abocaron a una desastrosa situación de colapso financiero, de la que sólo ha podido salirse gracias a la ayuda pública. Ahora bien, si atendemos al flujo incesante de intentos explicativos de la crisis de 2007-2009, podemos constatar que no existe un consenso asentado acerca de sus causas últimas, pero Lanchester sí parece tener las ideas bastante claras. Según él, la crisis se basó en:

• Un problema, radicado en el mercado estadounidense de hipotecas subprime, concedidas a personas sin capacidad de pago real, con un sistema que se aparta de la banca clásica, al romper el cordón umbilical entre el prestamista originario y el riesgo, mediante sucesivos traspasos de la deuda.

• Un error, incurrido por los banqueros, que confiaron a ciegas, en una especie de rapto intelectual por los quants (matemáticos reclutados por el sector), en unos modelos carentes de rigor, que no comprendían del todo y que se basaban en datos históricos, llegando a confundir lo improbable con lo imposible.

• Un fracaso, imputable a los organismos reguladores, que, envueltos en una compleja maraña regulatoria, no supieron ver dónde se localizaban los verdaderos riesgos.

• Una cultura, la del libre mercado, convertida en artículo de fe, que, en un ambiente festivo propiciado por la victoria del capitalismo frente al socialismo real, llevó a una confianza desmedida en la supuesta capacidad autocorrectora de sus fuerzas.

Países como Irlanda y España, representativos de las mayores burbujas inmobiliarias, son objeto de una consideración especial, como ilustración del efecto nocivo de la aplicación de tipos de interés reducidos en un período expansivo. Son, en definitiva, muchas las reflexiones que se desprenden de la obra de Lanchester, al que hay que reconocerle el esfuerzo por desentrañar unos instrumentos sofisticados y crípticos. Un mensaje de advertencia acerca de la escasez y la limitación de los recursos marca la recta final del libro, en la que reclama un sistema financiero al servicio de la sociedad y resume, en una sola palabra, «la idea más importante desde el punto de vista ético, político y ecológico»: «basta».