Pasaron el 15-M y el 22-M y las calles siguen llenas de indignados, ya sean ruidosos, reivindicativos y con más o menos legitimidad, o más silenciosos pero igualmente hartos. Ya nadie pone en duda que la crisis y la gestión política han hecho estallar la burbuja ciudadana que, como la inmobiliaria, se mantuvo a flote en los buenos tiempos y tragó con casi todo, pero que no ha aguantado los malos. El resultado ha sido esa legión de indignados, más la de indignados con los indignados. A lo que habría que sumar la que protagonizan, en paralelo y evitando a los anteriores, los políticos. Los que ganaron las elecciones, indignados con la herencia que les toca gestionar. Los que perdieron, indignados entre ellos por lo poco que quedó tras el desastre o por repartir las culpas.

Los indignados «oficiales» han tenido esta semana su buena dosis de críticas por lo sucedido en Cataluña ante el Parlamento catalán, y que contrastó con la concentración al día siguiente en Valencia. Allí Camps y su corte de imputados pudieron ser reelegidos sin incidentes, aunque hubo protesta pacífica. Según el Movimiento 15M, la de Barcelona también fue una acción pacífica, aunque enturbiada por elementos violentos provocados por «policías infiltrados y no por gente del movimiento». La acusación queda ahí, pero la realidad es que la imagen mostrada por los medios fue de violencia y eso no beneficia a los objetivos de los indignados. Tal vez sería más útil ignorar las posibles campañas de desprestigio y encontrar la manera de seguir siendo visibles con toda la legitimidad.

Y es que el camino parece largo si los políticos permanecen ciegos y sordos o en su propio universo. Justamente como continúan en el Ayuntamiento de Málaga, donde tras las elecciones ha habido más reencuentros que despedidas. Hasta el jueves pasado eran cinco los exconcejales que no fueron en las listas pero que han sido rescatados para la ¿nueva? corporación municipal. No cabían en la lista electoral pero sí han vuelto a encontrar hueco para ellos en la Casona del Parque. Renovación a tutipleni por parte de De la Torre, sí señor.

Menos mal que en el PSOE están viendo las cosas más claritas. «Si el mensaje es hablar de nosotros mismos es que no hemos entendido el castigo», dijo esta semana la número dos de los socialistas andaluces, Susana Díaz. Por fin alguien reconoce un error, pensé al leerlo. Pero, decepción. La secretaria de Organización no admitía pecados propios, sino los ajenos cometidos en Álora por Salvador Pendón y compañía. Eso sí, su objetivo es «estar en los problemas que preocupan a los ciudadanos». Como no sea en sus ratos libres...

Por último, indignados también andan los que se estrenan como alcaldes, que no paran de encontrar sorpresas en forma de arcas con más telarañas que otra cosa. O por lo menos eso es lo que ya han denunciado regidores como la rondeña Maripaz Fernández o José María García Urbano, nuevo regidor de Estepona. Otros ya han tenido que paralizar proyectos, como Fernando Fernández Tapia, que se ha visto forzado a decir no de momento al teatro de Coín por falta de dinero para pagar a constructora. Toda una alegría de inicio de mandato. Dan ganas de irse a pitufear a Júzcar.