Contra la crisis, Dios y fútbol. Lo dice ese gremio que estudia los hábitos de los ciudadanos en este incierto tiempo de economía de guerra, de corrupción de autor, de trabajos forzados para los que aún lo conservan –sin soltar el cuchillo entre los dientes–, y del imparable crecimiento de desahuciados de la vida. Según las estadísticas, cuando el drama económico amanece cada día, el personal dividido entre indignados, derrotados, resistentes de trincheras y buscatajos en negro, opta por dos refugios: la Iglesia, donde al menos entra para ponerle velas a los santos, y el equipo de fútbol de su ciudad. En el caso de Málaga ignoro si las parroquias han colocado el cartel de overbooking en sus puertas, pero está claro que el estadio de la Rosaleda se llenará de feligreses hasta la bandera. Lógico. Después de una dura travesía del desierto, del esfuerzo de Fernando Sanz, no reconocido como se hubiese merecido, de leyes concursales y de una temporada agónica resuelta a tiempo, el jeque Al-Thani y sus colaboradores han tirado de chequera y de ojo pescador para armar un equipo ambicioso. Figuras de renombre, fajadores de campo, promesas con calidad, veteranos curtidos y algún que otro jugador, como Fernando, al que Pellegrini debería darle más oportunidades, conforman un equipo al que los malaguitas ven ya como la auténtica marea azul del 2011-2012. Un equipo, al que podría sumarse Fernando Hierro como técnico de pedigrí en relaciones externas, que el entrenador quiere convertir en su nuevo submarino revelación, en un serio aspirante a las competiciones europeas. Parece que la cosa promete, incluso el Málaga y Málaga, recuperan aquellos viejos derbys de los setenta con el Granada de Joseito, cuyos partidos de máxima rivalidad eran un duelo en el que Viberti y Porta competían en goles y Deusto e Izcoa en no encajarlos. De momento, con el calendario en la mano, el inicio de la temporada se presenta vistoso con esas primeras jornadas en las que Barcelona, Sevilla y Granada serán los adversarios ante los que presente su potencial.

En estos tiempos donde la política, los ajustes gubernamentales, las directrices de Bruselas o de la kancilleresa alemana y la economía predadora se han convertido en habituales tocapelotas de la autoestima, el fútbol se transforma en un antídoto, en la esperanza de dominar el centro del campo de la precaria existencia, tocando y tocando, esperando el momento de dibujar la diagonal del espacio libre, del pasillo, del camino que conduce a ese éxtasis colectivo del gol. El fútbol como evasión, como mecadillo de sueños, como la recuperación semanal de la infancia, en palabras de Javier Marías. El escritor que al igual que muchos otros nunca ha ocultado su afición, ni siquiera en aquellos años en los que incomprensiblemente estaba mal visto entre la gente de la cultura que el fútbol fuese una afición declarada. Efectivamente, el fútbol hace rodar los recuerdos de aquellos años de cromos intercambiables, a veces a precio elevado, de álbumes caseros, de transistores de domingo, de colas en busca de los autógrafos de los ídolos, de peñas quinielistas y de boletos individuales, da dos columnas solo, en las que acertar con la x imprevista o el dos imposible que a cualquiera podían convertirlo en millonario. El jeque Al Thani posiblemente no hay conocido esa infancia pero a golpe de petrodólares se la devuelto de nuevo a los que si fueron niños con un balón zurcido por el zapatero del barrio bajo el brazo y la ilusión de colarse en el campo o de que su padre o su abuelo lo llevasen al campo donde la épica se enfrentaba a los grandes.

En esta época de crisis soñar es lo único que les queda a los que han perdido mucho y a los que pelean tragándose amarguras y miedos. Y ese sueño es azul y blanco, el Málaga club de fútbol que no esperará al final del terral de verano para que la ciudad, para que la gente, se vuelque con esa esperanza redonda. Ese fútbol del que las empresas todavía no han aprendido que lo importante es hacer equipo, que tanto las estrellas como los peones sean una sola fuerza, el mismo sueño de conseguir hacer algo grande.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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