Las altas temperaturas del recién inaugurado agosto invaden el abrasador escenario político internacional, nacional, autonómico y local. El mundo se presenta al revés y los acontecimientos se suceden envueltos en una vorágine que nos fuerza a caminar con un vértigo inusitado: EEUU, el todopoderoso, al borde del abismo más crítico; España, con el adelanto de las elecciones generales para un mes de difuntos convulso; Andalucía, con un presidente que adelanta su permanencia y agota la legislatura.

Toda una situación concebida en un marco kafkiano que hace que hoy, día del nacimiento del escritor checo, su obra, que expresa la alienación y las ansiedades del hombre del siglo XX, esté más vigente que nunca. Parece que el abogado judío vaticinara con sus obras más destacadas el devenir actual: América, un viaje por sus distintos escenarios sociales acompañado por personajes que obtuvieron fortuna y otros que legaron sus sueños hundidos en el olvido, devorados por la miseria; La metamorfosis, un jefe de estirpe reducido a la condición de insecto que la propia familia lo observa como una carga molesta, que no vale la pena cuidarlo, ya que no es más que «un… animalito inservible»; El proceso, una crítica al sistema burocrático que condena a sujetos anónimos inocentes y los atrapa en un delirio de leyes y jerarquías incomprensibles, aislados cada vez más de la verdad y sumidos en la soledad y en la angustia.

Para el acontecer local, con los sempiternos enfrentamientos, los últimos aplazamientos de las obras del metro y el retraso del Museo de Bellas Artes, me reservo El Castillo, símbolo de la búsqueda de la plenitud interior, cuyas puertas son extremadamente difíciles de ceñir. Ambiente irreal y absurdo en una ciudad-fortaleza que solo genera una posibilidad, pero… ¿Quién sabe cuál?