Día sí y día también, los diarios publican historias estremecedoras que comparten con todas las anteriores -y con las que habrán de seguir- un guion similar: familias con todos sus miembros en paro sin perspectivas de arreglo, amenaza de desahucio por impago de la hipoteca, hijos a los que no se sabe no ya cómo educar sino qué darles de comer. En alguna otra página del mismo periódico aparecen, día tras día, noticias relativas a las medidas políticas que se toman para remediar la crisis: reforma laboral, con su contrapartida de la huelga promovida por los sindicatos; contención de los gastos públicos que lleva a más despidos. Se trata del mismo país, de la misma sociedad y, en teoría al menos, de un mismo problema. Pero se diría que unos y otros no estamos hablando de lo mismo; no, al menos, si tenemos en cuenta lo que se plantea como objetivo a lograr. ¿Cuál es éste? ¿La cuadratura del círculo macroeconómico o el imposible de llegar a fin de mes?

Que la cota de endeudamiento soberano a la que habíamos llegado es insostenible resulta una verdad evidente para todo el mundo. Pero a la hora de resolver ese problema gigantesco cabe plantearse si unos y otros, los ciudadanos que sufrimos en nuestras carnes el mordisco de la crisis y las autoridades que tienen en sus manos los recursos públicos, compartimos un mismo diagnóstico y apuntamos hacia un parecido tratamiento. El caso de Grecia pone de manifiesto la distancia que va desde los análisis macroeconómicos hasta los dramas personales. Con el segundo rescate en marcha, todos los expertos indican que las condiciones que se imponen a ese país impiden el saneamiento. Tal vez Grecia se salve de quebrar ahora pero a costa de garantizar que los griegos -la mayoría de ellos- no escaparán a la bancarrota.

Siendo así, si pensamos en las necesidades de quienes son protagonistas de las historias terribles que leemos, cabe plantearse qué puede importar a una parte cada vez más grande de los españoles el que se logren presupuestos equilibrados, confianzas europeas y mercados tranquilos. La solución puede llegar tan a largo plazo que el problema personal y familiar resulte irresoluble. Y en tales condiciones, ¿qué importancia puede tener lo que en los comentarios más sesudos se califica como la luz al final del túnel? El panorama de una salida de la crisis que arregle las cifras económicas pero a cambio de arruinar para siempre a buena parte de las víctimas implicadas en la bancarrota de un sistema en trance de desmoronamiento lleva a preguntarse si no habremos entrado en un ciclón absurdo en el que el enemigo de los ciudadanos comienza a ser el propio Estado. Dicho con otras palabras, ¿en qué medida las exigencias -aceptadas por quienes nos gobiernan- de esa entidad borrosa a la que llamamos Europa son compatibles con el bienestar de la gente? Ojalá alguien tuviese no ya la respuesta sino la forma de recuperar esa fórmula que tanto se repetía antes: lo que es de España, es de los españoles.