Es el nombre de un grupo de empresarios que está intentando revitalizar el centro de Torremolinos. Como reina de una época que se diluyó en los años, Torremolinos aún conserva en los baúles de su intrahistoria joyas que permanecen ocultas en el anonimato de sus urbanizaciones. El paseante puede tomar una copa en la terraza de cualquier bar y descubrir durante la charla con la clientela vecina que está sentado junto a una señora francesa importante crítica de teatro que buscó precisamente en esta parte de la costa y no en otra un refugio de soledad y anonimato.

Apenas el viajero se asiente pocas semanas entre aquellas calles y apenas busque el ánimo de comunicarse con otros y conocer algo de quienes lo rodean, se encontrará con ese tipo de sorpresas humanas que andamian el interés y el prestigio de una ciudad. Torremolinos encarna aquel refrán de quien tuvo retuvo para su vejez. Músicos, artistas, bibliófilos, vividores, la Revista Litoral, la galería ArtGea, los socios del Ateneo, científicos incluso personas que han cedido su condición ciudadana a la del personaje cercano al mito como Maite, señora del «Pourquoi pas?», pasean entre los demás una biografía que sorprende, un capital humano de inteligencia que ahí está y que igual que la búsqueda de la plata exige especialistas que sepan descubrir las vetas. Torremolinos es mucho más que su historia, la de aquel fenómeno en la cultura occidental de los sesenta e incluso los setenta del pasado siglo del que dejaron constancia no sólo un extenso número de reportajes y crónicas sino novelas de repercusión mundial como «Hijos de Torremolinos» de James A. Michener que busca para aquel loco pueblo malagueño una geografía sentimental e imaginaria semejante a la de cualquier cielo legendario del mundo. Y ahí está el reto, en conseguir que la princesa despierte y se vuelva a vestir su ropa entre aristocrática y jipilonga pero siempre divertida, liberal y moderna. A pesar de que las cifras de ocupación hotelera indican que aún funciona la brújula que encauza viajeros hacia Torremolinos, esa afluencia no se traduce en un comercio floreciente que distribuya el empleo y la riqueza. Los locales cerrados en Torremolinos revelan un letargo preocupante.

La asociación RETO busca un sendero distinto a los habitualmente usados para la resurrección de estos locales comerciales ahora vacíos. La cultura como antídoto contra la invisibilidad. Así ha organizado una primera exposición artística, a la que seguirán otras, que pretenden el doble objetivo de difundir la obra de un creador, a la vez que de paso mostrar las características y posibilidades del espacio que acoge la exhibición y del que no se elimina la cartelería que señala su alquiler o venta. Un local cerrado exige mayor publicidad y esfuerzos para el mercadeo que uno abierto y vivo, estos son los parámetros en que basa su iniciativa Francisco Ramos, motor de esta idea que también se está desarrollando en otras ciudades. Recuerdo que me encontré con el lúcido y grande Miguel Romero Esteo en la inauguración de una gran superficie librera y cultural. «Todo me suena a lo mismo». Conciso definió la globalización. Iguales textos, en parecidos anaqueles, idénticas modas musicales, librescas, cinematográficas, televisivas o electrónicas estés donde estés. La singularidad será el valor que distinga aquellos salones con cuadros de perros a la caza del ciervo que adornaron la España setentera, de un espacio original y por tanto exclusivo y por tanto mucho más valioso. De donde no hay no se puede sacar, continúo con el refranero, pero Torremolinos oculta amplios yacimientos de creatividad que tal vez como ascuas sólo necesiten algo más de oxígeno que avive ese fuego. Del éxito de RETO depende una parte del éxito de esta Málaga que necesita actualizar y diversificar su economía aunque esa variedad se halle en sectores bajo el paraguas del negocio turístico. Tenemos lo más difícil de conseguir, lo casi imposible de comprar, un nombre que sitúa un punto en el mapa, una marca para la que hay que reinventar los contenidos. Ya digo, un reto.