El Gobierno anuncia unos presupuestos de sangre, sudor y lágrimas, y los mercados se lo agradecen hundiendo la Bolsa y montando la prima de riesgo en un globo estratosférico. Luego llegan los analistas para debatir la paradoja y dicen que si la amnistía fiscal hincha las previsiones o que si las autonomías generan desconfianza (a lo que se agarra doña Esperanza para proponerse como capitana valiente). Pero otros expertos apuntan al agotamiento de la última inyección de liquidez del BCE y a las perspectivas negativas de toda la zona euro. Y no falta quien relacione todo ello con la desaceleración del crecimiento en China, que por algo somos globales y globalizados. Aunque la conclusión más aparente es que nadie entiende nada y todos dan palos de ciego.

En el largo amanecer de la especie, nuestros antepasados se acostumbraron a observar las coincidencias y a interpretarlas en términos de causa y efecto. Es decir: a identificar casualidad con causalidad. Fue así como relacionaron determinados rituales danzantes con la caída de la lluvia, la violación de los tabús de la tribu con el flagelo de plagas y calamidades, o el aspecto de las vísceras de una inocente paloma con los acontecimientos del futuro inmediato. Hasta hace bien poco, los grandes jefes militares acudían a oráculos y augures para conocer las expectativas de victoria en la batalla que iban a emprender. Y si caían derrotados no dudaban a atribuirlo a la voluntad de los dioses. O de los elementos. Hoy se utiliza la misma lógica para interpretar los vaivenes de los indicadores financieros. Ponemos la radio cualquier tarde y nos informan de que el Ibex ha subido impulsado por los buenos datos de la exportación de pingüinos en Madagascar o que se ha hundido arrastrado por la caída del nivel de confianza de los consumidores húngaros. El cronista junta los hechos de la jornada y los relaciona sin más, como si esos y solo esos fueran los protagonistas de las interacciones. El día en que se elabore un indicador del nivel de migraña de los brokers tal vez descubramos una relación inversa entre sus oscilaciones y las del Down Jones, aunque será discutible la atribución de los papeles de causa y efecto. Tal vez sea hora de reconocer que, simplemente, a bote pronto no sabemos porque pasa lo que pasa. Y a la larga, tampoco: aún hoy se discute sobre cómo y por qué el crack de 1929 de transformó en la Gran Depresión.